Ya que la sociedad española no quiere gerontocracia, alejándose de los
patrones de la cultura grecolatina y de otras orientales, prefiriendo en
la política a hombres y mujeres de esa edad más proclive en general a
escalar a cualquier precio que pagan otros, con los resultados para el
pueblo de todos conocidos; ya que tampoco quiere confiar el gobierno a
los jóvenes quizá porque como los áticos piensa que “cuando los dioses
quieren castigar a un pueblo entregan su gobierno a los jóvenes”; ya que
tampoco confía en la sabiduría de tantos y tantas que, sin títulos
académicos, masters y otras zarandajas que a menudo encubren la falta de
una verdadera inteligencia práctica al servicio de todos; ya que no
quiere nada de todo lo anterior es necesario aceptar una oferta política
diferente. Creo llegado el momento de dejar de creer en licenciados,
registradores, economistas, abogados, abogados del Estado y otros
expertísimos en muchas cosas menos en bien común, y pasar a confiar en
otra clase de personas mas cercanas a la realidad aunque sólo sea porque
se dedican a la enseñanza; es decir, en un grupo de intelectuales sin
altanería que además de inteligencia sobrada tienen valentía, sentido
común, sensibilidad, conciencia social y honradez: rasgos que suelen
estar siempre presentes en el carácter de todo intelectual.
Este país ya no está para muchos trotes y la presión social aumenta en la medida que arrecian las presiones del poder establecido, al que, por sus muchos abusos y engaños, poco a poco se les va de las manos el control social. Nos han ido engañando gravemente los sucesivos gobiernos después de la nefasta Transición. Después de que el primer líder socialista dijera que no íbamos a entrar en la OTAN, enseguida entró este país en esa organización porque prefería la inseguridad en Nueva York a la seguridad de Moscú. Después de él, el heredero directo de la dictadura que le reemplazo metió al país en una guerra que el 90 por ciento de los españoles rechazaba, y éste mismo y, sin solución de continuidad, puso la primera piedra de la burbuja inmobiliaria que luego el siguiente líder socialista convalidó, en lugar de detener aquel horror inmobiliario que venía durando veinte años. Todo eso, salpicado de miles de millones de despilfarro y saqueos continuados, acabó arruinando a este país hasta la quiebra virtual y el empobrecimiento que cada día que pasa alcanza a más millones de españoles andaluces, gallegos, castellanos, leoneses, aragoneses, asturianos, valencianos, extremeños, riojanos.... Acabo de describir a grandes rasgos la historia de los cuarenta años que siguieron a los otros cuarenta de franquismo.
En este panorama desolador, España no ha vivido hasta ahora en 100 años una vida política y social en conjunto presidida por la tranquilidad, la creatividad y el bienestar razonable generalizado. Pues esos diez años, desde 2000 á 2010, no fueron de serena convivencia, fueron un baño de excesos generalizados, propiciados por el poder político y atizado por el poder bancario: una auténtica orgía de derroche y latrocinio que cualquier inteligencia media (excepto la escasa que suele existir en los mandamases de este país) vaticinaba sería el seguro camino a la catástrofe; cataclismo que acabó llegando para una inmensa mayoría, en la medida que ha ido enriqueciendo todavía más a otras minorías..
En estas condiciones no tenemos más remedio que confiar en las nuevas formaciones que eclosionan para tratar de resolver lo que las viejas han sido incapaces de resolver. Y, dentro de los objetivos, la principal es un reparto de la riqueza mucho más equitativo. La posterior alianza entre todas las formaciones emergentes y las restantes viejas que no han incurrido en los pecados y delitos que buena parte de los dos partidos principales han cometido por acción o por omisión al mirar a otra parte, está garantizada. Pues los dos partidos del bipartidismo han contraído dos enfermedades incurables. El partido de este gobierno ya la llevaba en los genes, y es, una irremediable inclinación a la trampa, al chanchullo, a la marrullería, en definitiva, a la tan típica picaresca española, y al deseo frenético de enriquecerse a toda costa sus cabecillas, rápidamente y sin escrúpulos. La enfermedad del otro partido mayoritario, esto mismo, pero no por genes sino por agregación, unas veces, y por pusilanimidad otras, al renunciar a su primigenia vocación republicana, y dar rienda suelta el ansia de integrarse en la clase dominante de hecho más allá de la política. Situarse en los consejos de las empresas de energía que privatizaron unos u otros les estigmatiza a todos. Todo lo que justifica la distinción que hace “Podemos”, entre políticos respetables y políticos de la “casta”.
