Las tertulias de televisión han trasladado al mundo
de la política lo que era lugar común en los mal llamados programas del
corazón
Juan Carlos Monedero
En “A vivir que son dos días”, el programa de fin de semana en la
Cadena Ser que dirige Javier del Pino, nos juntamos gentes que hemos
dado un salto a la política sin terminar del todo de soltar nuestras
prevenciones hacia la política de partido. Quizá no sea extraño que, por
eso, el grueso de los invitados estemos en la órbita de Podemos. Llama
la atención del debate el tono pausado, la posibilidad de intercambiar
puntos de vista sin necesidad de gritos y aspavientos, el respeto a las
otras opiniones y la voluntad de construir consensos al tiempo que se
disiente. La verdad, si esto fuera la política, daría gusto.
Pero no es el caso. Las tertulias de televisión han trasladado al mundo
de la política lo que era lugar común en los mal llamados programas del
corazón. Bussines is bussines. El negocio manda. Directamente
en forma de audiencia o indirectamente en forma de publicidad o apoyo
institucional del gobierno. La televisión es rehén de la atención de los
espectadores. La publicidad se basa en esto. Es cierto que si baja la
adrenalina, es bastante probable que la gente apague la televisión y
coja un libro o una revista, o decida ver una película, o se vaya a la
calle o al piso de arriba a hablar con los vecinos. Por eso la
televisión no puede soltarte. Y si está a punto de ocurrir una tragedia,
van a soltar un mazazo, un insulto, un escupitajo ¿cómo vas a mirar
hacia otro lado? Cuando algunos conocidos personajes, que incluso son
buena gente en los intermedios y acarician a sus hijos en casa, se
convierten en unos energúmenos, mienten, insultan o se comportan como
chulos de barrio en los platós, no están sino entregando su voluntad a
las necesidades del medio. Su misión es atraer a toda la tertulia hacia
ese cenegal. Y no lo hacen mal. Cierto que uno se pregunta qué dirán de
ese comportamiento sus seres queridos. Pero seguro que, cuando se miran
en el espejo por la mañana, se repiten ¿no es más duro conducir un
camión o reponer en un supermercado?
En una saturniana y nocturna tertulia política en televisión, el
representante del PP, diputado, resumió la posición de su partido ante
la debacle pepera en las andaluzas: estamos contentos porque el PSOE ha tenido el peor resultado de su historia. El
del PSOE estaba igualmente encantado de conocerse. Aunque nadie
entienda para qué adelantar unas elecciones si el resultado te deja peor
que como estabas. En otras palabras, que el adelanto electoral de
Susana Díaz, que buscaba solamente descolocar a Podemos, no le ha salido
y debiera pagar un precio por mentir a su electorado. Y aunque ahora
diga Diego donde antes dijo digo, no cuela: esa es la política que ha
alejado a la ciudadanía de sus representantes. Y contamina todo lo que
toca. Por si fuera poco, ha dejado claro que no está dispuesta a limpiar
en su partido no vaya a ser que alguien tire de la manta. Más de lo
mismo. Y todos, incluidos los andaluces que arrastran la peor tasa de
desempleo de España, perdiendo el tiempo. En política, el interés que
prima es el de los partidos. Unos días después Bárcenas diría que el
responsable de la Gürtel es Rajoy y la jefa de campaña de Esperanza
Aguirre visitaba el juzgado por la Púnica. Pero parece que no pasa nada.
Salvo que un presentador de Cuatro es defenestrado porque los grandes
partidos le han señalado con su dedo con diana en la yema. ¿Se puede
huir de este escenario del crimen? No es fácil la política cuando
enfrente hay comportamientos que vemos en algunas peculiares familias de
las series de televisión.
Quizá un día los debates en España se parezcan al que tuvimos este
domingo en la SER. Dicen los que inventan con cierta alegría que una
vez, allá por los sesentas, el Che le preguntó a Fidel si alguna vez
verían el acercamiento entre Cuba y los Estados Unidos. Castro le habría
contestado: ¡Cuando el Presidente de los Estados Unidos sea negro y el
Papa latinoamericano! Entonces ¿por qué perder toda esperanza?
Comiendo Tierra DdA, XII/2964
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