«Grecia
en el aire»
Herencias
y desafíos de la antigua democracia ateniense
vistos
desde la Atenas actual, nuevo libro de Pedro Olalla, editado por Acantilado, que se presentará estos días en varias ciudades española. Este Lazarillo se permite recomendarlo, una vez más, a quienes se interesen por lo que plantea la obra, que el autor resume en el artículo que la editorial ha tenido la deferencia de enviarme.
«Desde el comienzo de ese
esfuerzo griego por construir un espacio artificial y humano donde fuera
posible la justicia y donde el destino común estuviera regido por la voluntad
de los hombres, los ciudadanos fueron la ciudad, y, por tanto, el Estado. No
existía un Estado ajeno a los ciudadanos. Ya desde las osadas medidas de Solón
para implicar a todos en las decisiones, el Estado nació como una organización
orientada a defender el interés común y los derechos individuales frente a los
intereses particulares y la arbitrariedad de las familias poderosas y de sus
instrumentos de dominio. Es decir, desde el primer paso, el Estado comenzó a
construirse como un Todos frente a un Ellos. […] Y es que, en el fondo, la
historia de la democracia ateniense no es sino la historia del paso progresivo
del poder a manos de los ciudadanos. Por eso hoy, tal vez tenga sentido
rastrear por los rincones de esta ciudad infatigable lo que condujo entonces a
aquel impresionante logro; rastrear sus herencias y también reconocer sus
retos; y hacerlo ahora, como algo inaplazable, ahora que en nuestras
deficientes democracias las decisiones reales se toman cada vez más y más lejos
de la ciudadanía.»
Pedro Olalla
Si algo nos ha enseñado esta «crisis», es que los
ciudadanos estamos llamados a reconquistar la Política. Éste, y no otro, es el
verdadero reto de nuestro tiempo. Porque nuestras democracias necesitan
urgentemente cambios estructurales profundos, porque los problemas que nos
afectan necesitan soluciones políticas, y porque tales soluciones y tales
cambios no vendrán nunca propiciados desde las cumbres, lisa y llanamente
porque van en contra de sus intereses.
Si queremos conseguir una mejor distribución de la riqueza y del poder—cosa que la humanidad necesita con urgencia para no acabar convertida en una triste estirpe de esclavos—, tenemos que reconquistar la Política. Si queremos que esta situación permanente de abuso y de estafa pueda ser revertida por procedimientos pacíficos y sustituida por una situación de consenso capaz de sostenerse, tenemos que ser muchos y actuar de forma organizada. Con ideas claras y reivindicaciones mínimas comunes y explícitas. Sólo así podremos desposeer de legitimidad a quienes aún escudan sus políticas depredadoras tras la afirmación de que son «los legítimos representantes democráticos» y tras la falacia de que «gobiernan en defensa del interés común». Nuestra sociedad necesita radicalizarse, y mucho, pero en el sentido de hacerse más radicalmente democrática, porque no hay que olvidar que, en nuestros tiempos, la democracia sigue siendo un proyecto radical y revolucionario, tal como lo fue aquí, en sus orígenes.
¿Qué nos separa de ese sueño? En el fondo, nuestra voluntad. Nuestra implicación. No puede construirse un mundo diferente sobre una sociedad indiferente. Aquí y en todas partes, hay mucho por hacer: casi todo. Desde arbitrar mecanismos para la participación ciudadana en la toma de decisiones políticas hasta cambiar la forma en que se genera el dinero y se financian los Estados. Desde redactar nuevas constituciones que no sean corsés para la democracia hasta cambiar los parámetros con los que se calcula el PIB de los países y la rentabilidad de las empresas. Desde erradicar los mercados especulativos hasta establecer ingresos ciudadanos y dotes democráticas. Desde abrir cauces para introducir regularmente iniciativas legislativas hasta crear cuerpos ciudadanos de supervisión de los gobiernos. Desde convertir los referenda en un ejercicio frecuente de soberanía hasta establecer el derecho de destitución de los políticos electos. Sólo así, reconquistando la política, podemos esperar cambios profundos.
