“¿Pero esta mujer no tiene
amigos o familiares que le digan que no haga el ridículo?”, preguntaba
en Twitter el pasado sábado una conocida periodista, tras presenciar,
atónita como muchos de nosotros, la intervención telefónica en
televisión de la condesa a la fuga en un cara a cara, más bien voz a
voz, con el chico de la coleta de quien todo el mundo habla.
Repite
conmigo: ETA, Cuba, Venezuela, Irán, Corea, le decía una y otra vez la
doña, y una y otra vez salía trasquilada cuando el “repite conmigo” se
convertía en una especie de boomerang
que la golpeaba, porque el chico de la coleta de quien todos hablan,
resulta que es un empollón que prepara bien los exámenes a los que se
presenta. Imagino a los expertos en estrategia política afines a la
señora condesa, ojipláticos ante el televisor, sin entender nada,
viéndola empeñada en regalarle votos a los perroflautas a base de hacer
el ridículo perdiendo peleas contra ellos.
Primero
los ignoras, después te ríes de ellos y luego los criminalizas, marcan
los cánones del comportamiento del poder cuando aparece un nuevo
aspirante. Sin embargo, las dos primeras etapas las han quemado a
velocidad de condesa huyendo de la pasma, para centrarse directamente en
la tercera: la criminalización. ¿Por qué cada día sale un miembro del
partido en el gobierno a regalarles publicidad al chico de la coleta y
su gente? Nadie lo sabe muy bien. Movilizar a los simpatizantes
desencantados asustándolos con el miedo a lo nuevo, decía un tertuliano
el otro día en la radio. Defender el modelo bipartidista que tanta
estabilidad nos ha traído, decía otro.
¿Por
qué esta reacción furibunda del todopoderoso partido contra una, hasta
ahora, pequeña mosca cojonera? La respuesta es más sencilla de lo que
parece: están muy enfadados, están fuera de sí porque les han robado.
¿Votantes? No. ¿Los sobresueldos? No. Les han robado la dialéctica.
“Dedico mucho tiempo todos los días a estudiar cómo hacer llegar a la
gente nuestro mensaje. Eso es hacer política”, decía hace unos días el
de la coleta en una entrevista.
Durante
las últimas décadas el partido que ahora gobierna ha tenido en su poder
un arma muy potente: el monopolio del lenguaje directo. España se
rompe. Nosotros somos España. Tú hundes España. Yo salvo España. Ha sido
su abc para enfrentarse a sus rivales tradicionales, que, por algún
motivo, nunca supieron zafarse bien de esta llave tan básica. Se sentían
cómodos siendo dueños del mensaje simplificado que tantos frutos les
daba. Y de repente, se encuentran de frente con la llegada de estos
perroflautas que aparecen en escena con esta lección dialéctica muy bien
aprendida, con mensajes que llegan con la misma facilidad que el “yo
soy español, lololó, lololó”.
“Sois
una casta”, “Gobernáis para vuestros intereses, no para los intereses
de la gente”. Lenguaje claro, como el que ellos habían monopolizado, con
un valor añadido fundamental: al contrario que el “España se rompe” y
similares, este lenguaje directo que traen los perroflautas viene
apoyado sobre una realidad constatable. Y la gente lo entiende. Y la
gente lo apoya. Usáis técnicas de Goebbels, protestan los de siempre
mientras agitan en su mano el ejemplar que guardan en el cajón de la
mesilla de noche. Están muy enfadados. Y es normal. Les han robado.
Están probando la medicina, ahora necesaria, que tantas veces ellos
habían recetado inventando falsos virus.
La Marea DdA, XI/2.753
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