Vivimos en un Estado en el que los gobiernos
no se dedican a cultivar y proteger el interés general, el medro
sigue siendo un valor añadido, los impuestos los pagan los
trabajadores y las televisiones se dedican a embrutecer a la
población hasta extremos inusitados.
Pedro Luis Angosto
Esta
es la situación real del país. Según los últimos datos publicados por
Eurostat entre 2008 y 2014 el porcentaje de personas en riesgo de
pobreza o exclusión social subió casi seis puntos hasta situarse en el
29,2% de la población total, o sea unos trece millones y medio de
personas, mientras que la pobreza extrema afectó en 2014 al 6,65% de los
ciudadanos, es decir, a tres millones doscientas mil personas, lo que
nos convierte en uno de los países con más pobres y excluidos de la
Unión Europea. Al mismo tiempo, mientras desde el poder anuncian
machaconamente que estamos creciendo mucho y creando más empleo que
ningún otro país de Europa, la Seguridad Social no se entera de esa
supuesta bonanza y mantiene un déficit anual que supera los quince mil
millones de euros y amenaza con la quiebra si no se restablecen los
sueldos anteriores a la crisis, se crea más empleo estable o se arbitra
un impuesto dedicado a sufragar un déficit que de seguir así las cosas
será endémico y creciente. Por otro lado, la mayoría de los puestos de
trabajo creados durante los últimos años son a tiempo parcial, a veces
incluso por días, horas, semanas, y ni permiten la emancipación de los
jóvenes ni sufragar los gastos mínimos de los hogares ya constituidos.
Por si fuera poco, seguimos contemplando como los que han saqueado las
arcas públicas de todo el Estado mediante el robo, la malversación, el
cohecho, la prevaricación, el soborno o las privatizaciones continúan en
libertad y en posesión de todo su patrimonio, del que tenían antes de
la mangancia y el adquirido mediante ella. Si a todo eso añadimos que
estamos verificando en nuestras carnes y en todos los puntos del país la
certeza cruel del cambio climático que amenaza con convertir la
Península Ibérica en un erial, no tenemos más que ponernos nuestras
mejores galas y salir a las calles a anunciar que vivimos en el mejor de
los mundos posibles, tal como hacía Cándido en la imprescindible novela
de Voltaire.
Mientras todo esto ocurre, el Presidente en funciones del Gobierno
del Estado repite una y otra vez que es él quien tiene que formar
gobierno porque ha ganado las elecciones, poniendo de manifiesto una vez
más su desconocimiento sobre lo que es y en qué consiste la democracia
parlamentaria. Rajoy y su partido no ha ganado ninguna elección porque
al haberse peleado con todos los resultados electorales no le permiten
formar gobierno, por tanto corresponde esa tarea a quien sea capaz de
lograr el suficiente apoyo parlamentario, incluso si quien tal cosa
hiciese fuese Alberto Garzón con solo dos diputados. Esa es la clave del
sistema que tenemos y no otra, y para entenderlo no hacen falta
estudios especiales, sino simplemente sentido común y raciocinio. Entre
tanto, el ministro del Interior sigue empeñado en acojonarnos con los
hombres de la mochila que tarde o temprano vendrán a nuestra casa –como
antes el hombre del saco o El Lute- a hacernos volar por los aires para
ganarse el Paraíso con que Alá les premiará en la otra vida; las
eléctricas siguen campando por sus respetos como si todo el país fuese
su cortijo y todos nosotros sus obedientes y dóciles criados; los bancos
por los suyos cobrando comisiones por todo y creando otra enorme
burbuja –que estallará sin tardar demasiado- con los fondos de inversión
sin garantías que están colocando por millones a jubilados y pequeños
ahorradores al mantener la retribución de los depósitos próximas a cero;
los ricos siguen llevándose el dinero a Suiza, a las SICAV y a otros
paraísos fecales demostrando cuán grande es el amor por su país, su
bandera y su Conferencia Episcopal; la Iglesia continúa recibiendo
millones y millones de euros del Estado y los Gobiernos Autónomos para
adoctrinar a niños, adolescentes y jóvenes sin que la crisis le haya
afectado lo más mínimo y el problema principal de España para derecha
mediática es que Manuela Carmena haya suprimido el palco VIP para la
Cabalgata de Reyes y las ropas de los tres de Oriente.
En el Noreste del país, tres meses después de celebrados los comicios
con un resultado no satisfactorio para ninguna de las partes,
capitalistas y anticapitalistas continúan debatiendo sobre la
posibilidad de investir a Artur Mas como Presidente de la Generalitat,
investir a un señor que fue designado para el cargo por la familia Pujol
y que tiene como principal mérito haber protagonizado una de las huidas
hacia adelante más tristes de este triste país, un privatizador de la
Sanidad Pública, un represor que no dudó en usar a los Mossos d’Escuadra
para reprimir con dureza inusitadas las protestas que provocaba su
gestión antes de la independencia pasase a ser el eje de todas las
conversaciones dejando los verdaderos problemas del país en el desván
del olvido. Si bien las CUP son la única organización que hasta la fecha
ha mantenido una posición coherente, acorde con su ideario y su
programa, no hay ninguna explicación para sus conversaciones con Junts
Pel sí. Se es anticapitalista o no se es, Mas, Junqueras y Romeva lo
son, y alguno de ellos de los más extremistas. No entiendo de qué tienen
que hablar puesto que el objetivo principal de un anticapitalista es
combatir al capitalismo, creo.
Sea como fuere, la realidad es que en España se han implantado leyes y
formas de gobierno absolutamente incompatibles con la democracia, que
se condecora a las vírgenes, que las policías actúan con un rigor
inusitado en un régimen parlamentario, que existe una ley mordaza que
cercena las libertades, que la pobreza avanza al mismo ritmo que la
acumulación de riquezas por la plutocracia, que se han destinado
cantidades impresionantes de energía a asuntos banales, que la protesta
se ha diluido o ha sido desviada para que no se hable de lo que de
verdad hay que hablar, que vivimos en un Estado en el que los gobiernos
no se dedican a cultivar y proteger el interés general, que el medro
sigue siendo un valor añadido, que los impuestos los pagan los
trabajadores y que las televisiones se dedican a embrutecer a la
población hasta extremos inusitados, en fin, que nos hemos vuelto
completamente locos, que hemos renunciado, una vez más, a la razón. Es
lo que sucede cuando se es incapaz de distinguir entre el bien, el mal y
el regular, pero sobre todo cuando se altera el orden de las
prioridades y se anteponen objetivos de importancia relativa a aquellos
que reclaman una solución urgente y vital.
DdA, XII/3178
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