«Huye de mí, caliente voz de hielo, / no me quieras
perder en la maleza / donde sin fruto gime carne y cielo. / Deja el duro
marfil de mi cabeza, / ¡apiádate de mí, rompe mi duelo! / ¡que soy
amor, que soy naturaleza!» (Lorca).
Luis Arias
Más allá de la casi segura intencionalidad de los incendios que
arrasaron Asturias en la madrugada anterior a la cita electoral, lo que
pone de relieve la catástrofe que se sufrió en lo que venimos llamando
nuestras alas es la decadencia y el abandono de unas comarcas cada vez
más despobladas que llevan camino de ser devoradas por la maleza, maleza
que, de un lado, es pura yesca ante las chispas, y que, por otra parte,
amenaza con sepultar todos los vestigios de vida que se van
desmoronando, desde hórreos y casas, hasta los cierres de las fincas. No
es que habite el olvido, es que la destrucción se adueña de todo.
Mucho peor que incendios: la yesca que producen el abandono y la
despoblación. Mucho más que incendios: el paisaje de una decadencia que
no cesa y que lleva camino de convertir Asturias en un matorral, lo que,
a su vez, es una causa de primer orden, para convertir nuestros bosques
en ceniza.
¿Es que nadie recuerda el trágico episodio que supuso el incendio en
el Valledor? ¿Es que nadie fue capaz desde entonces de ver que aquello
significaba también un aviso a caminantes acerca de los peligros que
acarrea una creciente geografía del abandono?
Mucho peor que incendios. ¿Nada que decir oficialmente a las
continuas protestas de los bomberos ante el Parlamento autonómico? ¿Nada
que decir, más allá de los tópicos de turno, ante la muerte de una
persona que lo arriesgó todo para apagar un horrible incendio con un
acceso endemoniado? ¿Nada que decir acerca de las medidas que el
Gobiernín se comprometió a tomar contra la despoblación? ¿O aquello no
pasó de ser, como acostumbran, una mera declaración de intenciones para
salir del paso?
Mucho peor que incendios. No puedo dejar de preguntarme por el pensar
y el sentir de tantas y tantas personas que fueron a votar tras largas y
agónicas horas de contemplación de unas llamas que amenazaban con
destruirlo todo. No puedo dejar de preguntarme por la angustia que se
silenció oficialmente mediante el runrún de todo un día con noticias
electorales.
“Entre tanta polvareda, perdimos a don Beltrán”, rezaba un antiguo
poema. Pues bien, entre tanta decadencia, de la que no se sabe bien si
hay verdadera voluntad política de combatir, el fuego destructor, el
sufrimiento, la angustia, el pánico, el horror. Y todo ello no es sólo
atribuible a los desaprensivos que provocaron los incendios, que se
comportaron como auténticos enemigos públicos, sino también a la
decadencia, al abandono, a una despoblación que no cesa como
consecuencia de una falta de respuesta política a los problemas que
padece el mundo rural, que pide a gritos, dicho sea de paso, una
reconversión política.
Mucho peor que incendios. ¿Por qué no somos capaces en Asturias, al menos, de preservar lo que hemos recibido?
Por favor, no más lamentos, no más discursos lánguidos, no más
incompetencias. Por favor, en lo que les toca, cuiden lo nuestro. O
váyanse a casa ya.
El Comercio DdA, XII/3169
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