Jaime Poncela
Cuando Felipe González regaló la expropiada Galerías Preciados al
millonario venezolano Gustavo Cisneros, debió pensar que aquella era su
máxima contribución a la revolución proletaria tras la expropiación de
Rumasa. Felipe González, tan amigo de Venezuela en aquellos tiempos en
los que escuchar a Violeta Parra y Quilapayún era sinónimo de progresía,
ha salido de su madriguera por segunda vez en pocas semanas para
sumarse al coro de sabuesos que hozan en todas grietas posibles buscando
cualquier forma de desacreditar al partido “Podemos” y su líder, Pablo
Iglesias. Las simpatías de Iglesias por la Venezuela y Cuba actuales no
son del agrado de González, tan americanista en sus tiempos, tan fumador
de Cohíbas regalados por Fidel. Felipe ha dado un paso más en la
elaboración de la teoría enunciada por él mismo acerca de la coalición
universal PP-PSOE. “Podemos” ha hecho un nuevo favor a la democracia
convirtiéndose en el reactivo que nos ayuda a visualizar con claridad de
que están hechos los cimientos de nuestra democracia. Iglesias y los
suyos, más de 1,2 millones de votantes que no merecen todo el respeto de
los que reparten los carnés de demócratas, son desde el lunes el
enemigo común que va a terminar por unir para siempre a curtidos
socialistas con toda la carcundia neofascista de foros y tertulias, más
dispuestos a coincidir con los Le Pen en el club de campo que con los
“Podemos” en la cola de Alcampo. Alcampo es el supermercado francés en
el que, al parecer, compra sus camisas Pablo Iglesias, detalle que da al
estilismo indumentario del neonato político un toque proletario de
extrarradio, como una traducción actualizada de cuando Felipe y los
suyos vestían de pana y lucían patilla de hacha recorriendo los pueblos
en un “cuatro latas” para captar el disputado voto del señor Cayo. Hace
tiempo todos estos se han cortado la coleta, justamente cuando las
coletas vuelven a cotizar en política.
Artículos de Saldo DdA, XI/2.715
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