La quizás comprensible sobreactuación del ministro del Interior, Jorge
Fernández Díaz, con motivo del asesinato de la presidenta del PP y de la
Diputación de León, Isabel Carrasco, comienza a cosechar sus frutos: al socaire
del anonimato “parece” haberse agrandado la oleada de odio que desde sus
comienzos se expande por la red. Fue un infame asesinato a un político, aunque
no un asesinato político, ocasionado por una mezcla letal de odios, rencores y obsesiva venganza.
En aquellos primeros momentos se produjeron manifestaciones de cariz bien
distinto: por un lado ─generalmente procedente del mundo “popular” o de
comentaristas cercanos a él─ la estupidez de achacar el impulso del asesinato a
una especie de caza al político provocada por los escraches, las plataformas
antidesahucio y las distintas mareas de protesta. La imputación a la protesta
ciudadana de la muerte de una política en ejercicio se diluyó sin embargo como
un azucarillo tan pronto se apreció el alcance de la majadería.
Por el otro lado, una infestación de miseria, insania mental en Internet
y especialmente en la red Twitter con incitación a la violencia y al odio
pareció incendiar el foro de opinión más amplio e incontrolable de las redes
sociales. La presencia de excelentes usuarios en la red del pajarillo se ve lastrada
por una horda de anónimos energúmenos dispuestos a actuar como lo harían en la
vida real: camuflarse en la masa para llevar a cabo sus acciones contra todo lo
que se mueve. ¿Recuerdan aquellos carteles de Zapatero asesino y el estacazo al
entonces ministro José Bono durante una manifestación de la AVT en 2005? Pues
lo mismo, pero en virtual.
Es sabido que el odio no es un delito y que las injurias y las calumnias
salen gratis si los agraviados no interponen una denuncia, de ahí las reuniones
que se están produciendo entre representantes de los ministerios de Interior y
Justicia y del ministerio público de los que hoy da cuenta Fernando Garea en ElPaís. Según informa Garea, “la representante del ministerio público rechazó
ante los secretarios de Estado la posibilidad de que se aplique de forma
generalizada el delito de incitación al odio, que en algún momento el Gobierno
ha considerado posible utilizar para estos supuestos.
“Este delito prevé penas de prisión de
uno a cuatro años y multa de seis a doce meses para ‘quienes fomenten,
promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, hostilidad,
discriminación o violencia contra un grupo, una parte del mismo o contra una
persona determinada por razón de su pertenencia a aquel, por motivos racistas,
antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias, situación
familiar, la pertenencia de sus miembros a una etnia, raza o nación, su origen
nacional, su sexo, orientación o identidad sexual, enfermedad o discapacidad’.
Alguno de los tuiteros detenidos en los últimos días ha sido imputado por un
juez por este delito de incitación al odio.”
Dos docenas de tuiteros han sido
detenidos y otros cinco más han sido denunciados por la comunidad judía a raíz
de los centenares de execrables tuits antisemitas al hilo de la derrota del
Real Madrid de baloncesto ante el Maccabi de Tel Aviv. Twitter arde de
indignación por lo que considera un ataque en toda regla a la libertad de
expresión, aunque ciertamente las redes sociales suelen incendiarse con
facilidad (basta con un par de docenas de mensajes concertados), pero parece
obvio que del mismo modo que en las manifestaciones se trata de aislar a los
alborotadores y provocadores sin causa lo mismo podría hacerse en la red sin
amenazar ni un ápice una libertad de expresión que no debe amparar la impunidad
de los malhechores de la palabra.
Ocurre que a veces una piel demasiado
sensible y un ánimo en exceso lábil a las ofensas pueden llevar a sobreactuaciones
en caliente como las ya mentadas del ministro del Interior. Y luego está lo posible y lo factible.
¿Quién puede detener la oleada de embarcaciones repletas de africanos en su
viaje a la isla de Lampedusa? ¿Quién la entrada a España por muchas vallas que
se interpongan? ¿Quién sajar la corrupción que corroe nuestra sociedad? ¿Quién
limpiar las redes de indeseables si la sociedad está plagada de ellos? ¿Quién
ponerle puertas al campo?
La esquina del tiempo DdA, XI/2.710
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