Ana Cuevas
Aquel
23 de febrero de mi adolescencia preparaba un examen de griego del que
debía rendir cuentas al día siguiente. La música de una vieja radio me
hacía compañía mientras intentaba traducir un texto del poeta Píndaro:
"σκιᾶς ὄναρ ἄνθρωπος".
(El
hombre es el sueño de una sombra). Cómo intuir que la sombra que se
estaba proyectando en nuestro país aquel día se podría alargar durante
tantas décadas rehuyendo la claridad, escondiendo sus oscuros orígenes,
dejando una yaga abierta en la sociedad que perdura todavía. No, no
tenía ni idea de lo que estaba pasando ni tampoco podía dilucidar la
gravedad del asunto. De repente, una marcha militar invadió mi alcoba.
Intenté buscar otra emisora. La misma cantinela en todos los diales.
Sonó el teléfono y una de mis hermanas mayores me explicó lo que estaba
sucediendo. Un golpe de estado. Nuestra joven democracia, también en los
albores de la pubertad, estaba siendo secuestrada a golpe de tanque y
de pistola. Lo que sucedió después forma parte de la historia. Al día
siguiente, en el instituto donde estudiaba, unos jóvenes con la bandera
de España en la solapa, bates de beisbol y puños americanos, nos estaban
esperando. Puede que el golpe hubiera fracasado pero los cachorros de
Blas Piñar, los flamantes machacas de Fuerza Nueva, no estaban
dispuestos a tragarse la derrota. Querían un baño de sangre roja para
liberar su frustración. Y aplicando su lógica cavernícola los lugares
adecuados para encontrarla eran los institutos públicos y la
universidad. Pensar, estudiar o leer en libertad solo podía ser cosa de
rojos. Anguita dice que España es un país que se pone gallardo delante
de un toro pero que ve un libro y sale corriendo. Demasiado a menudo,
añadiría yo, es un país que embiste como un miura a los que lo están
leyendo.
Volviendo a
Píndaro. La imagen de la sombra invade la literatura universal. Platón,
Dante, Demócrito, Cervantes, Poe, Baudelaire, Lewis Carroll, Kafka,
Rimbaud, Nietzsche o Rilke también han sido autores que han aludido a
esa figura retórica en sus textos. La sombra frente a la iluminación. La
miseria moral contraponiéndose a la grandeza humana. Ha pasado mucho
tiempo desde aquel 23-F. Tiempo plagado de luces y de sombras. Pero
algunas cosas todavía están en esa zona negra. En los actos de
exaltación a la figura del Caudillo en el Valle de los Caídos, en la
paella que Tejero y su hijo se preparan tranquilamente en un cuartel de
la guardia civil mientras un grupo de trasnochados franquistas chupan
con voraz nostalgia las cabezas de las gambas, en esos grupos de tarados
envueltos en la bandera del aguilucho sangriento cuyos brazos se
extienden, como los perros de Paulov, avisándonos de lo alargada que
es su sombra (y lo diminuto de su cerebro) con total impunidad...
La
penumbra que no cesa, tampoco en otros países. En Alemania, el nazismo
toma cuerpo en Beatrix Von Torch que dice que Marine LePen está situada
a la izquierda y se proclama dispuesta a defender a tiros sus
fronteras: "Dispararemos contra mujeres y niños si lo vemos necesario".
En Sajonia, un nutrido grupo de arios de todas las edades y sexos
celebran con jolgorio la quema de un centro que daba asilo a refugiados.
Ellos también sueñan con las sombras. Y con un IV Reich forjado en
otras noches de cristales rotos.
En
Hungría se trata con saña a los refugiados sirios. También añoran esos
umbríos tiempos del nazismo. Su sindicato policial (TMRSZ) declara
abiertamente su morriña: “Teniendo
en cuenta la situación actual, el antisemitismo no es sólo un derecho,
sino el deber de todo húngaro que ame su patria, y debemos
prepararnos para una guerra contra los judíos”
Las
sombras nos alcanzan por todas partes en esta Europa negra sin entrañas.
Pero también es tiempo de grandeza. Los voluntarios en las islas
griegas se juegan la vida para salvar las de otros. Se subvencionan
ellos mismos el viaje y la comida y arrebatan al mar los cuerpos
despreciados, maltratados, denostados por muchos, de unos desconocidos
que huyen de la guerra. Que escapan de las sombras. En la isla de Lesbos
un rayo de sol intenta desgarrar la noche eterna. La voz de Safo
recita: Solo cerrando las puertas detrás de uno, se abren ventanas al porvenir. La luz espera.
DdA, XII/3221
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