Jaime Richart
No confundamos. Dejando a un
lado los efectos catastróficos de la corrupción generalizada de
numerosos miembros de los partidos principales, hasta el punto de que si
se cuantificase el montante de la misma la crisis económica no hubiera
alcanzado las cotas devastadoras que ha alcanzado, el asunto, siendo de
naturaleza eminentemente social y política, toca la fibra filosófica...
Porque la austeridad elegida (mucho menos la impuesta) reporta
beneficios indudables a quien la practica y a un planeta que ya no
resiste el despilfarro. Porque el lujo es indecente en una sociedad que
languidece o fenece por la privación de lo indispensable. Porque el
bienestar no significa gasto sin control, sin sentido y a débito, sino
asumir precisamente la austeridad como módulo de vida gratificante, una
vez instalados consciente y voluntariamente en la sobriedad de la que es
posible y deben extraerse numerosas ventajas para la salud física y
anímica. Afortunadamente, ya hay muchas señales de que las generaciones
actuales empiezan a amar la vida presidida por esa sobriedad.
Porque
el problema de la crisis en este país no es que haya traído la
austeridad generalizada. La austeridad era necesaria después de un
periodo largo de lujo y de indecencia. No era posible vivir con ese
derroche fustigado por la banca y la complacencia del poder político y
el financiero. La austeridad impuesta por el poder político tampoco es
general, uniforme e igual (ni siquiera proporcional) para todos:
ciudadanía y dirigentes.
Pues,
por ejemplo, al lado de 3 millones de personas sin ningún recurso,
literalmente hambrientos otros tantos millones de niños, otros sin techo
ni hogar, están los dirigentes, los empresarios de esas empresas
especuladoras que se han beneficiado precisamente de la crisis, los
altos funcionarios y los funcionarios nombrados a dedo, los banqueros,
etc. que no sólo no les han sido recortadas sus retribuciones sino que
les han sido incrementadas o ellos mismos se las han subido. Los gastos
superfluos son escandalosos. El Ministerio de Defensa por ejemplo ha
sobrepasado el presupuesto del año en 300 millones de euros, para
adquirir dos barcos de guerra.
Si
todos, dirigentes y dirigidos, hubiéramos debido soportar los efectos
de la crisis por igual, seguro es que la paz social nos hubiera honrado a
todos. Pero estos comportamientos institucionales son lo que explican y
justifican la reacción multitudinaria, repleta de rabia, de indignación
y de odio. Esas conductas y la indiferencia de los poderosos hacia los
desfavorecidos son lo que avalan la fuerza de los movimientos sociales
que preparan la revolución sin guillotina ni progroms.
DdA, XI/2.768
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