Voy a hablar del jubilado hombre. De la jubilada mujer ya
se ocupará una mujer. Pese al igualitarismo entre ambos sexos que la sociedad
actual persigue tenazmente sigue habiendo diferencias entre ellos; sigue
habiendo diferencias, por la fortuna que hay en todo fuerte contraste.
Pues bien, la
jubilación produce en el jubilado uno de estos dos efectos globales: el de una
condena o un castigo, o el más normal de una bendición. En el primer caso es el
principio anticipado del fin de una vida. En el segundo es el inicio de una
nueva vida, el comienzo de una segunda oportunidad. Hablaré aquí de
este último, más habitual.
Partiendo de una
salud normal o media del jubilado en el que pienso, necesitamos conocer tres
datos que condicionarán la nueva situación vital: el montante económico de la
pensión; la necesidad o no de allegar ayuda a hijos o a nietos; las expectativas o el nivel de exigencias materiales del pensionista.
Suponiendo que no
se dé el caso de la ayuda que merma considerablemente las posibilidades de
vida desahogada del jubilado constriñéndole a una austeridad forzada, en el
resto de los casos y sea cual fuere la suma de la prestación, el jubilado
normal se encuentra ante una súbita necesidad que no viene determinada por
ninguna otra condición: aprovechar al máximo el tiempo para sí mismo, devorar
la vida que le quede por delante.
Al principio y por
varios años éste será el objetivo. Se reunirá con viejos amigos y/o buscará
nuevas relaciones. Se acostará a altas horas de la noche y, dependiendo del
carácter personal, hará a lo largo del día la obra o las cosas que antes no
pudo hacer o disfrutará simplemente del dejarse llevar por el día a día.
Comerá la cantidad que siempre comió o más, dormirá menos o más pero no lo
mismo que las horas que durmió; en condiciones normales las relaciones sexuales
con su pareja, si la tiene, serán más frecuentes; añadirá ejercicio físico,
caminatas o paseos rutinarios; en general se mostrará exultante como si
hubiera vuelto a nacer...
Pero luego, poco a
poco, la naturaleza, el instinto y los mensajes que envía un organismo ya
menos anestesiado por la presión de las preocupaciones derivados de la
actividad que precedió a la jubilación, empezarán a acusarse y a hacer a su vez
un significativo efecto. Paulatinamente y como consecuencia de una reducción
natural del estómago, comerá menos aunque no haya decaido el apetito; las relaciones sexuales se irán haciendo más
espaciadas, como lo serán también las reuniones con viejos amigos; no serán
infrecuentes las rupturas o el enfriamiento de las viejas relaciones sociales
y aun de las viejas amistades... Nuevas, inéditas sensaciones consecuencia de
la oxidación del cuerpo, del endurecimiento del alma, de una circulación sanguínea
más dificultosa, de una digestión más lenta, de una micción más frecuente y
de una pérdida progresiva del asombro harán acto de presencia en la vida
cotidiana y en el sueño.
Será difícil
librarse de la medicación que amenaza vitalicia por causa de la hipertensión o
del aumento de la glucosa en sangre o del insomnio. Pero si, después de luchar
para evitarla, se ha librado uno de ella, el organismo será una sensible caja
de resonancia que hasta ahora apenas se
había escuchado a causa de la euforia o de trajines novedosos.
Entramos en la
tercera fase: la intensa atención al cuerpo. Cualquier cosa, incluida por
supuesto la alimentación, repercute en el metabolismo y en el ánimo. Acecha la
fatiga psicológica. La impresión que nos han causado hasta ayer los hechos, los
acontecimientos y los entretenimientos habituales cede, en parte
favorablemente porque nos libera de la tensión que provocan, y en parte porque
se nos muestran reiterados, repetitivos, monótonos. Hemos de protegernos del
tedio. La existencia que supone la plena consciencia de uno mismo a lo largo de
los sesenta segundos de que se compone cada minuto, será un hecho. Y, para resumir ese singular
proceso vital y principalmente a partir de la fecha de la jubilación, ya es
ilustrativa la alegoría del alpinista que, a medida que va subiendo la
montaña de la vida y alcanzando más altura, va viendo a sus congéneres cada vez más pequeños y sus
comportamientos los que tienen lugar en una jungla o en un zoo; más
insignificante se ve a sí mismo, menos importante lo que hizo en su vida
anterior y más vulnerable e indefenso ante el vuelo de una mariposa que podrá
dañarle e incluso matarle con sólo posarse en su corazón.
DdA, XII/3025
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