Sepa o recuerde el
periodismo oficial que la estatura y calidad democráticas de un país también se
miden por la clase y estilo de periodismo que predomina; más quizá que por el comportamiento de sus gobernantes.
Jaime Richart
Reconoce la ciudadanía la talla de una democracia, por el
nivel de independencia que aprecia en cada uno de los tres poderes del Estado.
Y también por el nivel de independencia del cuarto poder, el periodismo. Pues
bien, ese nivel de independencia lo marca por sistema el ejecutivo. Ni el
judicial ni el legislativo salvo legislar contra la libertad de prensa,
disponen de recursos para imponerse a los demás. Ni en las dictaduras ni en las
democracias, aun las más débiles como es la española.
Por eso la fragilidad
de la democracia llega siempre por la hipertrofia del poder ejecutivo a costa
de la atrofia tanto del poder judicial como del poder legislativo como del
periodismo. Y si el legislativo tiene mayoría absoluta y abusa de ella
legislando en solitario, con mayor motivo pues lo que hace es reforzar el
poder del gobierno. Si eso sucede, si efectivamente el ejecutivo prevalece
sobre los otros y el legislativo abusa de la mayoría absoluta, de poco sirve
que la constitución proclame como democracia representativa y Estado de
Derecho el sistema: el país funcionará como una dictadura más o menos simulada.
Y en este caso, el
de una democracia simulada o de muy baja calidad, estamos en España. Los diez o
doce años posteriores al fin de la dictadura no se computan sino como
preparatorios de un régimen político que instauró una democracia. Pero fue una
democracia a la medida de los intereses de unas clases sociales determinadas.
Y efectivamente la ilusión funciónó durante los siguientes veinte años locos
sumidos en el saqueo y en el derroche de los fondos recibidos de la Unión
europea. Lo que ha sucedido es que en cuanto ha irrumpido la crisis financiera
han salido todas las lacras, las miserias, el expolio, el cohecho, la prevaricación,
la malversación, las argucias, las trampas y el abuso de poder, enseñoreándose
la miseria de la vida de millones de españoles. Y aquello que se suponía era
democracia se ha revelado como una miserable tapadera para el enriquecimiento
de gobernantes y logreros de toda especie. Luego ha bastado la mayoría
absoluta del partido del actual gobierno en el Congreso y en parte de las
Autonomías, para mostrar la verdadera faz de la realidad: que en España la
democracia es una farsa agravada por una reciente ley represora de las
libertades cívicas, que la impunidad se perfila en cada caso, y que en absoluto
es el demos quien gobierna.
La prueba
principal de la falsía o debilidad de la democracia española, aparte las leyes
hechas a la medida de los poderosos o incumplidas, es el embridamiento severo e insidioso del poder judicial
atenazado por el ejecutivo. Pero la tenaza del ejecutivo no es tanto por su
injerencia directa o por la del legislativo, como por el posicionamiento
ordinario en asuntos graves del ministerio público y por la actitud
enjuiciadora de magistrados ideológicamente comprometidos con los dos partidos
principales y con el ejecutivo de turno. No magistrados ordinarios, sino esos
situados estratégicamente en el órgano de gobierno judicial (CGPJ), en los
tribunales de Justicia autonómicos y en el tribunal clave que es el TC que
condicionan las resoluciones de los jueces ordinarios y las de los jueces
especiales de la Audiencia Nacional que investiga y sustancia la corrupción.
Pero a lo que
vamos. Tampoco el periodismo es mucho más independiente. O por mejor decir,
tampoco son independientes los periodistas de los medios oficialistas, prensa y
radiotelevisión, que son la quintaesencia del poder visible. Y en este caso, lo
mismo que ocurre con el judicial, la no independencia tampoco es debida a la
intromisión directa del ejecutivo en el medio sino a la mentalidad de los
dueños del medio de que se trate más o menos cómplices del ejecutivo. Los
periodistas han de coincidir con la ideología de la persona física, de la
persona jurídica societaria o de la jerarquía eclesiástica propietarias, o
bien ceder al interés de todos ellos. La prueba está en los avatares
profesionales polarizados en dos periodistas de relumbrón: uno descaradamente
ideologizado por confeso dispuesto a reforzar el neoliberalismo y por
consiguiente enemigo de cambios profundos, y el otro a favor del cambio,
doblegado recientemente por el dueño o dueños del medio en el que trabaja.
Y de esa falta de
dependencia, por un lado, y del activismo más o menos solapado de los dueños
de los medios, por otro, devienen varias de las corruptelas del periodismo
español y de los periodistas que deben mirar por a los rendimientos económicos
de las emporios a que pertenecen y atenerse a la ideología de sus propietarios
lamentablemente por encima de cualquier otra consideración.
Tenemos varios ejemplos indiciarios:
Uno está en la propia investigación de los profesionales
de esos medios de la corrupción política. En ella asoma también el fantasma de
la corrupción del periodista o del propio medio, al translucir la noticia
generalmente escandalosa el tufo corruptor del funcionario que la ha filtrado
a cambio de favores o de precio.
