Pedullá durante su visita a la Comunidad Ayala de Madrid,
con el libro de Camilo Bassotto sobre Juan Pablo I
y la entrevista publicada en Il Giornale
Félix Población
El 26 de
abril pasado, el diario Il Giornale publicó una extensa entrevista con
Giuseppe Pedullá, amigo personal del papa Juan Pablo I, fallecido en extrañas
circunstancias a los 33 días de su pontificado. En esa interviú con el
periodista Stéfano Lorenzetto, Pedullá recuerda la carta que el 26 de septiembre
de 1978 rehusó llevar a Luciani de parte de su gran amigo el arzobispo emérito
Pacífico Perantoni, en la que le advertía que corría peligro: "Habría
podido salvarle la vida al papa Juan Pablo I -contó entonces el entrevistado a
Lorenzetto- y no lo hice. Y hoy no consigo perdonármelo". Recientemente,
Giuseppe Pedullá estuvo de visita en Madrid, circunstancia que he aprovechado para
reincidir con él en ese sombrío capítulo de la reciente historia de
la iglesia católica, que cobra renovada expectación ante las manifestaciones hechas por el obispo de Ferrara, Luigi Negri, adscrito al movimiento conservador Comunión y Liberación. Según el diario italiano Il Fatto Quotidiano, el prelado viajaba el pasado 28 de octubre en el 'Flecha Roja', un
tren parecido al AVE español, desde Roma a Ferrara, y su conversación telefónica fue escuchada y grabada por varios viajeros,
mientras discutía con su secretario y, después, mientras despotricaba
por teléfono con el político y periodista Renato Farina, también
perteneciente a su mismo movimiento. Monseñor Negri habría afirmado en voz alta: "Esperemos que, con
Bergoglio, la Virgen haga el mismo milagro que hizo con el otro", en
referencia a Juan Pablo I.
-¿Cómo era en persona el papa
Luciani, qué valora más de su amistad y cuál es el más intenso recuerdo que guarda de él
al cabo de los años?
-Tuve el placer de conocer al papa Luciani como
patriarca de Venecia. Me sentí feliz en los momentos que pasé con él,
porque el cardenal Luciani no aparecía como cardenal, sino como uno de
nosotros. Amaba al prójimo como a sí mismo. Era sencillo, pero sobre todo
cuando iba a verlo me enseñaba a amar a los demás. Me daba la impresión
de que me consideraba como un niño, porque él cuando veía a los niños era la persona
más feliz del mundo. Era doctor en Teología, pero él nos enseñaba de forma
sencilla la doctrina que hoy necesitamos. Su enseñanza me ha marcado y aún
ahora, cuando pienso en él, me siento feliz. Al propio tiempo, cuando tenía que
ser duro y severo, no transigía y defendía sus ideas aun dando su propia vida.
Estos días en Madrid, con los amigos de la Comunidad de Ayala, he tenido la
impresión de encontrarme ante el papa Luciani. Vuelvo a Italia con una
experiencia que no había tenido nunca. Ellos, hermanos y hermanas, me han
enseñado a amar más. El arzobispo Perantoni era para Luciani más que un
hermano: un confesor. Tanto que yo, encontrando un día al patriarca en el
santuario de la Virgen del Fresno, solté ingenuamente esta frase: “Eminencia,
estoy seguro de que un día usted será el próximo papa”. Perantoni me fulminó
con la mirada. Pero Luciani, afable, alejó de sí el pronóstico con un gesto de
la mano: “No, por caridad, recemos para que el Señor conserve a Pablo VI”. En
la foto, Luciani con el arzobispo Perantoni.
-Las mayores
sospechas acerca de la posibilidad de que el papa fuera envenenado recaen en la Logia P-2, aunque hubiera cierta colaboración dentro del Vaticano. ¿Qué opinión
tiene usted al respecto?
-No puedo
decirle lo que siento. Quiero ser prudente. Me lo recomendó vivamente mi madre.
Ahora bien, un día, cenando en Bagnolo di Po, en casa de los hermanos
Fantinati, el telediario 1 anunció que el papa Wojtyla quería beatificar al
padre Pino Puglisi, asesinado por la mafia en Palermo, en 1993. Espontáneamente
di un golpe en la mesa: “¿Y Juan Pablo I no ha sido también víctima de un
complot mafioso?”. Entonces decido hacer una recogida de firmas para que
Luciani sea beatificado. Voy a Roma. Entro en la basílica de San Pedro. Veo 30
birretes rojos que, terminada una celebración, se dirigen a una nave lateral.
Los alcanzo en la sacristía y en el fondo a la izquierda paro a uno, de color.
