Rivera e Iglesias, una mesa de bar y tres sillas. Ojalá cunda el ejemplo y no sea el único cara a cara que veamos.
Jordi Évole
El Tío Cuco es un bar de Canyelles, uno de los barrios de Nou Barris.
Está en la calle de Antonio Machado, por debajo de las calles Miguel
Hernández y Federico García Lorca. Alguien pensó que al barrio le
faltaba poesía. Debe ser un lujo mandar una ubicación de esas del móvil
para decir que estás entre Miguel Hernández y Lorca. El plato estrella
del Tío Cuco es "Nuestro delicioso bikini". Ese es el reclamo colgado en
la pared en una pizarra cedida por esa cervecera catalana que lo
patrocina casi todo.
Muchos han descubierto Nou Barris hace 15 días. Feudo socialista, en las últimas municipales fue clave para la victoria de Ada Colau, y en las autónomicas Ciudadanos obtuvo una cantidad de votos que ni ellos esperaban. Nou Barris es unos de esos barrios invisibles,
que no sale en las guías turísticas para que acuda hasta allí ninguno
de los millones de turistas que pasan por Barcelona. Y parece que
tampoco sale en las guías de algunos partidos, excepto si es campaña
electoral.
Pero hoy aparecen en el barrio Albert Rivera y Pablo Iglesias. Juntos. Es verdad que no llegan para dar un paseo, ni para comprarse un piso. Vienen a grabar un programa de televisión. Su primer cara a cara,
pero sin atriles, ni cronómetros, ni turnos de palabra acordados. Se
sentarán en una mesa del Tío Cuco a hablar de sus propuestas, con
naturalidad, sin acritud, sin "déjame hablar a mí que yo no te he
interrumpido" (aunque a veces la cabra tire al monte...)
Andamos por la calle, sin que ninguno de los dos lleve medidas de seguridad (y si las llevaban yo no me enteré), con los vecinos acercándose, amables, algunos entusiastas, pidiendo selfies, haciéndoles propuestas, informándoles del abandono del barrio, y repitiéndoles una frase que les va a pesar como una losa: "No nos falléis".
Hay momentos en los que se hace difícil la conversación porque a los
diez minutos los vecinos ya son una multitud que no quiere perderse la
anomalía de ver a dos líderes políticos en su barrio.
Pablo y Albert saben la expectación que provoca verles juntos. Se les ha visto mucho en televisión pero
nunca a los dos cara a cara. Por eso se dejan la piel en el debate y no
dan un punto por perdido. No sé decirles quién ganó. Ya lo decidirán
ustedes. Pero tampoco creo que sea lo más importante. Para mí lo es más
la constatación de las ganas que tiene la gente de saber, de conocer qué
van a hacer con su voto, una ciudadanía mucho más crítica y exigente. Albert y Pablo juegan
en estas elecciones de aspirantes. Y es más fácil que se presten a este
tipo de debates a pelo, sin parafernalia. Una mesa de bar y tres
sillas. Ojalá cunda el ejemplo y no sea el único cara a cara que veamos.
Espero que si algún día llegan a ser presidentes del gobierno ninguno
de los dos se olvide del espíritu del Tío Cuco.
El Periódico DdA, XII/30103
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