Jaime Poncela
Me aburren los obreros de derechas, las feministas armadas todo el
tiempo con tijeras de capar, los homófobos fascistoides y todos los
demás. Me hartan los hinchas futboleros descerebrados, los borrachos
faltones, los que se pasan de listos con los borrachos, los tenores de
chigre que imparten lecciones de cualquier cosa, los que tratan de
robarte el periódico en los bares, los que van de chanclas con las uñas
llenas de mierda, los que emplean constantemente el verbo “releer”
aunque no hayan leído nada, los tipos que nunca se duchan, los que usan
las redes sociales sin foto y con nombres falsos para insultar a saco,
los matrimonios que se llaman “papi” y “mami”, esos machistas babosos y
cansinos, la progresía de Marx en la estantería y segunda residencia en
el campo. Me cansan los que siempre viven mejor estando en contra de
algo, los que reparten certificados de moralidad, progresía o buenas
costumbres.
Me jode que se hayan muerto Javier Krahe, Miguelito Arrieta, mi padre
o mi hermana habiendo por ahí tanta basura con patas, viva, robando y
masacrando, que se escapa de la estadística, de Dios, de la muerte o de
la suerte. Me hartan los que desprecian cuando desconocen y me agota la
razón de Estado, y el estado de la cuestión, y que los periodistas solo
sepan conjugar el verbo “arrancar” para indicar que cualquier cosa va a
empezar, comenzar, iniciarse, principiar, ponerse en marcha… qué se yo,
mira que hay verbos. Y cómo me repunan (sin g) las tertulias
televisivas con pretensiones de seriedad, la dictadura de los cocineros,
la de los dietistas, la de los y las chonis de Telecinco, que la
información sobre el tiempo que hará se haya convertido en una ciencia
exacta y que le precio de las gasolina no baje nunca.
Me cansa tu cara de acelga, mi bilis enlatada, el futuro escaso, el
pasado inútil, el presente aburrido, la seguridad aplastante de que no
hay nada seguro, despertar cada mañana con la misma ansiedad, irme a la
cama con la misma borrachera. Me cansa sospechar siempre de todo,
acertar casi siempre, que en la misma semana se me estropeen el
páncreas, el calentador y los amigos. Me ahoga que el amor sea escaso,
inalcanzable y deslizante. Me revienta que el kilo de alegría no esté de
oferta en la Feria de Muestras.
Y me cansa, sobre todo, la certeza de que nada va a mejorar por mucho
que yo me haga un selfie como este y trate de buscar en el fondo del
paisaje que se ve a mis espaldas algún motivo para querer hacerme el
siguiente.
Artículos de Saldo DdA, XII/3050
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