martes, 25 de febrero de 2014

OPERACIÓN ÉVOLE

Jaime Richart

No hay quien no tenga luces y sombras, virtudes y defectos. La ética dispone que tengamos superávit en luces y virtudes, y, sobre todo, que no incurramos en una conducta que arruine nuestro buena fama. Sin embargo, entre personajes pú­blicos, no es infrecuente que el prestigio granjeado quizá du­rante me­dia vida lo pierdan en un día o en un solo instante.

Évole ha sucumbido a la tentación. Lo peor de todo es que, como en la vida política e insti­tucional de todos los tiempos en que ha habido política y tam­bién cuando no la habido, todos los que participaron de esta farsa podrían ser los mismos que nos engañan en la vida real. In­cluido Évole. Creo que ninguno de ellos fue consciente del alcance de la “trampa” al espectador que Évole les proponía. Y esto es grave, porque de alguna ma­nera todos ellos faltaron a la ética. Una cosa es que Orson Wells se inventara en la radio la guerra de los mun­dos –a todas luces una fantasía- y otra que, con mo­tivo de un gravísimo evento que mantuvo en vilo y temblando a la bisoña ciudadanía española durante días que se hicieron eter­nos, los políticos y los periodistas se conci­ten para el engaño sin ningún provecho que no sea conseguir récord de audiencia. Es como si, agotados los temas para su programa estelar “Sal­vados”, Évole hubiera enfe­brecido atacado por el virus de la vanidad.

En resumen, Évole nos engaña durante una hora (aunque bastaba preguntarse cómo era posible que, si aquello era cierto, Tejero hubiera ido a parar a la cárcel) y presenta como tesis del golpe de Tejero lo que es una hipótesis.

Los efectos de esta manera de presentar la hipótesis se verán más adelante. Y lo que desde luego no sabremos a partir de ahora es si lo que Évole nos ofrece cada domingo es verdad o es otra escenificación de lo que nos propone. Desearía que no repercuta en el interés y la credibili­dad que el rigor periodístico de Évole había conseguido hasta ahora, además de una manera progresiva. Lo deseo, pero no estoy seguro de que en “Opera­ción Palace” no haya resurgido el “Follonero” que fue aunque en este caso de manera grandilo­cuente. Por­que todos sabemos, y con mayor razón los perio­distas, que el sensacionalismo y el amarillismo son el peligro que deben soslayar constantemente los medios, para que el gran público distinga al “se­rio” y fia­ble del que no es ni una cosa ni otra. En todo caso dudo que, tras este éxito, Évole recupere el mismo pulso y sensación de rigor incisivo que le han acre­ditado durante años…

Todo lo dicho, al margen de que muchísimos ya teníamos la convicción moral -más valiosa que todas las evidencias que nos hubieran podido eventualmente notificar desde instituciones y medios- de que la tentativa del golpe de Estado fue un golpe de efecto; un golpe de efecto orquestado por el poder político, para robustecer la enteca figura del rey y la tramposa introduc­ción de la monarquía según lo dispuesto por el dictador y no tanto por la voluntad, entonces aturdida, del pueblo temeroso de involución. Pues un ejército franquista le estaba apuntando con los tanques aquellos días en que debía responder a la pre­gunta capciosa sobre la Constitución que llevaba en el paquete la monarquía.

DdA, X/2.633

No hay comentarios:

Publicar un comentario