En su fuero interno, los periodistas actuales son escépticos sobre la
panoplia (variopinta) de soluciones (milagrosas) que se ofrecen, aquí y
allá, para “salvar” los medios de comunicación (digitales o
tradicionales). Entre esa milagrería se incluye siempre una cierta jerga
obligatoria que estigmatiza sobre todo a los medios “tradicionales”,
sobre todo a los impresos, a los que se condena a una pena capital ya
inminente. Con el miedo en el cuerpo, juntos de la mano hacia el cierre
definitivo.
Al otro lado, en esa misma terminología técnico-financiera (cuasi
teológica) abundan las promesas del paraíso para los que acepten la
predicación de la verdad de los “nuevos” medios que sigan la línea
“correcta”. Y los periodistas más jóvenes aceptan esa promesa del cielo,
aunque la remuneración adecuada para su trabajo quede pendiente ad calendas graecas. Nada extraordinario en estos tiempos. En la hostelería o en la ganadería y la agricultura, las cosas no marchan mucho mejor.
Utilizando el vocabulario que surge de esa retórica terrible, el nuevo propietario del Washington Post, Jeff Bezos
(Amazon), exige “sensibilidad digital” a “sus” periodistas. En la
soberbia de los magnates como él, eso significa: “Obedece. No pongas
pegas a los cambios. No hables de inconvenientes de la nueva situación:
adáptate al periodismo infraremunerado (o esclavo). El pasado no tiene
interés, no es sino catástrofe y arcaísmo inútil. Eres un privilegiado
por estar en esta profesión”. Eres como Stanley al llegar al corazón de
África antes de la colonización.
En sus despachos de luminosidad impoluta, los responsables lo
explican todo mediante el pragmatismo técnico y financiero. Ya
discutiremos de la ética (de la profesión) otro día; sí, también de
paga, salario y derechos profesionales. No te preocupes, volveremos a
ello más adelante. En fin, ya sabemos que los medios digitales (o el
brazo digital de los medios viejos) se multiplican como las moscas en
verano, asfixiándose unos a otros. Ese problema, ya veremos cómo se
resuelve. Lo resolveremos también, darwinianamente.
Experiencia digital
Porque en lo que llevamos de travesía, que ya son años, ¿ha
funcionado la experiencia? Sí, sí, nos responden. Ya casi alcanzamos las
costas de El Dorado. En el metro, en el autobús, en el parque, en la
consulta del médico, todo el mundo consulta las noticias en sus
dispositivos electrónicos. Lo que llaman las noticias (en los
agregadores habituales), estalla por todas partes. Todos los grandes
medios deben transferir – ¿o lo han hecho ya?- sus recursos para ofrecer
sus servicios a la galaxia digital (iPad, listoteléfonos, iPod,
tabletas, etcétera). Rápido que nos quedamos sin día. Deprisa, deprisa.
En realidad, digamos la verdad, ya hemos hecho la transición
tecnológica. Y muchas cosas siguen sin funcionar. Algunos se sitúan sólo
en ese mundo y eso crea en ellos una calma benéfica. Pero los medios
digitales (salvo honrosas excepciones) tampoco respiran bien; y los
“tradicionales” están asfixiados, aunque sigan suministrando la mayor
parte del material que circula por las redes sociales. Twitter rebota,
relanza, repite, eso sí. También informa, pero hay muy poco grano entre
tantas toneladas de paja.
Entretanto, no sé si los Bezos, sus editores sumisos y sus magnates
amigos, tienen ya claro el “modelo de negocio”. Lo único seguro es la
persistencia del debate en torno al modelo mismo. Al menos, eso es lo
que sucede en el hemisferio norte. Sorprendentemente, en algunos países
de África, en varios países asiáticos, la prensa “tradicional” crece; lo
mismo que la televisión-todo-noticias. Explotan al mismo tiempo que el
uso de la Red en algunas potencias emergentes (de los BRICS). Eso prueba
que quizá no hay un único modelo paradigmático.