Descubriré después que era el cardenal Bernardin Gantin, originario de Benim, a
quien el Papa Luciani había nombrado presidente del Pontificio Consejo Cor
Unum. Intento hablarle. Me acaricia la mejilla y responde: “Espere”. Se quita
los ornamentos litúrgicos, despide a los presentes y me dice: “Estoy aquí, ¿qué
quiere?”. Le hablo de mi plan de pedir la beatificación de Juan Pablo I. El
replica: “Ya es santo”. Entonces me viene espontáneo decir el nombre del
arzobispo Perantoni. Al oírlo, el purpurado se sobresalta y deja de mirarme a
la cara. Le suplico, incluso le tiro del vestido: “Eminencia, ¿por qué aparta
la mirada? Me diga cómo debo comportarme”. Poco después, en su despacho
vaticano, hablando de nuevo sobre Juan Pablo I, el cardenal Gantin me dice:
“Usted es listo, usted sabe cómo actuar”. Y con aire cómplice, termina la frase
con un gesto muy italiano: me da ligeramente con el codo.
-¿Cómo pudo
saber el arzobispo emérito Pacifico Maria Luigi Perantoni los riesgos que
corría Luciani cuando quiso entregarle a usted una carta con intención de
advertírselo? ¿Por qué no entregó usted esa carta?
Perantoni lo sabía a través de diversas personas.
Sabía mucho más que yo no conozco. El día 30 del pontificado de Juan Pablo I me
telefoneó: “Pepe, ven enseguida”. Cogí el coche y fui. Me puso una carta en las
manos: “Esta la debes llevar tú en persona a Albino Luciani, al Vaticano. El
Papa está en grave peligro”. En el sobre había escrito a mano el nombre de Su
Santidad. No quise asumir el encargo. Pensé que exageraba. Para mí era
inimaginable que alguien pudiera atentar contra la vida del Papa. Perantoni se
enfadó y me dijo: “Te arrepentirás”. Sus palabras todavía me pesan. Cuando
escuché por TV que Juan Pablo I había muerto, volví a verle, me excusé, lloré.
Me lo repitió: “Te lo dije que te arrepentirías”. Estuvimos dos o tres horas
hablando en la plaza del santuario.
-Usted se
refiere en una entrevista publicada en Il Giornale a los treinta
denarios que llevaron a Cristo a la muerte a los 33 años de edad. ¿Fue el
problema del Banco Vaticano y la oposición de Luciani a la masonería y a la
mafia o el afán reformista de Juan Pablo I lo que acabó con su vida a los 33
días de pontificado?
-Utilicé esa
expresión refiriéndome a los problemas familiares que tuve y en los que el
dinero fue la causa, pero sucede en todos los problemas de la vida, también en
el asunto del Banco Ambrosiano. Con el tiempo, he recordado una frase que el
cardenal Luciani dijo a Perantoni: “Los dineros que tenemos pertenecen a los
pobres, porque son los pobres, y no los ricos, quienes mantienen la Iglesia. Y
nosotros ¿qué hacemos?”. ¡Se los damos a Calvi! Luciani no olvidaba que la
Banca Católica del Véneto había terminado bajo el control del Banco Ambrosiano
de Roberto Calvi.
-¿Hay algún
indicio racional por el cual sor Lucía auguró que Luciani sería papa pero que
el suyo sería un breve pontificado?
-No sé.
Perantoni me confió que el patriarca de Venecia le había contado su visita a
sor Lucía. Luciani salió turbado del coloquio. Sor Lucía le dijo: “Usted será
papa después de Pablo VI, pero por muy poco tiempo”.
-¿Ha notado
en torno a su persona una actitud precavida por parte de los
medios de comunicación, pues su testimonio no ha tenido toda la difusión que
cabría esperar. ¿Censura tal vez?
-Por
prudencia he evitado la avalancha de medios que han llamado incluso a casa de
mi hermana en Reggio Calabria. Me parecía suficiente la entrevista de Il
Giornale. He recibido diversas críticas en Internet: ¿Por qué no lo
ha dicho antes?, ¿por qué lo ha callado?, dice uno. Giuseppe ya está mayor,
dice otro. Y un tercero: Probablemente haya sido así, como dice Pedullá.
-¿Sabe usted cuál es la opinión del actual papa
Francisco sobre la figura de su fugaz predecesor y sobre las extrañas
circunstancias que concurrieron en su muerte?
-No lo sé. El mes pasado, en el marco de una audiencia
general, he podido saludarlo, él dijo: “Seguiré adelante con las
reformas. Recen por mí”. Hemos de apoyarlo.
-Hay quienes ven cierto parecido entre el mensaje
que está dando el actual papa Francisco y el que podría haber dado en su día
Luciani si hubiera tenido tiempo de hacerlo. ¿Lo cree usted así?
-En cierto
sentido, sí. Al papa Luciani lo hemos conocido bien, necesitamos más tiempo con
el papa Francisco. Tengo confianza en él. Día y noche rezo por él. Ciertamente,
es un papa digno de este momento.
-¿No habrá
nunca una última y definitiva palabra sobre las verdaderas razones de la muerte
de Juan Pablo I?
-No lo sé,
pero antes o después se sabrá lo que pasó con él. Nada hay oculto que no sea
descubierto.
-¿Cree usted que estuvo en su mano
haber evitado la muerte de Juan Pablo I si le hubiera entregado la carta de su
amigo Perantoni?
-Quiero pensar y deseo que aquella carta no
sirviera para evitar la muerte de Juan Pablo I. Ahora, con más información,
creo que podría haberle avisado, pero no le habría descubierto nada que él no
supiera.
DdA, XII/3141
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