martes, 2 de febrero de 2016

OCHO MUJERES Y UN BEBÉ


 Antonio Aramayona

Ocho mujeres y un bebé de 17 meses asesinados a manos de la  violencia machista, solo en enero de 2016. Mes horribilis. Desolación de muchas familias. Silencio de muchas otras mujeres aún maltratadas. Vergüenza social.
Nacemos al mundo bienviviente bajo el signo de que tener y poseer son lo mismo que ser y poder. Eres lo que tienes. Tu valoración social depende de la admiración o la envidia que puedas suscitar en los demás. Coche caro, mucho dinero, caros cacharros. Todo es tuyo. Eres eso, lo que posees, lo que tienes.
La mujer es para no pocos varones otra señal de triunfo y de “hombre ganador”. El winner es “alguien”, el loser es un “don nadie”. Mujer guapa, joven, que te pertenece. Es una propiedad más. Si no garantiza la “fidelidad”, la “exclusividad” está siendo mala, pues no cumple con su cometido: servir en exclusiva al hombre. Si ella no cumple su compromiso de exclusividad, el varón la puede maltratar y romper, al igual que puede cambiar o destruir su coche, su reloj o sus zapatos.

No solo la mujer. También, LAS mujeres. (Cuantas más, mejor).
Lo dice la Biblia, la maldita Palabra del dios de turno para tantas mujeres desde hace tantos siglos (Éxodo,  20,17):
“No desearás los bienes de tu prójimo; no desearás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey ni su asno, ni nada que sea de él”.
La mujer es de alguien. La mujer, equiparada a la esclava, al buey, al asno, a cualquier propiedad o posesión de otro. 
Por  qué no dice “no desearás al hombre de tu prójima”. ¿Las mujeres no desean? ¿Los hombres no son deseables? ¿Olvida el dios del Sinaí que no somos de nadie (no deberíamos ser de nadie)? ¿Qué tiene de malo desear?
En Occidente llevamos treinta y cinco siglos de machismo con la excusa de que “la Biblia lo dice”. Malditos y malditas sean todos los eunucos por el reino de los cielos.
Ocho mujeres y un bebé de 17 meses en el mes de enero que terminó ayer. ¿Y cuántas palizas? ¿Cuántas humillaciones? ¿Cuánta angustia?
Nadie debería jamás prometer otra cosa que amor. Sin amor  la relación es intrínsecamente infiel y la vida fenece en manos de las obligaciones legales o del miedo. Cuando la persona amada no ofrece crédito, no resulta fidedigna, no es vivida desde la nobleza de espíritu o se la cree capaz de traición o engaño, se marchita el último rayo de esperanza y de sinceridad, es decir, de amor.
Por otro lado, el amor presupone que se es  libre, de tal forma que se ama y se es amado por la necesidad  de vivir mejor, de sentirse mejor, por placer, por gusto, como efusión vital de uno mismo en el ser amado. El oxígeno del amor es la libertad y la autonomía, y cualquier conato de convertirlo en objeto de posesión exclusiva y absoluta del otro o de transformar la relación amorosa en una conflagración, es veneno letal. Si alguien ama por el placer de amar, deberá querer bien y el bien de la persona amada, y su primer bien consiste en que ella sea la que es y como quiere ser. Si alguien ama auténticamente es porque así lo ha decidido libremente, y no por temor a las represalias o los chantajes de otro (o de un@ mism@...).
Esto implica, a su vez, que quien ama se quiere a sí mismo (“el amor ha de empezar siempre por uno mismo".  Sin embargo, no son pocos los que buscan compulsivamente que les quieran como prueba de su valía. Sienten de hecho tan poco aprecio por sí mismos, que necesitan perentoriamente comprobar que otros les aprecian, o dicen apreciarles. 
 En el fondo de esta actitud hay una gran inseguridad en uno mismo. Si alguien es incapaz de quererse, valorarse, tenerse aprecio (aun de aquellas facetas y aspectos de los que no está precisamente orgulloso), posiblemente nunca encontrará amor (no puede dar lo que cree no tener o considera vergonzante, ni le pueden regalar lo que considera no merecer: es difícil que alguien llegue a amar lo que uno mismo tiene por no amable).

DdA, XII/3202

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