Jaime Poncela
Mientras corrían por la hierba 22 millonarios en pantalón corto, el
palco del estadio estaba abarrotado por más de 22 millonarios con
corbata de seda que, de manera sincronizada con los de abajo, ejecutaban
sus jugadas ensayadas desde antiguo en busca de sus propio trofeos y
campeonatos, no en vano el juego de los de arriba es casi tan viejo como
el de los de abajo. Los 22 millonarios de abajo tenían la misión de
entretener al respetable público con sus cabriolas y abdominales
histéricos, mientras los 22 millonarios de arriba se ponían al día de
sus cosas bajo el paraguas acogedor del pueblo llano aullando goles,
jurando venganzas y blasfemando arbitrajes. Aunque aparentemente los 22
de arriba y los 22 de abajo se estaban ocupando de asuntos diferentes la
simetría de sus actos fue tan perfecta que en el palco presidencial
había tantas estrellas como sobre la hierba, alineadas como en un
futbolín y cada una de ellas con una misión definida en la estrategia
global del encuentro que se jugó en las alturas. Hubo rematadores de
contratos de obras públicas, finos regateadores de la recaudación de los
derechos de autor, viejas gloria del balompié metidos a utilleros y
masajistas de egos, y hasta un viejo árbitro del poder civil muy mermado
por la lesiones, además de políticos recordados por golear
repetidamente a todo un país a puerta vacía. La prueba de la simetría
perfecta ente los de arriba y los de abajo se produjo cuando Florentino
Pérez y José María Aznar chocaron los cinco como dos adolescentes
entusiasmados. Parecían celebrar un gol del Real Madrid, pero en
realidad a ninguno de los dos les interesa el fútbol, ni siquiera sabían
quienes jugaban abajo. Su partido era el de arriba y ese lo ganan
siempre por goleada. Una más.
Artículos de Saldo DdA, XI/2.712
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