Me gustaría transmitir a quienes comparten la fe en Cristo y a todos mis conciudadanos en general -¿por qué los periodistas no piensan en este tipo de debates, acaso no se los permiten?- un encuentro entre el arzobispo de Tánger, el franciscano español Santiago Agrelo, y nuestro nacionalcatólico ministro del Interior, que no dimite ni lo cesan a pesar de ser el responsable máximo de que quince seres humanos -acuciados por la pobreza y la desesperación- se ahogaran en las orillas de una playa ceutí al ser tiroteados con pelotas de goma por nuestra fuerzas del orden. Obviamente, el tema a tratar sería el de la inmigración. Dice Agrelo que dice la Biblia, como todos sabemos: "Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin
techo, viste al que va desnudo. Y nosotros plantamos una valla en la
frontera. Pero el problema no es la valla: Si yo pongo una valla y cuchillas en la frontera es porque la considero
infranqueable para determinadas personas. ¿Pero quién soy yo para
impermeabilizar esa frontera? ¿Tengo yo más derecho que el que tiene el
pobre a traspasarla? Cuando se trata de legislar respecto a los pobres
lo hacemos siempre los ricos, y siempre desde nuestra perspectiva y no
respecto a sus necesidades. En ese sentido, las fronteras son racionales
para los ricos, pero son irracionales, absurdas, opresoras y
discriminatorias para los pobres. ¿Sería posible que a la hora de
legislar tuviéramos la delicadeza de preguntarles a ellos qué esperan y
cómo podemos ayudarles? Cada año presumimos de que nos visiten 60 millones de turistas, pero
cerramos la frontera a estos 4.000 o 5.000 inmigrantes". El Evangelio no es de derechas, afirma el prelado, porque Dios es de izquierdas: "Con lo cual no
digo que sea del PSOE o de Izquierda Unida. Dios sería de derechas si
se preocupara de Dios, pero es de izquierdas porque se preocupa de ti y
de mí. La Iglesia ha de mostrar que no se preocupa de sí misma ni de
Dios, sino del otro. En este sentido, nos hace daño que se nos
identifique con políticas que se preocupan del dinero y de cosas que no
tocan". ¿Por qué es tan raro encontrar este discurso en la jerarquía?, le pregunta al arzobispo el periodista del diario Levante: "Se
trata de la cercanía con la que vives la pobreza. Pongo un ejemplo: en
2005, yo era párroco en la diócesis de Astorga. Hubo un intento de salto
a la valla de Ceuta y murieron cinco inmigrantes. Recuerdo que pensé:
qué vienen a hacer, quién les manda subirse a la valla, la Guardia Civil
tiene que rechazarlos. Ése era mi pensamiento. Luego llego a Marruecos y
me encuentro con ellos. Y mi pensamiento ha cambiado. Porque una cosa
es hablar de la pobreza y otra cosa es encontrarte con el pobre. Ahora
ya sé porqué suben a esa valla. Mil cosas empujan a esas personas a una
valla a la que nunca hubieran querido acercarse si hubieran tenido otra
posibilidad. Por eso considero que el discurso de la Iglesia cambiará en
tanto en cuanto cambie su relación con los pobres, su contacto directo".
DdA, X/2.635
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