Lidia Falcón
Los forenses han dictaminado que la mujer cuyo cadáver se encontró calcinado en un container
de Nerva (Huelva) hace unos días se había suicidado. De las
monstruosidades que estoy acostumbrada a oír respecto a los asesinatos,
violaciones y palizas de las mujeres, debo confesar que no contaba con
esta.
El cadáver, chamuscado por haber sido quemado, estaba tirado dentro de un container
en un lugar muy cerca de la Feria que se estaba celebrando en el
pueblo. Hay que imaginar, por tanto, cómo la desgraciada víctima se fue
hasta ese lugar, se metió en el contenedor de basura, se prendió con
gasolina y se quedó allí, quietecita, hasta morir, ya que resulta más
increíble que se suicidara de alguna otra manera y después se
introdujera en él para quemarse. Ni un grito ni una luz de las
llamaradas, que debieron arder durante muchos minutos –una persona tiene
una masa corporal mucho mayor que un perro o un montón de maderas–, que
alertara a los asistentes a la fiesta, no muy lejos de allí. No se sabe
si la víctima dejó una nota explicando su heroica acción, porque ni
siquiera sabemos quién es la víctima.
Lo que sí sabemos, pronto lo descubrieron los forenses, es que era
negra. ¿Qué más necesitamos para olvidarnos de ella a los dos días de
hallar sus restos? Probablemente puede haber sido prostituida, y
probablemente también asesinada por el prostituidor, el macarra, el
chulo o el proxeneta, que en estos momentos estará muy contento de la
eficacia del servicio forense de Nerva.
Forenses que cumplen su tarea como aquellos que me tomaban la tensión
en la Dirección General de Seguridad y le decían a los torturadores:
“Déjenla descansar”. Forenses a los que no se les preguntará por las
compensaciones económicas que deben recibir de la mafia de la
prostitución que ejerce impunemente en Andalucía. Forenses que si se
equivocan no tienen ninguna responsabilidad, ya que ninguna legislación
española se lo exige, como sucedió con la que dictaminó que los restos
de los niños José y Arantxa Cortés, asesinados por su padre, eran de
animales. Pero en este caso los niños tenían madre y abuelos que
recurrieron al experto forense Francisco Etxebarría, y toda una sociedad
estremecida que exigió conocer la verdad. Los niños eran hijos de una
madre andaluza, blanca, instalada en el pueblo, y conocidos y amados por
numerosos vecinos, amigos y familiares. La anónima muerta de Nerva no
debe de tener familia, puesto que no tiene ni nombre, ni amigas ni
amigos ni abogada defensora. Es solamente unos restos calcinados dentro
de un container en un pueblo de la provincia de Huelva. ¿Quién va a preocuparse por ella?
La Guardia Civil dice que interrumpe la investigación porque se
suicidó. Es decir, que nunca conoceremos su nombre, y sus padres,
familiares y amigos jamás sabrán que escogió para pira funeraria, túmulo
y nicho un cajón de metal para basuras en un descampado de la feria de
Nerva. La Guardia Civil, que ha perseguido con eficacia asesinos de toda
laya, corruptos varios de las mejores familias, narcotraficantes,
terroristas, en complejísimas tramas que han tenido que investigar años
enteros, ahora ha decidido abandonar las pesquisas para averiguar, al
menos, quién era la dueña de aquellos pobres restos quemados, doblados
en el fondo de un contenedor de basura, ya que los forenses han dicho
que se suicidó.
¿Y qué dice el juzgado? El todopoderoso juez que dispone de la vida y
la hacienda de las gentes en cumplimiento del mandato constitucional de
proteger a toda persona del delito y la maldad archivará el expediente
porque la suicidada ya está muerta, y no hay nadie responsable de su
muerte más que ella misma, que tuvo la desgracia de nacer mujer, pobre y
negra. Peor que ser mujer, que ser pobre o que ser negra, es ser mujer y
pobre y negra.
Y venir a morir a un país, europeo, desarrollado, la décima potencia
industrial del mundo, democrático, igualitario y solidario, que
permitirá que su cadáver vaya a parar a la fosa común, mientras el
sumario se hunde en los armarios de los casos archivados.
Si consentimos esta nueva infamia judicial, si las feministas y las
mujeres y los hombres de buena voluntad no salimos a la calle, en todas
las ciudades de España, a gritar contra los forenses, contra la Guardia
Civil y contra el juez, que permiten semejante desafuero, a exigir la
justicia que se merece la negra quemada desconocida, es que las que
estamos muertas somos nosotras.
DdA, XII/3062
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