martes, 8 de diciembre de 2015

EL DEBATE DECISIVO, PADECIDO DESDE URGENCIAS


Antonio Aramayona
 
Fui a Urgencias convencido de que iba a morir, con fuertes palpitaciones, sudoración, temblores, sensación de ahogo y nauseas. La médica que me atendió, tras una concienzuda exploración, emitió un certero diagnóstico: “campañitis aguda”. En una extensa receta me recomendó no salir a la calle para no ver así los carteles y las fotos de los candidatos y las candidatas, no encender la radio ni el televisor, solicitar a través de algún familiar o amigo el voto por correo e ir a primera hora de la mañana a la Oficina de Correos correspondiente, soltar mi voto y volver a encerrarme en casa hasta la cena de Nochebuena, que de esa no te libra ya galeno alguno. Pues bien, cumpliendo al pie de la letra las recomendaciones médicas, la campañitis aguda remite poco a poco y me siento ya algo mejor.
He  de reconocer, no obstante, que me encuentro mucho mejor debido sobre todo a no ver por la tele “7D: El Debate Decisivo”, lo que no le ha ocurrido a un amigo mío de las Cinco Villas, que a medianoche tuvo que acudir a su casa el médico de urgencia de la zona y lo hinchó a nolotiles y fentanilos hasta que se le pasó, si bien el médico le diagnosticó Síndrome de dolor regional complejo” (CRPS, por sus siglas en inglés) y le recomendó una visita rápida al psiquiatra a fin de que le auxiliara para hacer frente a su rara adicción a las drogas duras y a un presunto trastorno de personalidad masoquista.
Yo, en cambio, tengo la sensación de sentirme ahora limpio, libre de espectáculos, candidatos, publicidad televisiva, sin predebate, debate y posdebate. Estoy seguro de que nadie dijo allí nada nuevo y, aún peor, ya no me creo lo que dicen, pues estoy harto de que digan sin decir nada y, sobre todo, sin hacer algo. Soy un profesor de filosofía jubilado, pequeñoburgués y con todas las necesidades básicas cubiertas, pero llevo casi tres años siendo cada mañana también un profeflauta motorizado que ha visto toneladas de sufrimiento, miseria, desamparo, amargura y agonía. Por eso ya no soporto más Debates y debates, Programas y programas.
Durante la noche del “Debate decisivo” resolví ver la película Metrópolis, de Fritz Lang, en su versión completa. La he visto varias veces, pero cada vez tengo la impresión de estar viéndola por primera vez. Paradójicamente, yo, que siempre estoy hablando de la Utopía, elegí un relato distópico del mundo que me dejó depurado y renovado. Me sentí agobiado en la ratonera subterránea donde trabajan y viven los obreros y sus familias, extraño entre los rascacielos de la Metrópolis donde vive la clase rica. Dando un gran salto desde 1927 hasta 2026 (años de la realización y de la historia de la película, respectivamente), me vi pensando y repensando en el mensaje de paz y amor que la carismática María lanza cada día a los obreros después del trabajo: pronto llegará un Mediador, capaz de unir el cerebro de los patronos y las manos de los obreros, frente al mensaje de un bello robot que les lanza el mensaje de la rebelión y la destrucción de las máquinas. Finalmente, vence María y su mensaje, que aparece también al inicio y ya finalizada la película: «Mittler zwischen Hirn und Hand muss das Herz sein» («Mediador entre el cerebro y la mano ha de ser el corazón»). Patrono y obrero se dan la mano en la escena final, pero Fritz Lang no explica ya en qué consiste y cómo puede llevarse a cabo tal acuerdo cordial.
Hoy, ya en el día del Posdebate Decisivo, continúo secundando las recomendaciones de mis médicos y sigo sin encender aparato alguno, a fin de que no caiga sobre mí una más que posible catarata de opiniones de tertulianos, expertos y políticos de incuestionable casta e innegable pedigrí. Nada más levantarme, sin embargo, llevado por el automatismo matutino de cada día, he encendido el transistor y no he podido evitar escuchar en la SER que un periodista preguntaba a Albert Rivera quién había ganado el Debate, a lo que este ha respondido: “¡Los españoles, son los españoles  quienes han ganado!”. Lo primero que he encontrado, un paño de cocina aún poco usado, me ha servido para enjugar mis lágrimas, no sé si de tanto reír o de tanto llorar. 

DdA, XII/3150

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