Foto de Antonio Benaiges con sus alumnos/YOUTUBE
Antonio Aramayona
La vida, la obra y la muerte de Antoni Benaiges cada vez son más conocidas gracias a la incansable labor de muchos miembros de la Memoria Histórica, al excelente documental El retratista, de Alberto Bougleux y Sergi Bernal, al libro Desenterrando el silencio. Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar y a otras varias iniciativas.
Antoni se dejó arrebatar por su amor a la educación y la pedagogía (especialmente el método de Célestin Freinet)
y por el ilusionante empuje imperante desde los inicios de la II
República Española por la escuela y la cultura (basta leer el artículo 48 de la Constitución de la Segunda República), trabajando como maestro rural en una recóndita localidad de Burgos de cuyo nombre sí quiero acordarme (Bañuelos de Bureba). Terminó torturado y asesinado por los falangistas en 1936 y sus restos fueron exhumados en 2010 en una gran fosa común (La Pedraja) de fusilados y represaliados republicanos.
Corría
el año 1936, Antoni Benaiges tenía 33 años, cuando 30 falangistas
llegaron al pueblo, quemaron el material de la escuela, buscaron a los
amigos del maestro, registraron sus casas, detuvieron a Antonio y a
todos los sospechosos. A Antoni le torturaron, le arrancaron los
dientes, le pasearon medio desnudo por el pueblo y lo fusilaron con
muchos otros, en una fosa seca y honda cavada en un lugar alejado. ¿El
delito?
El gran delito de Antoni Benaiges fue ser maestro, un
verdadero maestro. Como contaba con una vieja gramola les enseñó a
cantar y bailar, y con el auxilio de una imprenta, logró publicar Cuadernos
donde los chicos y las chicas de Bañuelos volcaban sus experiencias,
sus sueños, sus planes, sus anhelos de volar más allá de su aldea,
incluso de la cercana Briviesca. Antonio encauzó todos esos deseos y
les prometió el mar, viajar en autobús hasta el mar, ese mar cerca del
que había nacido (Mont-roig del Camp, Tarragona): en las vacaciones del
verano de 1936 los llevaría a conocer, a extasiarse ante el mar. Pero el
cura y los caciques del pueblo no lo tragaban, pues Antoni, siguiendo
los pasos de su maestro Freinet, era muy consciente de la necesidad de
"la formación moral y cívica de los niños y las niñas, ya que sin ella
no puede haber una formación auténticamente humana", pero resultaría
imposible preparar a sus alumnos para que construyesen el mundo de sus
sueños, si el maestro no cree en esos sueños; ni prepararlos para la
vida, si no cree en ella; ni mostrarles el camino, si el profesor está
sentado, cansado y desalentado en la encrucijada de los caminos". A raíz
de todo ello, sus alumnos de la escuela de Bañuelos publicaron un nuevo
Cuaderno: El mar: Visión de unos niños que no lo han visto nunca.
Han pasado 80 años y fresco aún en nuestra memoria el recuerdo de Antoni Benaiges leemos otra noticia tremebunda:
la Audiencia Provincial de Sevilla ha confirmado la condena de un año y
tres meses de cárcel impuesta a un hombre acusado de robar (porque
"tenía hambre") varias cajas de pizzas congeladas del interior de un
convento de monjas de Alcalá de Guadaíra. La condena es "por un delito
de robo con fuerza": trepó por el muro, se subió al tejado y afanó unas
cuantas pizzas congeladas, con la eximente incompleta de alteración
psíquica ("tenía gravemente afectadas sus capacidades volitiva y
cognitiva, sin llegar a tenerlas anuladas completamente, a causa de un
trastorno psicótico"), a lo que la Audiencia Provincial opone que según
el informe del médico forense "padece un trastorno psíquico aunque sin
actividad delirante o alucinatoria activa al momento de cometer los
hechos", considerando que el hecho cometido "fue un acto impulsivo
propio sin el control volitivo adecuado".
El pobre hombre
entregó después diez euros a las monjas como reparación del perjuicio
ocasionado, cantidad infinitamente mayor comparada con el cero patatero
devuelto hasta ahora por un sinnúmero de chorizos, corruptores y
corruptos individuales y colectivos.
Esta historia de monjas y pizzas me recuerda otra historia de unas bolsas de plástico negras
sustraídas a principios de 2011 en un monasterio de monjas
cistercienses de Zaragoza que, según declaración de las propias
religiosas, guardaban en un armario y contenían 1,5 millones de euros en
billetes de 500, "producto del ahorro". Desde entonces nada se ha
sabido de las bolsas, las monjitas y los billetes de 500.
A lo lejos, se escucha las voces de Antoni Benaiges y Paco Ibáñez cantando A galopar, poema de Rafael Alberti, repetido desde hace muchos años por millones de gargantas de ciudadanas y ciudadanos.
Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
El Huffington Post DdA, XII/3216
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