En un centro de enseñanza caben
todos los saberes y los conocimientos científicos, pero no las
creencias, que tienen sus propios ámbitos donde ser libremente
impartidas y aprendidas.
Antonio Aramayona
Comienza el curso escolar y a miles de familias les surge un nuevo
grano purulento en salva sea la parte. "El gasto en libros es la muerte,
mi hijo en 1º de Primaria lleva este año siete libros... Le he tenido
que comprar una mochila más grande que él", me escribe una buena amiga.
En efecto, me topo en unos grandes almacenes con toda una sección
especializada en uniformes de colegios privados y libros de texto,
previo encargo. Las colas de gente son enormes. Asimismo, de una
librería céntrica en una avenida principal sale una fila de decenas de
metros de padres y madres que esperan en la calle poder entrar para
adquirir los libros de texto y el material escolar para sus hijas e
hijos. En fin, el negocio del siglo para unos y la zozobra económica
para otros.
Viene a mi mente entonces el artículo 27.4 de la Constitución Española:
"La enseñanza básica es obligatoria y gratuita", a la vez que leo que
un tercio de las familias españolas se ven incapaces de afrontar los
gastos que supone la vuelta al colegio de sus hijos. ¿Gratuita?
¿Por
qué no formar democráticamente una comisión de expertos en educación y
pedagogía, así como en las diversas materias y contenidos de cada etapa y
curso educativo, para que confeccionen unos libros y cuadernos de
ejercicios virtuales, colgados en Internet, gratuitos, a plena
disposición de los docentes, las familias y el alumnado? En tal caso, las editoriales de libros de texto,
en su mayor parte propiedad de congregaciones religiosas católicas (SM,
Edebé, Edelvives, Bruño...), además de Santillana, propiedad del grupo
PRISA, pondrían entonces el grito en el cielo, apelando a la consabida
libertad de mercado empresarial y denunciando el populismo comunistoide del Gobierno que hubiera decidido tal medida, aliviadora del bolsillo y las preocupaciones de muchas familias españolas.
España
parece a veces un país cainita, dividido en dos, tres o mil partes
irreconciliables, incapaz de tener una ley de educación independiente,
como ocurre en buena parte de los países de la UE, de los Gobiernos de
turno y de los grupos de presión económicos e ideológicos. Francisco de
Goya nos dejó un doloroso cuadro, Duelo a garrotazos,
donde dos hombres, enterrados hasta las rodillas, con garrotes en su
mano derecha, pelean a bastonazos en un páramo desolador, al alba. Casi
siempre, la educación española se ha visto sometida lamentablemente a un
perpetuo duelo de garrotazos. Fernando VII abole la Constitución de Cádiz y deja la educación en manos de la Iglesia Católica... Carlos III expulsa a los jesuitas y les arrebata sus centros de enseñanza...
Y así, salvo en el caso de que una dictadura imponga a beneficio propio
una determinada ley de enseñanza, hasta nuestros días. Duelo a
garrotazos, sí. LOGSE y anti LOGSE, LOE versus LOMCE. ¿Para cuándo una
ley de educación de todos y para todos, aceptada, asumida y
confeccionada por todos, con la contribución y consenso también de los
partidos políticos? ¿Para cuándo el saber fundamentado, la razón y la
ciencia en lugar del garrote?
En un centro de enseñanza caben
todos los saberes y los conocimientos científicos, pero no las
creencias, que tienen sus propios ámbitos donde ser libremente
impartidas y aprendidas por quien opte por ellas. ¿Puede haber una ley
de educación tocante a todos esos conocimientos y procesos de
aprendizaje, dejando aparte (lo que no significa negando) los contenidos
de carácter puramente ideológicos?
España no tiene por qué estar sumida en la cultura del garrotazo. No debe convertir en polémica (palabra proveniente del griego polemós:
guerra, contienda) asuntos tan etéreos como silbar o no silbar a un
jugador de fútbol catalán, Piqué, por haber justificado los silbidos a
un himno, haber participado en una manifestación o reivindicado una
consulta popular. De hecho, tampoco es raro que una tertulia televisiva o
los comentarios a muchos artículos parezcan estar hechos a garrotazo
limpio.
Comienza el curso escolar sin una verdadera ley de
educación, sin haber reflexionado siquiera en qué consiste una auténtica
y genuina educación que propicie la existencia de personas ciudadanas
libres, críticas, autónomas, responsables, solidarias e inmensamente
inquietas por el mundo y la vida. La semana pasada un profeflauta motorizado
presenció como pasaba por delante de él un hombre diciendo: "A ver
cuándo te matan de una vez". Aquel profeflauta sintió seguramente un
fuerte garrotazo en sus costillas.
DdA, XII/3078
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