Borja Gutierrez, el alcalde de
Brunete, es un tío normal que hace cosas normales y corrientes, al
parecer, en la práctica política cotidiana de este país, como intentar
comprar voluntades. Él mismo, es el primer sorprendido con el revuelo
que se ha montado por las grabaciones en las que, cual Satán pijín y
engominado, tentaba a la concejala de UPyD con poder, favores y dinero.
Borja, que es un chico que podría protagonizar un desplegable de las
FAES por su estética pos-neocon, no ve indicios de delito, ni siquiera
un pecadillo venial, en los ventajosos tratos que le ofrecía a Cotrina a
cambio de mudarse la chaqueta. Es algo normal en la política, insiste.
Tanto, que hasta la madre de Borja pujó en la compra de la concejala con
un puesto de trabajo para su hija. Normal y oficializado. Por eso unos
servidores públicos de la propia policía de Brunete intentaron disuadir a
Isabel Cotrino de que, venderse, era lo mejor que podía hacer por su
pueblo.
Para esa gente cercana, a la que se refiere Borja, con fuerza, con poder, con inversión y con todo...
estas prácticas son habituales. Y mucho más sutiles que las que
utilizan otras organizaciones como la Camorra para cuidar de sus
negocios. Las servilletas de bar con atractivas cifras garrapateadas de
imprevisto rebosan de los bolsillos del bueno de Borja. Porque, como se
le oye confesar en las comprometidas grabaciones, el alcalde de Brunete
tiene un grave problema: Y es que soy honrado.
Yo le detecto dos
por lo menos. Problemas, digo. Uno, esa percepción alterada de conceptos
como la honradez que solo puede explicar alguna disfunción cognitiva o
emocional. Y otro, el más grave, que lo han pillao con el carrico del helao. Ahora
queda el bochorno conocido de ver como toda la plana mayor del PP le
hace los coros al alcalde para negar la mayor e invertir la carga de la
prueba sobre la concejala. ¿Por qué tardó casi dos años en denunciar
estos hechos? Personalmente, me importa un pepino. Lo que no deja lugar a
dudas es lo que largaba Borja Mª. Su catadura moral.
Las grabaciones en
casos como éste, la Gürtel o en las de Sonia Castedo y Enrique Ortiz,
desvelan la "normalidad" con la que se trapichea en muchos cargos
políticos. Pero lo peor no es que los corruptos se cuelen en las
instituciones. Cualquier psicópata competente puede hacerlo. Lo malo de
verdad es que, una vez desenmascarados, no haya dimisiones ni ceses
fulminantes. Ni suficientes votantes decepcionados como para no
reincidir en el des-fachatado voto. Lo peor es que nos acostumbremos a
ver normal esta basura y nos pudramos con ella. ¡Viva la anormalidad!
Puntos de Página
DdA, XI/2.739
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