Y si, al final, no hacemos nada de todo esto, no tardará en llegar el día en que nos informen de que la crisis ha acabado. Abrirán el grifo del crédito los mismos que hace un tiempo lo cerraron y se pondrán de nuevo en marcha los engranajes de la economía. Muchos sonreirán aliviados, darán por buenas las actuales políticas y nos reprocharán a algunos nuestro recelo contra el poder establecido. Un buen día, cuando el trabajo sea tan barato que apenas influya en el precio del producto, cuando el derecho a la salud sea un artículo de lujo, cuando la educación sea un privilegio de clase, cuando legiones de seres humanos estén dispuestas a todo por un bocadillo, cuando la riqueza generada por todos sea propiedad privada de unos pocos, cuando el agua y la tierra tengan un nuevo dueño, cuando hayan conseguido erradicar la solidaridad y hacernos delatores, resignados y cobardes, cuando la democracia sea tan sólo «sombra del humo», entonces, la crisis habrá terminado. Nunca, en tan poco tiempo, habrán logrado tanto.
Si queremos conseguir una mejor distribución de la riqueza y del poder—cosa que la humanidad necesita con urgencia para no acabar convertida en una triste estirpe de esclavos—, tenemos que reconquistar la Política. Si queremos que esta situación permanente de abuso y de estafa pueda ser revertida por procedimientos pacíficos y sustituida por una situación de consenso capaz de sostenerse, tenemos que ser muchos y actuar de forma organizada. Con ideas claras y reivindicaciones mínimas comunes y explícitas. Sólo así podremos desposeer de legitimidad a quienes aún escudan sus políticas depredadoras tras la afirmación de que son «los legítimos representantes democráticos» y tras la falacia de que «gobiernan en defensa del interés común». Nuestra sociedad necesita radicalizarse, y mucho, pero en el sentido de hacerse más radicalmente democrática, porque no hay que olvidar que, en nuestros tiempos, la democracia sigue siendo un proyecto radical y revolucionario, tal como lo fue aquí, en sus orígenes.
¿Qué nos separa de ese sueño? En el fondo, nuestra voluntad. Nuestra implicación. No puede construirse un mundo diferente sobre una sociedad indiferente. Aquí y en todas partes, hay mucho por hacer: casi todo. Desde arbitrar mecanismos para la participación ciudadana en la toma de decisiones políticas hasta cambiar la forma en que se genera el dinero y se financian los Estados. Desde redactar nuevas constituciones que no sean corsés para la democracia hasta cambiar los parámetros con los que se calcula el PIB de los países y la rentabilidad de las empresas. Desde erradicar los mercados especulativos hasta establecer ingresos ciudadanos y dotes democráticas. Desde abrir cauces para introducir regularmente iniciativas legislativas hasta crear cuerpos ciudadanos de supervisión de los gobiernos. Desde convertir los referenda en un ejercicio frecuente de soberanía hasta establecer el derecho de destitución de los políticos electos. Sólo así, reconquistando la política, podemos esperar cambios profundos.
Y si, al final, no hacemos nada de todo esto, no tardará en llegar el día en que nos informen de que la crisis ha acabado. Abrirán el grifo del crédito los mismos que hace un tiempo lo cerraron y se pondrán de nuevo en marcha los engranajes de la economía. Muchos sonreirán aliviados, darán por buenas las actuales políticas y nos reprocharán a algunos nuestro recelo contra el poder establecido. Un buen día, cuando el trabajo sea tan barato que apenas influya en el precio del producto, cuando el derecho a la salud sea un artículo de lujo, cuando la educación sea un privilegio de clase, cuando legiones de seres humanos estén dispuestas a todo por un bocadillo, cuando la riqueza generada por todos sea propiedad privada de unos pocos, cuando el agua y la tierra tengan un nuevo dueño, cuando hayan conseguido erradicar la solidaridad y hacernos delatores, resignados y cobardes, cuando la democracia sea tan sólo «sombra del humo», entonces, la crisis habrá terminado. Nunca, en tan poco tiempo, habrán logrado tanto.
DdA, XII/3006
No hay comentarios:
Publicar un comentario