"Su país y sus bancos (perdone la
redundancia) nos deben mucho dinero, así que comience usted a privatizar
empresas públicas y vendérnoslas a precios de saldo; reforme usted el
mercado laboral: queremos contratar y despedir cuando y cuanto se nos
antoje".
Antonio Aramayona
Hace
cuatro años tuve una pesadilla. Soñé que el Presidente de un país, sin
mácula y lleno de inocencia, era llamado con urgencia desde algún
teléfono del Nuevo Mundo. El Presidente había logrado ya conciliar el
sueño, pero fue despertado sin remilgos -bien entrada la madrugada-,
dada la diferencia horaria existente entre "Yurop" y los
"Yunaitedsteits".
"Véngase usted sin dilación", le ordenó una voz
que el Presidente no reconoció personalmente, mas se temió lo peor al
imaginar quién podría ser su intempestivo interlocutor. Se levantó y
arregló en el acto, dio órdenes a cuantos durmientes había en el palacio
presidencial para preparar el vuelo y, a las dos horas y veintidós
minutos de aquella primera llamada, un avión de las Fuerzas Aéreas
despegaba rumbo a Yankilandia.
En los inicios de la pesadilla,
supuse que el Presidente iba a entrevistarse con el presidente Obama o
con la secretaria de Estado, Hillary Clinton, o con la no precisamente
pacifista embajadora norteamericana ante las Naciones Unidas, Susan
Rice. Pero me percaté de mi error a medida que transcurría la historia.
Al
Presidente sin mácula y lleno de inocencia le esperaba un Rolls-Royce
negro al pie de la escalerilla. Subió en él. El viaje hasta la suite de
un hotel de las afueras de la ciudad transcurrió en silencio, pues los
anfitriones no se habían molestado en proporcionarle un traductor y el
Presidente apenas sabía balbucear cuatro frases en inglés.
Como la
pesadilla tiene muchas lagunas, sólo recuerdo ver al Presidente sentado
en una butaca de cuero negro ante tres hombres y una mujer frente a él,
más unos cuantos asesores y servidores a sus espaldas.
Las
cuatro personas saludaron y fueron directamente al grano: "Usted no sabe
quiénes somos, así que puede llamarnos FMI, OMC, Wall Street o como le
venga en gana. De hecho, estos nombres nos sirven de excelente camuflaje
para no dar a conocer nuestra identidad real".
"Mire usted", le
espetaron sin miramientos, "su país y sus bancos (perdone la
redundancia) nos deben mucho dinero, así que comience usted a privatizar
empresas públicas y vendérnoslas a precios de saldo; reforme usted el
mercado laboral: queremos contratar y despedir cuando y cuanto se nos
antoje".
"Sabe usted que podemos aniquilar la economía de su país
en unas pocas horas, así que aténgase a las consecuencias. La sanidad y
la educación existirán exclusivamente para quienes puedan pagarlas.
Toda la economía tiene que estar encaminada a pagar la deuda, nuestra
deuda, de tal forma que reformen cuanto haga falta y ajusten el déficit
para este único objetivo".
"¡Ah!, además queremos que ustedes
rubriquen todo lo que le acabamos de decir y cuanto está escrito en este
documento (un hombre se acercó e hizo entrega al Presidente de un
voluminoso dossier) en la mismísima Constitución del país que usted
preside y gobierna. ¿Ha entendido usted todo lo que le hemos dicho?".
Sin
esperar la respuesta del Presidente, se levantaron y se fueron. El
Presidente, sin mácula y lleno de inocencia, se quedó sentado allí...
Consternado, sin fuerzas, consciente de lo que le podía caer encima en
pocas horas. Llamó al jefe de la oposición y concertó una reunión de
urgencia en el aeropuerto para cuando hubiese aterrizado. Por primera
vez desde hacía décadas, el partido del Gobierno y el principal -y
desleal- partido de la oposición se pusieron de acuerdo en unos minutos.
Discretamente, sin hacer ruido o provocar el menor indicio de
alarma, convocaron a sus gentes de confianza. A las treinta y seis horas
estaba acordado y redactado el nuevo texto de un artículo de la
Constitución, donde quedaba consagrado el deber de todas las
Administraciones Públicas de adecuar sus actuaciones al principio de
estabilidad presupuestaria y de no incurrir en un déficit estructural
que superase los márgenes establecidos.
Al día siguiente, el
nuevo texto constitucional fue aprobado por más del 90% de los miembros
de la Cámara Baja. El Presidente, ya maculado y con escasa inocencia,
respiró aliviado al no ser necesario convocar a un referéndum, aunque el
10% de los representantes de la Cámara Alta o la Cámara Baja no lo
había solicitado. El Presidente, sin embargo, sigue sin reponerse del
susto, hasta tal punto, que no recogió en sus Memorias este fulgurante
viaje a Yankilandia.
Y aquí (¿o no?) acaba mi pesadilla de la otra noche. Al despertarme escuché la voz engolada de Descartes, que decía:
Con todo, debo considerar aquí que soy hombre y, por consiguiente, que tengo costumbre de dormir y de representarme en sueños las mismas cosas, y a veces cosas menos verosímiles, que esos insensatos cuando están despiertos. ¡Cuántas veces no me habrá ocurrido soñar, por la noche, que estaba aquí mismo, vestido, junto al fuego, estando en realidad desnudo y en la cama!
En este momento, estoy seguro de que yo miro este papel con los ojos de la vigilia, de que esta cabeza que muevo no está soñolienta, de que alargo esta mano y la siento de propósito y con plena conciencia: lo que acaece en sueños no me resulta tan claro y distinto como todo esto. Pero, pensándolo mejor, recuerdo haber sido engañado, mientras dormía, por ilusiones semejantes.
Y fijándome en este pensamiento, veo de un modo tan manifiesto que no hay indicios concluyentes ni señales que basten a distinguir con claridad el sueño de la vigilia, que acabo atónito, y mi estupor es tal que casi puede persuadirme de que estoy durmiendo" (Meditaciones Metafísicas).
Lo peor de la pesadilla es que alguien me sigue asegurando que no fue ninguna pesadilla.
El Huffington Post DdA, XII/3040
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