Félix Población
Hay tipos que, aunque no manejen con destreza el oficio, deberían
escribir para contar su trabajo. Yo supongo que esto podría hacerlo a
partir del pasado domingo Abelardo Fernández, entrenador del Sporting de
Gijón desde las últimas jornadas de la pasada temporada. Entonces situó
a su equipo en la liguilla de ascenso, cuando pocos podían esperar tal
cosa. Este año lo ha llevado a primera división tras una última jornada
de infarto. Lo ha logrado con una plantilla gestada en la cantera,
sin generar un solo gasto en fichajes.
Está claro que es en estos casos cuando la figura de entrenador es
algo más que un nombre de prestigio puesto en concordancia con un
vestuario de elite. ¿Qué ha hecho Abelardo para lograr tan sobresaliente
resultado a lo largo de la liga -solo dos partidos perdidos- con unos
futbolistas que, por ahora, han puesto como sus más relevantes méritos
mucho trabajo, mucho esfuerzo y una calidad suficiente para imponerse a
rivales mucho más curtidos y entonados? ¿Cómo ha logrado Abelardo, en
medio de una situación económica nada favorable en el club, abstraerse
de esas dificultades para centrarse con los suyos en las estrictamente
deportivas y sacar el máximo provecho?
Por ahí iba cuando me refería a la necesidad de contar estas cosas,
porque a este país y al mundo del fútbol en general -concebidos en uno y
otro caso como negocios tantas veces enfangados en corruptelas de todo
tipo, según hemos podido comprobar con los últimos escándalos de la
FIFA-, lo que le faltan como agua de mayo para salir de su penuria moral
y económica son las tres claves en que ese señor modesto, inteligente y
trabajador que se llama Abelardo Fernández ha basado su éxito:
capacidad para acometerlo, un despliegue y constancia máximas en el
esfuerzo, y honradez, honradez, honradez. (Dígase hasta el hartazgo).
Puede que todo eso, con ser mucho, no fuera bastante si, además, el
Sporting no representara para Abelardo y sus chavales algo más que un
club. Para escribir la historia de ese equipo durante esta última
temporada, a modo de lección ejemplar para todos, este último punto
sería posiblemente el más complejo de glosa. Yo no diría que es
patrimonio del alma, pero casi, y ya se sabe lo que el sentimiento -aunque
sea inefable- puede dar de sí.
DdA, XII/3024
No hay comentarios:
Publicar un comentario