Copiar el discurso y el modelo de EEUU
Europa, como no podía ser menos, copia, hace seguidismo del modelo
estadounidense. Copia lo copiable, funcione o no, sin atender a sus
propias características. Negociamos casi en secreto el Trans-Atlantic
Free Trade Agreement (TAFTA), sin preguntar en voz alta cómo va a
afectarnos. ¿Por qué tanta discreción? ¿Cómo va influir el TAFTA en
nuestras políticas sociales, en la negociación colectiva, en las
especificidades de nuestra cultura y de nuestro periodismo, en el
servicio audiovisual público, en el cine europeo? No sabemos muy bien.
Todo quedará en manos de una autoridad misteriosa, no elegida, de un
tribunal oscuro que puede llegar a imponer su jurisprudencia a nuestras
democracias.
Sí, tenemos muchas cosas en común con Estados Unidos. EEUU es la otra
Europa, surgió del “viejo” continente. Y además tanto en Europa como en
Estados Unidos, muchos ciudadanos desconfían de los medios
“tradicionales” no por el declive mismo de la prensa, sino también
porque perciben la política velada, esas otras razones: los medios
parecen –o son- aliados del poder político. Salvo honrosas excepciones.
¿Y los periodistas europeos? Tienen miedo de que les acusen de
corporativos y gremiales, de que les acusen de ser una profesión inútil,
de que les señalen con el dedo. No importa que seamos periodistas
digitales o del mundo en extinción. No señalamos, ni de lejos, a los
sumisos de nuestro campo. No nos distanciamos de ellos. Y la proximidad
al poder termina socavando la confianza del público, más que las nuevas
tecnologías o los medios tradicionales por sí mismos.
Y en medio de esa desconfianza, no desplegamos la nuestra ante un
discurso en el que el desastre avanza a lo largo de tres líneas
distintas, pero paralelas: la transición/renovación de los medios, las
cuentas de las finanzas (que hacen los magnates) y un cierto discurso
“modernizador” de los “expertos” (ideólogos) del neocapitalismo más
cerril. Como si todo eso fuera natural y brotara de la misma fuente. Los
magnates lo mezclan y nosotros somos incapaces de separarlo. Es un
totum revolutum inextricable. Como el misterio del TAFTA.
Periodismo de rutina
Y hay mucho periodismo rutinario, para salir del paso. Lo practicamos
todos, sin esforzarnos en imaginar donde puede estar la diferencia de
calidad. ¿Se acuerdan de cómo era el viejo Libération parisino,
incisivo, divertido, creador, provocador? Ahora ha vuelto a la dirección
Laurent Jauffrin y no sabemos si se abandona el proyecto de convertir
su sede, incluso su redacción, en un megastore del espíritu
Disney-digital (con centro comercial, bar y restaurante incluidos). ¿Se
acuerdan de los mejores tiempos de El País, de su sección internacional
al hablar de América Latina (sin intereses mediante), de sus páginas
culturales cuando no estaban tan modeladas por los recuentos de su grupo
editorial? ¿Cuándo los diarios de provincias no pertenecían a grupos
mayores y lejanos? ¿No se acuerdan de que algunas firmas han salido o se
marcharon de allí, como se han marchado ahora los
periodistas/caricaturistas de El Jueves, despedidos o desautorizados
(censurados)? Fue por lo mismo. Empezaron a sufrir presiones invisibles
(para los lectores). Dieron un portazo para que se supiera.
Público también sumiso
Y nosotros, como público, como lectores, como telespectadores,
maldita sea, nos adaptamos. Sí, también el público es responsable. Yo
mismo sigo comprando la edición impresa sin enviar cartas diarias de
protesta por el brutal descenso de la calidad (periodística y
literaria). Nuestros magnates hacen y deshacen sin que rechistemos.
Incluso repetimos de mil modos su discurso de la “sensibilidad digital”,
que incluye un desprecio brutal de las condiciones laborales y los
derechos sociales mínimos.
“Nos extinguimos”, me dice mi vendedor de prensa parisino (Patrick).
“Sobrevivimos de mala manera, esto se puede acabar”, me dice mi amigo
Pedro, vendedor de prensa en Leganés (Madrid). Ambos son personajes
cultos, que interpretan lo que venden, que piden publicaciones que
puedan tener interés para sus clientes. Sus quioscos son centros de
debate. Siempre hay alguien, un amigo, un cliente, que debate allí, de
pie, la actualidad. Ambos trabajan en barrios de inmigrantes y
trabajadores, donde puedo comprar a diario Le Monde en Leganés; El País
en la avenue de Flandres, cerca del límite de París.
