miércoles, 15 de enero de 2014

EN MEMORIA DE JUAN GELMAN Y SU MEMORIA

Félix Población

Saludé por última vez a Juan Gelman hace unos cuantos años, el mismo día en que la Audiencia Nacional declaró incompetente a Baltasar Garzón para investigar los crímenes del franquismo. Ese día el poeta y periodista argentino abría en Salamanca el I Encuentro Internacional de Centros de la Memoria Histórica contra los comisarios del olvido, porque, según sus palabras, un cuarto de siglo después del fin del infierno de la dictadura argentina, ese infierno tenía una segunda parte que aún crepitaba en la memoria y no se apaga, gracias sobre todo al concurso de los organizadores de la amnesia.

Citó Juan a este respecto a los militares arrepentidos y callados con dosis de cianuro, a los testigos que declararon contra la barbarie como Julio López -desaparecido para agitar el miedo-, a la jerarquía eclesiástica que santificó la matanza y se niega a abrir los prolijos archivos de ese tiempo de muerte, a los fiscales jueces y demás instancias judiciales que encajonaron procesos contra los represores, a los sectores políticos y sociales cómplices de la masacre y a ciertas organizaciones de derechos humanos, incluso, que se limitaron a burocratizar el dolor.

Nadie mejor que Gelman, en su condición de periodista, poeta y familiar directo de varias víctimas asesinadas y hechas desaparecer por la dictadura, para abrir en Salamanca un evento que trataba de rescatar el pasado que nos constituye frente a la historia tantas veces descrita en el agua y la arena. En contra de quienes vilipendian el esfuerzo de la memoria bajo la excusa de que no debe removerse el pasado para evitar que las heridas se reabran, la necesidad de esa facultad recordativa es un imperativo moral precisamente porque las heridas no están cerradas: Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego -dijo Juan Gelman-. Su único tratamiento es la verdad. Y luego la justicia. Verdad para las víctimas y justicia para los victimarios.

Los diques impuestos a la voz del pasado siguen siendo recurrentes y hay quienes pretenden ampararse en aquellos decretos de la antigua Atenas en los que se conminaba a los ciudadanos a olvidar la derrota sufrida contra Esparta. Ese olvido es imposible porque los miles de desaparecidos hacen perdurable su recuerdo en sus amigos y familiares. Enterrar a los muertos es una ley eterna que nadie sabe cuándo comenzó a regir, grita Antígona: Iba yo a pisotear esas leyes venerables, impuestas por los dioses, ante la antojadiza voluntad de un hombre, fuera el que fuera. La verdad del sufrimiento de las víctimas ha de imponerse a la que mantienen los victimarios, que es la cobardía del silencio. Para eso están los archivos, para contribuir a deshacer las artimañas de los asesinos de la memoria, afirmó Gelman.


Ayer murió Juan Gelman en México, país donde residía desde hace veinte años, y hoy recordamos más que nunca aquellas palabras suyas pronunciadas cuando recibió el Premio Cervantes en 2007: el poeta no escribe para vivir, sino que vive para escribir. En su primera obra, Violín y otras cuestiones, prologada por el poeta argentino de ascendencia asturiana Raúl González Tuñón, hay un breve y hermoso poema que hoy me ha recordado muy condolida la magnífica escritora mierense Laura Castañón:

Un pájaro vivía en mí.
Una flor viajaba en mi sangre.
Mi corazón era un violín.

Quise o no quise. Pero a veces
me quisieron. También a mí
me alegraban: la primavera,
las manos juntas, lo feliz.

¡Digo que el hombre debe serlo!

Aquí yace un pájaro.
Una flor.
Un violín.


PS.- Gracias a la sensibilidad de Laura Castañón, este DdA ha podido compartir hoy -sin saberlo previamente- el poema que el prestigioso diario Página/12, donde colaboraba Juan Gelman desde hace muchos años, ha seleccionado para su magnífica portada. Toda una portada para su poeta, acompañada de los mejores artículos que se pueden leer hoy sobre Gelman. ¡Maravillosa lección de periodismo y cultura!



Puntos de Página

"Cuando muere un Poeta
sus versos
lo cargan en hombros"

Fausto Vonbonek
Vi al poeta a unos metros de mí despidiendo hacia el aire la hirsuta humareda. Conversaba con una mujer que observaba emotiva la estirpe del verbo emanar de aquel rostro curtido a poemas. Había un hombre también adherido a la conversación en la mesa de acero, con vino, café y cigarrillos. Hacía un par de horas había yo arribado a la puerta del teatro esperando ocupar la butaca propicia. Sólo había frente a mí dos personas y atrás una hilera cuantiosa de gente expeliendo los vahos del invierno. Entonces lo vi entre las mesas anexas al teatro. Pedí de favor que guardaran mi espacio y me fui aproximando hacía el hombre de saco marrón con mirada de ciervo y bigote platense. Me miró aproximarme, elevó sus dos ojos fulgentes como un Principito y después de ofrecerle disculpas por la interrupción compartimos saludos. Momentos después firmaría mi cuaderno de notas. Yo pondría ya en su mano senil un poema arrancado a ese mismo cuaderno que Juan doblaría y llevaría a su bolsillo al costado en su pecho. Una hora más tarde Rodolfo Mederos tocaría “Adiós Nonino” después de que Juan declamara “Epitafio” y que su corazón bambolease un poema hasta hacer que las manos de cada palabra soltasen la comodidad del renglón para entrar en la sangre a escribir los latidos. Gracias, Juan Gelman.



DdA, X/2.595

No hay comentarios:

Publicar un comentario