Cercana la Navidad, me acerqué el otro día a una tienda de
instrumentos musicales dispuesto a comprar una zambomba, pero al
principio no entendieron qué les estaba pidiendo. "Ah, vamos, un
membranófono de fricción", exclamó finalmente el dependiente, que
concluyó: "No tenemos". Me quedé consternado. ¿Adónde vamos a parar en
unas Navidades sin zambomba?", me pregunté.
Vino en mi auxilio el mismísimo Arnold J. Toynbee,
historiador británico, que a pesar de llevar cuarenta y tantos años
fallecido, portaba la misma distinguida cabellera y un traje de lana de
alta calidad. Apareció ante mí como por encanto, y se puso a explicarme
de inmediato que desde hace decenas de miles de años el 21 de diciembre
se celebra el solsticio de invierno, el momento del año en el que la
posición del Sol alcanza su máxima declinación sur con respecto al
ecuador celeste. Desde ese momento, los días cada vez son más largos,
hay más luz, y la vida parece rebrotar tras el letargo invernal.
Agradecí sinceramente a míster Toynbee sus aclaraciones, aunque seguía
algo frustrado por el asunto de la zambomba. Quise regalarle unos
cuantos polvorones que acababa de comprar, pero ya se había esfumado
entre los tejados de la plaza del Pilar.
Aún no me había repuesto
de la sorpresa, cuando percibí un inequívoco olor a tabaco de pipa, y
lo reconocí nada más verlo, tan delgado, tan elegante, tan premio Nobel
como antaño: Bertrand Russell.
Ya no me extrañó que también llevara cerca de cincuenta años fallecido,
pues el espíritu de la Navidad o del Solsticio invernal (no sé a estas
alturas cómo llamar a esas fiestas) es capaz de realizar muchos y
emotivos portentos. "Portentos ocurren todos los días, apreciado amigo",
me dijo Russell a modo de saludo, "basta para ello que recuerde que yo
contraje matrimonio cuatro veces, tuve tres hijos, y aquí me tiene, bien
muerto, pero a la vez fumando esta pipa tan a gusto".
Nos
sentamos en una cafetería cercana para resguardarnos de la niebla y del
cierzo, pidió un té bien caliente, y comenzó su perorata con voz
tranquila y profunda: "Hace más 3.000 años, se celebraba en Frigia el
25 de diciembre el nacimiento del dios Atis de
una virgen llamada Nana y algunas tradiciones budistas relataban hace
ya más de 2.500 años que Buda había nacido en esa misma fecha de otra
virgen, Maya, tras haber sido anunciado por una estrella. Sin salir de Asia, hace 4500 años se creía que Krishna había nacido también de la virgen Devaki el
21 de diciembre. Curiosamente, su padre era un carpintero y a su
nacimiento, señalado por una estrella en oriente, asistieron ángeles y
pastores. Y ya ve usted", me dijo mientras sorbía el último resto de té,
"ninguno de esos pueblos conocía la zambomba".
Unióse de improviso a la tertulia Anaxímenes de MIleto,
cuya túnica no llamó la atención, pues ya se sabe que en Navidad o en
Solsticio de invierno solo llama la atención quien no va cargado de
bolsas y cajas. Y Anaxímenes amplió el tema con más datos: "En nuestras
tradiciones encontramos celebraciones y tradiciones muy parecidas. Dionisos
nace el 21 de diciembre de una princesa virgen, y fue colocado en un
establo o pesebre. Heracles o Hércules nace también en el solsticio
invernal de otra virgen, Alcmena,
cuyo marido se abstuvo de tener relaciones sexuales con ella hasta el
nacimiento de su hijo. E incluso ha llegado a mis oídos que también el dios Horus egipcio nace
el 25 de diciembre de la virgen Isis-Meri en una cueva con ganado. Su
nacimiento fue anunciado por una estrella en el Oriente y acudieron a su
venida al mundo tres hombres sabios. E incluso en en Persia una
tradición relata que Mitra nació de una virgen en el solsticio de invierno en una cueva y a su nacimiento asistieron pastores que portaban presentes".
Me
atreví a intervenir entre tan preclaros pensadores: "Ahora irrumpe
nuestro único dios: el dios Consumo. Cuando se encienden unas primeras
luces (del Corte Inglés) nuestro dios nos anuncia su buena nueva, sobre
montañas de compras y regalos. Como cada vez hay más gente sin dinero,
apenas si puede comprar, pero nos queda el consuelo de que el solsticio
de invierno significa que cada día estaremos más cercanos a la luz y al
calor, y la tierra se prepara para ofrecer en el futuro sus frutos y
cosechas. El día irá venciendo a la noche, y los fieles adoradores del
dios Consumo derramarán hasta la última gota de sus carteras para
comprar, comer, beber, regalar y divertirse en el seno de sus diversos
clanes".
Felices fiestas (de lo que sea, pero con membranófono de fricción, a ser posible).
DdA, XI/2880
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