Persisto, a pesar de que veo el descenso a los infiernos de la
calidad. Prolongo mi agonía para intentar desmentir las profecías de los
fomentadores de “sensibilidad digital”. Y en Madrid, ciudad rebelde,
trato de buscar las nuevas publicaciones impresas de La Marea, Es Hora, Mongolia, Tinta Libre, al mismo tiempo que leo en la pantalla eldiario.es o las versiones digitales de todo lo que se mueve en los diarios europeos (llego hasta el ABC, Le Figaro y La Vanguardia).
Soy un caso perdido: me leo hasta los folletos de muebles de los
grandes almacenes que encuentro en el buzón. Pienso que alguien está
detrás tratando de contarme una historia. Encuentro perlas, claro, pero
es agotador. Y cuando me agoto, se me aparece Bezos como ángel salvador.
Diktat algorítmico
No más cansino que los algoritmos de Google y demás multinacionales.
Cierto, no hay que ignorarlos; pero a mí me interesa la parte escondida
del iceberg: su concentración y agregado de los medios, su uniformidad
blanca, disfrazada de explosión de las noticias, su ausencia de
pluralismo ideológico, el aumento de la pobreza informativa entre sus
públicos y -desde luego- de la pobreza-pobreza entre los periodistas,
cada vez más precarios.
Burlón, un colega digital (Nicolas Becquet) llama a “ceder a las facilidades del mainstream,
a la tendencia, a la demanda del diktat algorítmico”. Becquet dice que
debemos plantear las preguntas de verdad: si hay que construirlo, qué
clase de periodismo digital hay que construir, cómo vamos a emigrar
hacia la transición digital, para él “aún incompleta”. Los medios
(digitales o tradicionales) no tienen que llamar la atención, sino
tratar de ganarse la confianza del público mediante sus buenas
prácticas. Un periodista no tiene por qué ser un experto informático.
Tiene que saber un mínimo, vale, trabajar con él, codo con codo. Como el
periodista de televisión ha estado siempre acostumbrado a hacerlo con
un equipo técnico. Las opciones editoriales son más importantes que la
evolución técnica. Los medios tienen que volver a singularizarse. Han
dejado de hacerlo por hablar sólo de problemas técnicos y no de sus
objetivos y línea informativos. Becquet, que es joven y experto digital,
nos lo recuerda de modo divertido.
Mientras, día a día, los Bezos de turno nos devoran crudos.
Escuchamos sus discursos fascinados, obedientes como corderitos. Así se
resienten también la confianza del público, la veracidad, el pluralismo y
los debates de la democracia. Los elogiamos como si sus profecías
fueran siempre certeras. Ineludibles. ¿No os acordáis de los que dijeron
que en 2010 ya no quedaría papel? ¿Qué su nuevo modelo de negocio,
incluyéndonos a los periodistas, a los lectores, a todo el mundo,
estaría listo al final de aquella década? ¿Que la “interacción” (vaya
palabreja) del público y del “periodismo ciudadano” conformarían una
sola alma con redacciones profesionales redigitalizadas por los nuevos
espíritus?
Mientras tanto, seguimos confundiendo el entretenimiento con la
información. Multiplicamos las tonterías. Sonreímos en vídeos de pésima
calidad, hechos de cualquier modo, con no importa qué dispositivo menor.
Me incluyo, reví ayer una grabación mía. Horroroso.
Las cámaras de juguete han sustituido a los reporteros gráficos de
leyenda, aquellos que tenían coraje y dignidad (yo también idealizo para
sobrevivir). Todo porque en su fuero interno, desde hace décadas, los
jefes del Washington Post querían competir con las grandes
cadenas de televisión. Las criticaban, pero envidiaban a las estrellas
de la televisión. Como los directores de periódicos del franquismo que
se morían por estar cerca de Laura Valenzuela. Todos los periodistas de
televisión hemos visto aterrizar a jefes procedentes de los periódicos y
de la vieja prensa “seria”. Se les caía la baba por aparecer en la
pantalla. Ahora, la inserción de vídeos en las páginas digitales de los
diarios, soluciona su vieja, íntima, frustración, mientras se hunden con
la vía de agua que hunde su viejo velero.
