No hay quien no tenga luces
y sombras, virtudes y defectos. La ética dispone que tengamos superávit en
luces y virtudes, y, sobre todo, que no incurramos en una conducta que arruine nuestro
buena fama. Sin embargo, entre personajes públicos, no es infrecuente que el
prestigio granjeado quizá durante media vida lo pierdan en un día o en un
solo instante.
Évole ha sucumbido a la
tentación. Lo peor de todo es que, como en la vida política e institucional de
todos los tiempos en que ha habido política y también cuando no la habido,
todos los que participaron de esta farsa podrían ser los mismos que nos engañan
en la vida real. Incluido Évole. Creo que ninguno de ellos fue consciente del
alcance de la “trampa” al espectador que Évole les proponía. Y esto es grave,
porque de alguna manera todos ellos faltaron a la ética. Una cosa es que Orson
Wells se inventara en la radio la guerra de los mundos –a todas luces una
fantasía- y otra que, con motivo de un gravísimo evento que mantuvo en vilo y
temblando a la bisoña ciudadanía española durante días que se hicieron eternos,
los políticos y los periodistas se conciten para el engaño sin ningún provecho
que no sea conseguir récord de audiencia. Es como si, agotados los temas para
su programa estelar “Salvados”, Évole hubiera enfebrecido atacado por el
virus de la vanidad.
En resumen, Évole nos
engaña durante una hora (aunque bastaba preguntarse cómo era posible que, si
aquello era cierto, Tejero hubiera ido a parar a la cárcel) y presenta como
tesis del golpe de Tejero lo que es una hipótesis.
Los efectos de esta manera
de presentar la hipótesis se verán más adelante. Y lo que desde luego no
sabremos a partir de ahora es si lo que Évole nos ofrece cada domingo es verdad
o es otra escenificación de lo que nos propone. Desearía que no repercuta en el
interés y la credibilidad que el rigor periodístico de Évole había conseguido
hasta ahora, además de una manera progresiva. Lo deseo, pero no estoy seguro de
que en “Operación Palace” no haya resurgido el “Follonero” que fue aunque en
este caso de manera grandilocuente. Porque todos sabemos, y con mayor razón
los periodistas, que el sensacionalismo y el amarillismo son el peligro que
deben soslayar constantemente los medios, para que el gran público distinga al
“serio” y fiable del que no es ni una cosa ni otra. En todo caso dudo que,
tras este éxito, Évole recupere el mismo pulso y sensación de rigor incisivo
que le han acreditado durante años…
Todo lo dicho, al margen de
que muchísimos ya teníamos la convicción moral -más valiosa que todas las
evidencias que nos hubieran podido eventualmente notificar desde instituciones
y medios- de que la tentativa del golpe de Estado fue un golpe de efecto; un
golpe de efecto orquestado por el poder político, para robustecer la enteca
figura del rey y la tramposa introducción de la monarquía según lo dispuesto
por el dictador y no tanto por la voluntad, entonces aturdida, del pueblo
temeroso de involución. Pues un ejército franquista le estaba apuntando con los
tanques aquellos días en que debía responder a la pregunta capciosa sobre la
Constitución que llevaba en el paquete la monarquía.
DdA, X/2.633
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