Una
jueza, un médico que es ministro de Sanidad, la Iglesia en pleno creen
que tienen derecho a imponer su voluntad sobre el bienestar de la niña.
Soledad Gallego Díaz
Hoy habrá muchos temas de los que hablar: el programa municipal y autonómico de Podemos, al que ya no se podrá acusar tan fácilmente de indefinición; conversaciones para conseguir que Ciudadanos y Podemos ayuden a que la socialista Susana Díaz
sea investida presidenta de la Junta, con un programa mucho más atado
de lo que hubiera deseado... Todos son asuntos interesantes, pero
resulta que en Paraguay una niña de 10 años, violada por su padrastro, está siendo obligada a seguir adelante con su embarazo y a parir, pese a que su cuerpo infantil solo alcanza el metro cuarenta y los 34 kilos de peso.
Los demás son temas interesantes. El de esta niña es asunto de vida o muerte y de desprecio a su dignidad. Una
jueza, un médico que es ministro de Sanidad, la Iglesia en pleno creen
que tienen derecho a imponer su voluntad sobre el bienestar de la niña.
Ni dudan, ni se lamentan. La crueldad de todo un sistema frente a la
vida de una niña de 10 años, sin ningún tipo de tapujos, a las bravas y
con toda la soberbia del poder. Aquí mandamos nosotros. Se acabó.
Paraguay es un país desdichado, sin duda. Quizás, el
más desdichado de América Latina. Pero pertenece a la Comunidad
Internacional, es miembro de la ONU, de la OEA, de UNASUR y de MERCOSUR.
El caso de esta niña condenada porque sí, por el fanatismo soberbio de
quien tiene la fuerza, debería acarrear su expulsión del mundo
civilizado. Pero no será así. La pequeña y desdichada niña paraguaya quizás sobreviva al parto. Quizás, no. Pero el Gobierno paraguayo seguirá adelante como si tal cosa.
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SER / DdA, XII/2996
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