“La literatura no sirve más que para contar la infamia permanente”. (Rafael Chirbes).
Luis Arias
Una prosa con sabor aguardentoso. Unas tramas narrativas que están
muy lejos de perseguir lo políticamente correcto. Un universo literario
muy centrado, hasta las mismas entrañas, en el aquí y el ahora de este
país. Una obra literaria que, sin duda, será siempre una referencia
obligada para adentrarse en la mediocridad y mezquindad de nuestro
presente más inmediato.
Alejado de farándulas, indiferente a los coros y danzas oficiales de
cualquier pesebre, lo suyo era la ambición por dar cuenta de los
entresijos de una sociedad cada vez más putrefacta y desencantada.
Tras su muerte, hay voces que se suman a los lamentos y pesadumbres,
entre ellas, las de quienes representan justamente todo lo contrario del
significado de la obra de Chirbes. Pero eso está siempre en el guion:
santificar a los muertos y reclamar a quien fue independiente y honesto
como uno de los suyos. ¡Cuánta hipocresía!
En una época de consignas y beateríos, en un reinado del pensamiento
blando y ñoño, en un tiempo en que la indignación aleja de los pesebres,
en un mundillo farandulero marcado por la misma corrupción que el
propiamente político, la obra de Chirbes representa un bofetón en toda
regla a tanta impostura, a tanta necedad, a tanta estupidez.
Lo dicho: la prosa que sabe a aguardiente, la extrema dureza de la
falta de escrúpulos, la sordidez extrema que vampirizó cualquier ideal,
cualquier grandeza. Las caídas del caballo de muchos que empezaron con
poses revolucionarias y terminaron por ser unos virtuosos de las
mordidas y los pelotazos, con sus pretendidas argumentaciones vomitivas e
inconsistentes a más no poder, la falacia de una vida pública que tiene
de casi todo menos proyecto de sociedad o de país.
Mundo y submundo el nuestro que tiene su cabida en las novelas de
Chirbes. De algún modo, es el Galdós de nuestros días, en lo que se
refiere a la plasmación literaria de este tiempo que es el nuestro. Una
obra que es también todo un alegato contra lo descafeinado, contra toda
suerte de sucedáneos.
¿Qué decir de “Crematorio”? Imprescindible lección de lo que es la
vida pública actual, donde salen a la luz tantas y tantas miserias,
donde lo metafórico se cubre y recubre de paradoja, donde lo simbólico
adquiere, en aparente contradicción, un realismo crudo y cruento, donde
no hay lugar para las medias tintas.
¿Quiere usted llevar en su mochila unos cuantos libros que le sirvan
de catarsis contra las servidumbres y sordideces de esta época, contra
los cinismos, traiciones y renuncios? Pues cargue usted en ella los
libros de Chirbes y de Belén Gopegui. Puedo asegurarle que echará fuera
todos los ardores que le torturaban el estómago.
DdA, XII/3056
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