Ana Cuevas 
Dentro
 del maremágnum social y político que nos envuelve, nos cuesta escuchar 
los desesperados gritos de socorro del Planeta. Y lo hace a pleno pulmón
 constantemente, no solo el día mundial del medio ambiente. Cada minuto,
 cada segundo que el ser humano invierte en esquilmar el entorno que le 
sustenta, la madre tierra nos avisa de que nuestra prepotencia de monos 
parlantes y embusteros nos va a traer la ruina. Otra clase de ruina, 
mucho más abismal que la económica, para toda nuestra especie. 
Chernobyl
 o Fukushima acarrearon consecuencias letales para millones de personas.
 Una muerte invisible y silenciosa que emponzoñó el aire, las tierras y 
las aguas durante cientos, quizás miles, de años. Pero como ya se sabe, 
somos el único animal que tropieza dos o más veces en la misma piedra. 
En España, un homínido arrogante que ejerce de ministro, nos planta un 
pedrusco del tamaño de la central de Garoña aduciendo razones 
crematísticas. Que hay dinero de por medio, no tengo duda. El dinero que
 da poder a las grandes compañías eléctricas para influir en las 
decisiones políticas que han reventado nuestra puntera industria de las 
renovables y puede volver operativa a una central obsoleta, con un 
reactor similar al de Fukushima, e incluso lograr que se prolongue su 
vida sesenta años. 
El ministro Soria  ya fue capaz de poner un impuesto 
al sol, así como suena, para evitar que empresas y particulares puedan 
generar su propia electricidad y consumir menos energías fósiles o de 
origen nuclear, lo que acabaría reventando el lobby que mantienen las 
eléctricas. Soria es el vivo ejemplo de que la evolución humana es 
incompleta. Apuesta por las prospecciones petrolíferas, el fracking y 
por reabrir Garoña. O le mueven intereses financieros muy siniestros o 
se trata de un peligroso psicópata que persigue reventar el país por los
 cuatro costados. 
En cualquier caso, algo falla. Hay una grave anomalía 
en esta clase de tipos que conspiran, aunque sea por cifras 
astronómicas, contra el armazón que también sostiene su existencia. 
Alguna tara que ha convertido al ser humano en el mayor depredador de su
 propia especie y todo lo que le rodea. Por eso creo que hay que darle 
una vuelta de tuerca a eso de la evolución y ponerle un prefijo. Una 
re-evolución que nos ajuste de nuevo en la sintonía del Planeta. 
Conservar lo que nos da la vida parece lo más sensato e instintivo. Los 
que anteponen el dinero solo son versos sueltos, como Soria. Perversas 
variables de la  auténtica evolución humana dispuestas a apedrear su 
propio tejado, y especialmente el ajeno, por dinero. 
Si además dejamos 
que sean estos especímenes los kies del cotarro, la cosa 
se pone de color hormiga. O sea que no nos queda otra, ¡Vive la 
re-evolution! o no quedará bicho viviente en el Planeta.
DdA, XI/2.721

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