Javier Pérez de Albéniz
“Me encantan las periodistas que se arrodillan fácilmente”, dijo el destituido ministro de defensa serbio Bratislav Gasic.
Un comentario que tiene que ver con el machismo y el sexismo, pero que
resultaría casi igual de repugnante si lo entendiésemos desde el punto
de vista simplemente periodístico: a los políticos les encantan los
profesionales de la información sumisos. ¿A todos los políticos? A
muchos, a demasiados. Y me temo que ni los periodistas ni los
consumidores de información se rebelan todo lo que debieran contra este
problema, responsable directo de algunos de los grandes males de la
sociedad actual.
Le cuento todo esto después de escuchar a Rafael Hernando, portavoz del Grupo Popular en el Congreso, acusar a Podemos de utilizar “el manual del golpista”.
Realizó el comentario no en el reservado de un club de alterne de una
carretera secundaria, sino en un pasillo del Congreso de los Diputados,
el órgano constitucional que representa al pueblo español. Y lo hizo en
voz alta, ante cámaras y periodistas. Cuando un informador le preguntó
si con esas palabras estaba llamando golpistas a Podemos, el popular se dio a la ironía: “No, qué va, para nada, eso son interpretaciones suyas”,
dijo poniendo rostro de humorista decadente. Los periodistas que le
rodeaban, lejos de recriminarle su comentario, exigir explicaciones o
directamente vomitar, le rieron sonoramente la gracia.
Hernando forma, junto a Javier Maroto y Pablo Casado,
el nuevo núcleo duro del Partido Popular, la columna vertebral de un
proyecto renovador imposible, de un rejuvenecimiento contra natura.
Son toda la regeneración que tolera el ADN del PP, una estructura
genética decrépita y corrupta. Hernando es un maleducado, un manipulador
y un impresentable. Por este comentario, acusar de golpismo a un
partido político con cinco millones de votantes, no puede ser
considerado nunca un comentario jocoso o una nimiedad, y por toda una
carrera que culmina ejerciendo de bocazas de un partido en
descomposición. Pero me temo que buena culpa de su soberbia, de esa
arrogancia ultraderechista y de ese desprecio por los rivales políticos,
del tono y el contenido de sus intervenciones, la tienen los
periodistas que asisten a sus monólogos.
El periodista que escucha a Hernando acusar a un partido político
democrático de utilizar “el manual del golpista”, y le ríe la gracia, se
convierte en cómplice de su estupidez, en colaborador necesario para su
impertinencia. La política necesita regenerase. Y el periodismo, dejar
de arrodillarse.
Cuarto Poder DdA, XII/3202
No hay comentarios:
Publicar un comentario