Jaime Richart
En estos momentos el
asunto está a flor de piel de la ciudadanía. Los aprovecho porque cuando
todo va bien y la vida nos sonríe cualquier análisis social que no sea
positivo molesta. En cambio, en tiempo de crisis es más fácil hablar y
comprender alegatos que en otros bonancibles pueden resultar
extravagantes. Sostengo
que no hay una realidad, sino realidades múltiples relacionadas con una
misma cosa. El mismo objeto de observación tiene distinta naturaleza y
es visto de manera diferente según el conocimiento fragmentado de las
diversas disciplinas que constituyen el saber. Es decir es, según lo
examine y diagnostique un filósofo, un político, un sociólogo, un
moralista, un antropólogo, un jurista, un teólogo, un poeta, un físico o
un bioquímico. Lo que coloquialmente llamamos "esa" realidad social, a
cada uno de ellos le sugiere -ideologías aparte- una diferente
composición química y corpuscular.
Pues
bien, las penas, los códigos penales y la historia de la sociedad
también presentan opciones por realidades diferentes, pese a que se nos
repita cada día el mantra de que el sistema no tiene alternativa, que es
el mejor posible y que la única posibilidad es la de mejorarlo con
pensamiento global único. Pero resulta que la sociedad "es" muy
diferente dependiendo de donde radique el valor supremo. Si lo situamos
en el dinero y en la riqueza, lo lógico es que esa sociedad dé más
importancia a la corporación y a las acciones que a los accionistas, más
a la medicina y a los laboratorios que al enfermo, más a la ganancia de
las editoriales de libros de texto que al interés del educando, más al
embrión informe que a la mujer y al ser vivo consolidado, más a la
propiedad privada que a la vida individual y al bien común. Será, en fin
una sociedad deshumanizada y absurda, amparada en la ideología
neoliberal y en la ideología socialdemócrata, ambas a su vez
proteccionistas de la realeza y de los privilegios, y patrocinadoras de
esperpentos sin cuento que son muestra de una incesante decadencia.
Hasta tal punto esto es así que es de temer que debamos esperar para
sanearla, por lo menos otro siglo o a una revolución en toda regla.
Téngase en
cuenta que en el origen de toda sociedad está la ley penal, el código
penal. Con ellos empieza la civilización propiamente dicha. Los elaboran
individuos de castas dominantes y luego los interpretan y aplican otros
pertenecientes a las mismas castas. Por este motivo, desde el tránsito
de la horda al clan, de ?sta a la tribu y de la tribu a la sociedad las
leyes punitivas son injustas de raíz. No participan en su concepción,
redacción y aplicación los individuos desposeídos, ni las capas sociales
que, aunque carezcan de ilustración y precisamente por eso tendrían
mucho que decir. Si un ciudadano salido del pueblo hubiera estado
presente desde el principio, o más adelante, en el proceso civilizador
para tipificar los delitos y consensuar principios generales y normas
penales (atenuantes y agravantes incluidas), no dudemos que el código,
las penas y las circunstancias modificativas de la responsabilidad
serían otras. Principalmente con lo relacionado con los bienes públicos.
Desde luego los delitos de toda índole cometidos por "ilustrados" y
privilegiados serían agravados justo por su mayor ilustración y su mayor
responsabilidad, y no al contrario. Cuantos más sofisticado es el
sistema y el ordenamiento jurídico, más contranatural y más distante
está del más normal sentido de la justicia.
Porque es
cierto que para discernir técnicamente sobre juridicidad y Derecho, es
preciso ser experto en "la ortodoxia". Pero la ortodoxia es lo ya
establecido. Y lo establecido es precisamente lo decidido por los
sucesivos herederos de las clases poseedoras. Justicia y legalidad son,
pues, la justicia y legalidad instituidas por una manera de vivir y de
entender la vida desde el desahogo material; del mismo modo que es muy
desigual el modo de entender la vida de los que hacen la historia y el
de quienes la padecen. Pero no es necesario ser perito en Derecho para
concebir la justicia como valor universal y distinguir lo justo de lo
injusto. Más bien lo contrario, "cultura" e ilustración enturbian
fácilmente el entendimiento y estragan el sentido natural de las cosas y
de las relaciones sociales -lo que entendemos por sentido común-.
Sentido que es apartado y desdeñado por ambas, para hacerse dueñas de la
sociedad por esta vía. Justo lo que hacía lamentar en el siglo XIX a
Anatole France la injusticia de ser el mismo delito robar un panecillo
por un rico o por un pobre. ¿Qué posibilidad hay de que lo robe el rico?
Sin embargo
-y he aquí la paradoja de lo que quiero decir-, no es posible (pese a
que las ideas inoculadas por la globalización anglosajona nos van
arrasando poco a poco el pensamiento a todos por igual) que todos seamos
iguales. La justicia debe ser igual para todos sólo en trato procesal y
garantías. Pero desigual en función del nivel de instrucción y acomodo
de quien hubiere incurrido en ilícito penal. Lo justo es discriminar y
agravar la pena a imponer al delincuente que lo tiene todo: dinero,
instrucción y responsabilidades públicas que nadie les pidió, y atenuar
la pena al que carece de todo, con una instrucción básica o ninguna.
Ahora
pugnan en España cientos o miles de delincuentes políticos,
empresariales y miembros de la jefatura del Estado que han desvalijado
al país, por librarse del banquillo y de ser condenados por delitos que
atentan gravemente contra la colectividad. Sin embargo, pruebas
abrumadoras contra ellos se convierten en papel mojado dada la facilidad
con que jueces y tribunales les aplican el principio de "la duda", es
decir, el "in dubio pro reo", lo que les permite salir del trance con
cortas penas o absueltos. Y si no indultados. Y todos acaban pudiendo
recoger luego el fruto de su saqueo. En cambio otros acusados se pudren
en la cárcel exclusivamente por la prueba de menor valor jurídico como
pieza de convicción para el juez: la prueba testimonial, tan fácil de
maquinar. ¿Cuántos presos vascos y no vascos permanecen en las cárceles
por haber dado inusitada importancia a testimonios comprados con dinero o
en especie?
En
este tiempo se cambian y actualizan, casi compulsivamente, muchas
cosas: desde el software de los programas informáticos hasta los
espacios de las grandes superficies. Pero se siguen manteniendo
criterios de justicia ordinaria y social cercanos a aquellos en que el
Estado o el sátrapa de turno distinguían inequívocamente entre los
derechos y las penas correspondientes al explotador y al explotado, al
hombre libre, al siervo y al esclavo.
DdA, X/2.598
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