Olga Rodríguez
Hace dos años hubo la posibilidad de hablar. De
negociar. De llegar a un acuerdo, o al menos de intentarlo, para
detener, quizá unos días, quizá unas semanas, quizá para siempre, la
guerra en Siria. Lo defendí entonces: “Las treguas salvan vidas”. Sigo
creyéndolo. Las treguas, la negociación, el diálogo, el acuerdo, por muy
maltrechos que sean, por muy débiles y cortos que resulten, salvan
vidas. Y de eso se trata. ¿O no?
Hace dos años estaba
encima de la mesa la Conferencia Internacional de Ginebra II, impulsada
por la ONU. A ella acudieron representantes de Estados Unidos, de la
UE, de Rusia, del gobierno de Siria, y de algunos sectores de la
oposición al régimen sirio, que exigieron la ausencia de Irán en la
negociación. Por entonces muchos se echaban las manos a la cabeza cuando
alguien defendía la negociación con Irán y con Siria para intentar
parar la guerra. Sí, en pleno siglo XXI es políticamente correcto
apostar públicamente por las armas en nombre de la paz.
Las negociaciones en Ginebra II no prosperaron mucho ni
se hizo todo lo posible para que prosperaran. Dos años después algunas
cosas han cambiado. Hay un acuerdo entre EEUU e Irán -para el que
Washington ha necesitado a Rusia- y se buscan salidas negociadas en
Siria. Por el camino han quedado decenas de miles de vidas más perdidas
en el conflicto.
Durante estos últimos años la
apuesta en Siria fue la de la guerra del desgaste: si algún bando
ganaba, Estados Unidos y sus aliados perdían. Ante la ausencia de una
marioneta ideal para colocar al frente de Siria, era preferible
debilitar a los bandos implicados, bajo la estrategia del “que se maten
entre ellos”. Así lo expresaba en su momento Edwar Luttwak, del Center
for Strategic and International Studies (nada sospechoso de ser anti
stablishment), en un artículo en The New York Times:
“Un resultado decisivo para cualquier bando sería inaceptable para
EEUU (...). Solo hay un resultado que puede favorecer posiblemente a
Estados Unidos: el escenario indefinido. Manteniendo al Ejército de
Assad y a sus aliados, Irán y Hezbolá, en una guerra contra luchadores
extremistas alineados a Al Qaeda, cuatro enemigos de Washington estarán
envueltos en una guerra entre sí mismos...”.
Este verano algunas dinámicas cambiaron en torno a Siria. Uno de los
gestos fundamentales fue el anuncio de que Alemania y EEUU retiraban sus
misiles Patriot de territorio turco, instalados desde hace tres años
contra el régimen sirio de Bashar al Assad. Como reacción a esa retirada
-y al acuerdo de EEUU con Irán- Turquía ha dinamitado la tregua con el
PKK y ha hecho la vista gorda en su frontera con Europa, permitiendo la
salida de refugiados hacia Grecia.
Turquía ha sido un
actor clave en la guerra siria: ha apoyado a grupos de la oposición, ha
permitido una frontera porosa por la que entraban y salían integrantes
de diversos grupos armados y durante un tiempo mantuvo una posición
pasiva ante el llamado Daesh o Estado Islámico.
Este
mismo mes los departamentos de Defensa de EEUU y Rusia han tenido
contacto al más alto nivel para hablar de Siria -por primera vez en más
de un año-, con una conversación telefónica entre el secretario de
Defensa, Ashton Carter, y su homólogo ruso, Sergei Shoigu. Tras esa
charla el Pentágono explicó que Carter y Shoigu acordaban discutir
aspectos para asegurarse que las actividades militares de ambos países
en Siria no entren en conflicto.
Según ha informado
el propio New York Times, Obama sopesa los pros y contras de mantener
una conversación con Putin sobre Rusia durante la celebración de la
Asamblea anual de Naciones Unidas. Y el primer ministro de Israel -
también involucrado en la guerra siria- se ha reunido esta semana con
Vladimir Putin, con quien ha llegado a una especie de acuerdo de “no
agresión”: Moscú ha asegurado que Siria no abrirá un segundo frente para
luchar contra Israel, Netanyahu ha afirmado que “Israel y Rusia tienen
intereses comunes, particularmente garantizar la estabilidad” en la
región y así ambos se han comprometido a prevenir enfrentamientos en
Siria.
El ministro de Exteriores sirio, Walid al
Moalem, ha dicho que “EEUU y sus aliados carecen de una estrategia
eficaz para luchar contra el Daesh y ya se han dado cuenta de que deben
colaborar con Rusia en Siria”. Moscú ha desplegado más sistemas
antiáreos y tanques en Siria, ha confirmado presencia de sus militares
para formar a efectivos sirios y está reforzando su presencia en
Latakia, Siria. Putin no dejará caer la base militar naval rusa situada
en Tartús, Siria.
Está claro que Washington ha pisado
el freno: John Kerry ha dicho que la crisis en Siria solo se resolverá
"por la vía política" y ha afirmado que “nuestro enfoque sigue siendo
destruir al Estado Islámico y también un acuerdo político sobre Siria,
que creemos no puede lograrse con una presencia a largo plazo de Al
Assad”, insinuando así que toleraría que el presidente sirio prosiga en
el poder a corto plazo.
El gobierno español, a pesar
de poder jugar un papel autónomo como integrante del Mediterráneo, ha
mantenido siempre un lamentable seguidismo propio de un “protectorado”.
Por eso mismo Al Assad ha pasado, para el ejecutivo de Rajoy, de ser el
adversario al que había que echar a representar un actor con el que
negociar y que tiene “la legitimidad en la interlocución internacional”,
según ha afirmado el ministro de Exteriores español.
Quien ha sido erigido como enemigo de la comunidad occidental desde el
inicio de la guerra siria, es decir, Bashar el Assad, comienza a ser
presentado ahora como legítimo interlocutor y “parte de la solución”,
dicho en palabras del enviado especial de la ONU. Tantos muertos podían
haberse evitado. Pero la intención no era salvar vidas y terminar con la
guerra, sino apostar por el desgaste
de las partes, por el ‘caos constructivo’, por la erosión de los
implicados para, una vez más, poder extraer provecho del pastel de
Oriente Medio. Bien troceadito.
Y quedan aún varios capítulos por delante.
Eldiario.es DdA, XII/3087
No hay comentarios:
Publicar un comentario