Confiar en Podemos es confiar en el futuro: lo único que ya nos cabe hacer. No es de recibo esperar regeneración en ninguno de los que forman parte de dos partidos que han perdido toda la credibilidad. Es más, tratándose de una formación pujante y seria como “Podemos” será mucho más fácil pedirles luego cuenta de sus errores, cobardías y renuncios. Pues los intelectuales tienen escasa condición de aprovechados y nula de engañadores; razón por la cual han decidido entrar en política, como el espontáneo se lanza al ruedo para acabar con el morlaco que no es capaz de matar el matador, es decir, para poner el bien común en el centro de todos los propósitos. (Perdóneseme el símil taurino, pues soy fervoroso antitaurino).
Este país ya no está para muchos trotes y la presión social aumenta en la medida que arrecian las presiones del poder establecido, al que, por sus muchos abusos y engaños, poco a poco se les va de las manos el control social. Nos han ido engañando gravemente los sucesivos gobiernos después de la nefasta Transición. Después de que el primer líder socialista dijera que no íbamos a entrar en la OTAN, enseguida entró este país en esa organización porque prefería la inseguridad en Nueva York a la seguridad de Moscú. Después de él, el heredero directo de la dictadura que le reemplazo metió al país en una guerra que el 90 por ciento de los españoles rechazaba, y éste mismo y, sin solución de continuidad, puso la primera piedra de la burbuja inmobiliaria que luego el siguiente líder socialista convalidó, en lugar de detener aquel horror inmobiliario que venía durando veinte años. Todo eso, salpicado de miles de millones de despilfarro y saqueos continuados, acabó arruinando a este país hasta la quiebra virtual y el empobrecimiento que cada día que pasa alcanza a más millones de españoles andaluces, gallegos, castellanos, leoneses, aragoneses, asturianos, valencianos, extremeños, riojanos.... Acabo de describir a grandes rasgos la historia de los cuarenta años que siguieron a los otros cuarenta de franquismo.
En este panorama desolador, España no ha vivido hasta ahora en 100 años una vida política y social en conjunto presidida por la tranquilidad, la creatividad y el bienestar razonable generalizado. Pues esos diez años, desde 2000 á 2010, no fueron de serena convivencia, fueron un baño de excesos generalizados, propiciados por el poder político y atizado por el poder bancario: una auténtica orgía de derroche y latrocinio que cualquier inteligencia media (excepto la escasa que suele existir en los mandamases de este país) vaticinaba sería el seguro camino a la catástrofe; cataclismo que acabó llegando para una inmensa mayoría, en la medida que ha ido enriqueciendo todavía más a otras minorías..
En estas condiciones no tenemos más remedio que confiar en las nuevas formaciones que eclosionan para tratar de resolver lo que las viejas han sido incapaces de resolver. Y, dentro de los objetivos, la principal es un reparto de la riqueza mucho más equitativo. La posterior alianza entre todas las formaciones emergentes y las restantes viejas que no han incurrido en los pecados y delitos que buena parte de los dos partidos principales han cometido por acción o por omisión al mirar a otra parte, está garantizada. Pues los dos partidos del bipartidismo han contraído dos enfermedades incurables. El partido de este gobierno ya la llevaba en los genes, y es, una irremediable inclinación a la trampa, al chanchullo, a la marrullería, en definitiva, a la tan típica picaresca española, y al deseo frenético de enriquecerse a toda costa sus cabecillas, rápidamente y sin escrúpulos. La enfermedad del otro partido mayoritario, esto mismo, pero no por genes sino por agregación, unas veces, y por pusilanimidad otras, al renunciar a su primigenia vocación republicana, y dar rienda suelta el ansia de integrarse en la clase dominante de hecho más allá de la política. Situarse en los consejos de las empresas de energía que privatizaron unos u otros les estigmatiza a todos. Todo lo que justifica la distinción que hace “Podemos”, entre políticos respetables y políticos de la “casta”.
Confiar en Podemos es confiar en el futuro: lo único que ya nos cabe hacer. No es de recibo esperar regeneración en ninguno de los que forman parte de dos partidos que han perdido toda la credibilidad. Es más, tratándose de una formación pujante y seria como “Podemos” será mucho más fácil pedirles luego cuenta de sus errores, cobardías y renuncios. Pues los intelectuales tienen escasa condición de aprovechados y nula de engañadores; razón por la cual han decidido entrar en política, como el espontáneo se lanza al ruedo para acabar con el morlaco que no es capaz de matar el matador, es decir, para poner el bien común en el centro de todos los propósitos. (Perdóneseme el símil taurino, pues soy fervoroso antitaurino).
DdA, XI/2.749
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