Ana Cuevas
En
esta tragicomedia esperpéntica que estamos protagonizando, a las
mujeres se nos restringe a los papeles secundarios. O terciarios, si es
que existen. Porque para el pensamiento retrógrado-machista que nos
asola apenas somos extras que deben padecer los desvaríos de su guión
misógeno. La reforma de la ley del aborto es una trama macabra que nos
sitúa en un escenario añejo y represivo contra la libertad reproductiva
femenina. Nos retrotrae a aquellos tiempos de los abortos clandestinos,
el miedo, el peligro y la humillación. Nuestro vientre no es asunto
nuestro al parecer. Lo legislan unos meapilas que quieren ganarse la
fidelidad en las urnas del sector más ultra-carpetovetónico, católico y
preconciliar.
El ministro Gallardón está bordando el papel de ese nuevo
Torquemada cazador de brujas abortistas y descarriadas. Con un desprecio
absoluto por el libre albedrío, pretende imponer maternidades no
deseadas o que se traigan al mundo criaturas con graves malformaciones
en una sociedad que ha dinamitado la protección a los más débiles y
desamparados. Es como una pesadilla. ¿Por qué nos odia tanto don
Alberto? Porque no puede ser otra cosa que desprecio, o un oportunismo
sin escrúpulos, lo que inspira al señor ministro de Injusticia. Por
cierto, ¿en qué carajo piensa cuando concede un indulto? Lo digo por uno
de los últimos, que ha beneficiado a un guardia civil condenado por
grabar una agresión sexual de un amigo contra una joven, omitiendo el
socorro y partiéndose de risa.
¿Qué le pasa al señor ministro con las
mujeres? Si solo fuera un trauma de origen freudiano quizás tendría cura
a base de psicoterapia intensiva. Pero me temo que es más grave. Lo que
agarra a Gallardón no tiene nada que ver con que su madre lo destetara a
hachazos de pequeño. Tiene que ver más con la ambición y la arrogancia
desmedida del personaje. Los principios, ya lo decía Groucho Marx,
pueden cambiarse a gusto del consumidor o del votante. De momento, las
mujeres aún votamos. Aunque siguiendo esta linde, no se qué pasará
mañana.
Primero meten los rosarios en nuestros ovarios. Si
lo consentimos, ¿qué será lo siguiente? ¿Les vamos a dejar apilar más
leña en nuestra hoguera? Servidora, por lo menos, tiene muy mal arder.
No sé vosotras.
DdA, XI/2.729
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