Carlos Prieto
José Luis Sampedro nos dejó un magnífico discurso de entrada en la RAE titulado “Desde la frontera”. En él nos afirma que nuestra relación con el mundo está condicionada por nuestra incapacidad para abarcar todas las dimensiones. Las fronteras nos proponen puertas que pueden franquearse. No encuentran más cerrazones que los límites que no pueden ser superados por los humano. A partir de ahí, Sampedro lucubra su idea de que lo sagrado es la Naturaleza y el Hombre que, convertidos en mercancía, subvertimos; traspasando sus límites. Yo quiero destacar su idea de todas las dimensiones, de su concepto de frontera y de límite.
Estos
días veíamos caer con Philae una frontera impensable para da Vinci. Y este día
Héctor Jardón se mostraba satisfecho con su trabajo en “Variaciones Incompletas
de Poliedros”. Estudia matemáticas, claro. Tuve ocasión de encontrarlo y
preguntarle cuántas caras “edros” tenía una esfera. Me respondió, a la que
salta, que infinitas. Creo entonces que las fronteras son espaciales, y por
ello traspasables. Son un desafío a nuestra capacidad de progresar. La
dimensión que nos enfrenta a barreras infranqueables será el tiempo. Lo podemos
“recuperar” con evocación de los recuerdos, pero ni podemos bañarnos en el
mismo río, ni podemos –carpe diem- agarrar más momento que el presente. Dicho
esto, ya sabéis mis lectores que gusto si es posible enlazar un tema con una
anécdota.
Mi
juventud no conoció el llamado “botellón”. La más excelsa diversión pasaba por
el guateque, voz caribeña que se introdujo en España para designar una fiesta
con baile “rokcanrolero” que admitía gente joven. Lo normal pasaba por
conseguirse un local, garaje particular por ejemplo, donde llevar unas botellas
para hacer cubatas, un picú, discos y una pandilla mixta. Bailoteo, beber lo
justo para romper la frontera del beso y largar con la encontrada pareja para
conocerla a través de la cháchara. Guateque llevaba al ligue, normalmente
ocasional, y el ligue a conocer los sentimientos comunes y diferentes que había
entre los sexos. También los individuales gustos de cada persona, de forma que
si eran dispares la pareja no se veía más, y si afines procuraban citarse para
otro día. Ninguno éramos conscientes de que cada pieza de baile era
irrepetible, y cada individuo una futura vida particular: por más que cuando
lloviese se mojara como los demás.
La
globalización nos ha constreñido el espacio. Lo vemos y sabemos todo de todas
partes. Nos ha puesto ante el globo del ojo el globo terráqueo. Si queréis
nuestro oído también escucha las ondas sonoras que circulan a 1234 km/h con
mayor rapidez. Pero esa velocidad se produce en presente, ya no recoge la
música de aquel guateque. Intentar recobrar el tiempo es pérdida de tiempo.
Cuánto pudiéramos recobrar –a determinada edad- si los años fueran
incumpleaños.
Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porque la belleza subsiste siempre en el
recuerdo. WORDSWORTH
Así
que, veinteañeros a quienes felicito cumpleaños con frecuencia, no perdáis el
tiempo y grabad vuestro presente.
DdA, XI/2847
2 comentarios:
Quien lo vivió, lo sabe.
Mi querido Carlos es un filósofo de la memoria.
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