Otro está en la falta de dignidad de los periodistas que
en una estancia esperan ante un televisor la comparecencia del presidente de
gobierno para que no se le hagan preguntas, pero ellos no abandonan la sala en
protesta por la tontuna y la desconsideración y se limitan a hacer de ello crítica.
Otro, en ése o ésa periodista persiguiendo al político o al personaje de turno para sacarle unas palabras pese a que éste hace
palpable desde el primer momento que no tiene la más mínima intención de
responder, pero no abandona inmediatamente el intento aunque sólo sea por
meras razones estéticas.
Otro, la obsesiva incitación de ciertos periodistas a
tomar como enemigo al gobierno socializante de un país latinoamericano, siendo
así que el español deja tanto que desear, obviando las relaciones e intereses
comerciales y armamentísticos que España tiene en aquel país. Actitudes que
contrastan fuertemente con el silencio calculado y metódico de esos mismos
medios y de esos mismos periodistas respecto a otros países con los que España
tiene relaciones más estrechas todavía que con la nación sudamericana y pese a
que pisotean gravemente los derechos humanos y los de la mujer.
Y otro, en fin, hacer de la noticia truculencia,
obscenidad, amarillismo y sensacionalismo. Pues todo eso es embadurnar la noticia
de un hecho dramático o trágico con la divulgaciónde pormenores del evento bajo
el pretexto del "deber de información", durante días o semanas y
hasta la náusea. Escabrosidad que supone una indignidad para el periodista,
para el medio que representa y para la ciudadanía destinataria de su noticia.
Pues las personas sanas de espíritu observan hasta qué punto esos medios
oficiales no tienen empacho en explotar la curiosidad malsana y al fin los
bajos instintos y la morbosidad de los destinatarios del oficio que son los
lectores, los radioyentes y los televidentes. Ese modo de tratar el evento y los ínfimos de
detalles en miles de páginas de la prensa, y ese llenar otros tantos miles de
horas en radio y televisión acerca del hecho luctuoso o la tragedia, lo
acreditan.
Sepa o recuerde el
periodismo oficial que la estatura y calidad democráticas de un país también se
miden por la clase y estilo de periodismo que predomina; más quizá que por el comportamiento de sus gobernantes, pues estos son de
coyuntura e intercambiables mientras que el periodismo perdura y los periodistas
les sobreviven. Y en España al periodismo preponderante le falta rigor y le
sobra precipitación, le falta objetividad y le sobra ideología, le falta estilo
y le sobra dogmatismo y chulería. Además no luce mucho escrúpulo con tal de
allegarse las ganancias.
En todo caso los
medios no están exentos de responsabilidad en el concierto social. Y desde
luego la suya, entre otras, está la de no atizar la degradación moral. Su
oficio debe ser arte y no mercancía. Y si en general las instituciones y
quienes están a su frente evidencian una deprimente estrechez de miras además
de abusar de ellas, al periodismo le falta todavía mucho recorrido para sanear
a este país por más que haya destapado la corrupción. Pero me refiero al periodismo oficialista, ése de esos
periodistas que exageran o se inventan datos y cifras; ése de esos que, según
los casos, empequeñecen lo grave y agigantan lo anecdótico; ése de esos
empeñados más en influir y en opinar que de informar; esos que olvidan que un
periodismo de altura no es mercadería. No me refiero a los periodistas honestos españoles que no dependen de
nadie, o si acaso de ciudadanos asociados, que piden urgentes cambios en la
mentalidad del periodista y en la práctica del periodismo. Porque por ahí,
por el periodismo, como por la escuela, es por donde deben empezar los
cambios que pide a gritos el país. Que se ponga manos a la obra a tal efecto no
va a ser ni fácil ni inmediato. Pero deberá contribuir a dignificarse a sí
mismo colaborando con los nuevos mandatarios que se perfilan en el horizonte,
con los propósitos de llevar a cabo la evicción de tantas causas de ruina y
sufrimiento por culpa de ejércitos de mediocres, de arribistas, de logreros y
de pusilánimes que han venido desfilando a lo largo de los años hata ahora al
frente del país.
DdA, XII/2968
1 comentario:
No existe la democracia de diferentes calidades ni más o menos democracia. La democracia formal son simples reglas de juego para la gestión del poder político. A saber:
-Separación de poderes
-Representación ciudadana
No hay separación de poderes porque el que gobierna es el mismo que legisla, y además la justicia no es independiente.
Y no hay representación porque no elegimos a nuestros diputados de forma uninominal cada uno en su distrito, sino que votamos listas. El propio sistema electoral impide ya la democracia.
Por tanto, no cumpliéndose las reglas, no hay democracia. Igual que si no se cumplen las reglas del ajedrez no hay menos ajedrez o ajedrez de diferente calidad; será otra cosa. Y en España lo que tenemos es una monarquía de partidos o partitocracia. Hablemos con propiedad o no tendremos jamás una democracia.
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