Deprisa. Hay que convertir a todos los medios impresos en emisoras de
televisión. Eso es lo que quieren decir, con su jerga teológica sobre
la transición digital. Ya no hay medios sólo escritos o sólo visuales.
Sí, por fortuna, muchos diarios europeos son hoy estupendas
publicaciones gráficas, donde hay menos texto; donde sigue habiendo
buenos análisis; y donde no falta un guiño a lo mejor de lo digital,
invitando a revisarlo también. Se insiste menos en ese modelo, porque
entonces se vería que la variante impresa puede cumplir otra función.
Incluso la versión PDF parece (en la pantalla) más clara que las
versiones digitales en perpetua mutación. Porque en algún momento, hay
que detenerse para reflexionar, como en el camino hacia cualquier
cumbre. ¿Alguien se acuerda de que Le Monde no tenía fotos?
Informadores multimedia
En una agencia de noticias española, dan cursillos a los periodistas
para convertirlos en camarógrafos en horas (donde antes había una
formación profesional de dos o tres años). Y a la calle, haz una versión
filmada, una de audio, una escrita, una nota para la web. ¿Comprobar
los datos, contrastar? ¡Eso no sirve para nada! ¡Al diablo con esa
monserga! ¿Hay tiempo para desmentir o rectificar?
Así que vemos vídeos en todas partes, muchas veces de calidad nula,
que no informan nada de nada, que están muy mal filmados y que nos hacen
perder el tiempo al abrirlos. Los sucedáneos de cadenas de televisión
(verdaderas) son pobres, muy pobres. Es cierto que –a veces- algunas
descripciones o post-producciones visuales, los mapas interactivos,
etcétera, son estupendos. Al César, etcétera. Como respuesta, con
envidia, las cadenas de televisión, copian a su vez de la Red.
Multiplican las bandas informativas en la parte inferior de la pantalla.
Escupen titulares repetidos una y otra vez, como la cinta-sin-fin de
aplausos a Franco (que existió verdaderamente en Prado del Rey). Se
multiplica el ruido informativo, pero no la información y mucho menos el
análisis. No importa, nos pagan una miseria, sí, o no cobramos nada
(pero seguimos a la espera del paraíso o persistimos ahí “por el
currículum”). Bezos acabará bendiciéndonos.
Las fronteras las acotan los economistas de la anti-economía y los
publicitarios, los algoritmos y los nuevos aparatitos. Bienvenido,
doctor Gadget, que das sentido a los robots periodistas. Patético. ¿Cómo
vamos a ofrecer confianza a los lectores, oyentes o telespectadores?
Todo por una financiación de la publicidad que no llega nunca de manera
suficiente. Y la publicidad aumenta su agresividad en las publicaciones
digitales. ¿Quieres leer lo que hay bajo el titular? Aguanta 30
segundos, que te quiero vender algo.
Los periodistas tienen, tenemos miedo, porque nuestro viejo mundo se
acaba; pero también porque no tenemos agallas para decirles a los gurús,
a los propietarios del mundo del periodismo, a los Bezos, Murdoch o
Cebrián de turno, que su nuevo modelo tiene hallazgos fascinantes; pero
también destroza un cierto pluralismo y empuja a la mayoría de los
periodistas jóvenes hacia la pobreza. Transición digital, sí, claro; hay
ahí una galaxia que nos atrae. Pero oiga… sin empujar.
Las crisis en los medios, los miles de despidos, han metido a muchos
periodistas el miedo en el cuerpo. Además de los empujados, otros miles
de buenos profesionales están abandonando el barco voluntariamente. Y
sin embargo, no termina el tiempo en que el periodista joven sigue
siendo, es (con frecuencia), vocacional. Y me impresiona cómo esos más
jóvenes se lanzan al mar embravecido, a bordo de ese gran galeón del
periodismo, que tiene sus velas rotas y está acosado a diario por las
tormentas que parecen organizar los armadores/magnates. Ellos, sí, están
seguros y siguen echando sus cuentas al abrigo del puerto. Lejos del
oleaje.
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