
Jaime Richart
Decía Voltaire que ni una
sola gota de sangría vale la libertad de todo un pueblo. Pues bien, yo
pienso que la miseria y la exclusión social de un solo ciudadano no vale
todas las libertades formales: si bien se mira y al fin y al cabo, las
mismas que tiene un cervatillo en medio de la jungla.
Así
es que puesto que ahora no se hacen ver ni oír los intelectuales
-especie a extinguir- yo me postulo como uno de los últimos para
responder a los ideólogos que, como los periodistas a los chamanes, de
sus púlpitos, para suplir sus prédicas por las suyas, les han desalojado
de la escena pública y no ven ni quieren ver soluciones más allá del
capitalismo financiero. Hace falta, pues, mucho más que periodismo e
ideología para desactivar este sistema putrefacto, pues ambos, ideólogos
y periodistas, en lugar de buscar otro refuerzan "el sistema". Los
periodistas, por mucho que nos vendan "la información" que al final no
sirve para nada salvo para indignarnos más, y los ideólogos, por más que
nos imbuyan la idea de que éste es el menos malo de los sistemas;
cegando ambos, periodistas e ideólogos, el camino a otros posibles.
Hay
muchas señales de que "el sistema" se devora a sí mismo, como Zeus a
sus hijos. Tantas, que para explicarlo hay que empezar a razonar casi
desde el principio. Veamos. El "sistema" es iusnaturalista. Lo que
significa que los mecanismos de creación de desarrollo material son
abandonados a su suerte, y que lo que llamamos prosperidad no es más que
reparto de la tierra, de la propiedad y del dinero supeditado a que las
fuerzas económicas y el mercado falsamente libre se encarguen de
conseguir los "mejores" resultados. Y los "mejores" resultados son la
desigualdad y la exclusión social. He aquí el núcleo ideológico del
"sistema", en línea con el del catolicismo tradicional: es preciso que
existan pobres que salven su alma por la resignación, para que haya
ricos que se salven por la caridad, y a la inversa. "El sistema" tiene
pocas teorías expresas, o tácitas como ésta. No las necesita, pues es la
acción lo que prima sobre los razonamientos aplicados. Pero una de
ellas es la de que el Estado no está para crear empleo, sino para
incentivar la iniciativa privada, para animar a los ciudadanos a hacerse
empresarios que lo generen. Y si estos no surgen o los que hay no crean
empleo, el "sistema" dictamina que el Estado y quienes le representan
son responsables de incapacidad o culpables de ineptitud. Pero si son
ineptos, nada nuevo sucede. Los que les reemplacen serán aproximadamente
tan ineptos, y la desigualdad, el reparto y "el sistema" seguirán
siendo los mismos, con aproximadamente las mismas víctimas.
Hay un ejemplo
muy ilustrativo a este respecto. En "el sistema", y ya en España (pero
también en cualquier otro país), la demografía es determinante. Se
precisa, según la teoría-ideología reinante, una tasa de población
suficiente en edad de trabajar para mantener a la vejez inactiva. Es
decir, en la pirámide de población por edades, se necesita que la parte
media activa sea suficientemente numerosa para poder sostener a los
mayores. Pero, y aquí está otra de las contradicciones de "el sistema"
que impiden la hipotética solución que dejase a todos relativamente
satisfechos: ¿quién, en una sociedad descoyuntada, desarticulada e
incierta se decidirá a procrear para contribuir a que el sistema
funcione como sus "dueños" quieren? ¿quién, a menos que sea por descuido
o por verse respaldado por su riqueza, se atreverá a ello sin la
conciencia de que cualquier nuevo nacido irá a parar al desempleo y a
una vida sin futuro? Por eso, naturalmente, el pueblo evita nacimientos,
como lo evita cualquier especie viviente cuando escasea el sustento. En
estas condiciones ¿qué se puede esperar de un modelo que fía a aquellos
mecanismos -leyes económicas, pugna de voluntades empresariales y
banqueras- la solución? ¿quién, a menos que se deje lavar el cerebro,
puede confiar en un "sistema" injusto e irracional por definición del
que todo aquél que no sea amo desconfía? Los esfuerzos -aunque fueran
sinceros- del poder económico y político son baldíos y desembocan en más
y más injusticia. Primero, porque no pueden, segundo porque los que
reparten se quedan con la mayor parte dejando las migas al resto, y
tercero porque la voluntad de poder es más fuerte que las buenas
intenciones desperdigadas. Tratan de paliar los efectos, pero dejando
intactas las causas profundas de la injusticia social.
Otro
ejemplo de contradicción que hace imposible la relación equilibrada
entre economía, tecnología y trabajo es la robotización. La
robotización, que tanto prometía, se les ha ido a estas sociedades de
las manos poniendo en evidencia la escasa inteligencia de los
responsables públicos, el fracaso del mercado y nuestra perdición.
Hay
varios factores que contribuyen al desempleo masivo, pero, aparte
otros, es esa filosofía de la desigualdad que inspira al poder político
asociado al económico y por ende al empresaria que ha permitido la
robotización brusca en lugar de introducirla gradualmente para no
agravar más los estragos de la especulación, del agiotaje, del dumping y
otras prácticas perversas y usuales del capitalismo financiero.
Si
lo dicho es aplicable a todos los países donde rige "el sistema", en
España alcanza cotas involucionistas de escándalo donde el trabajador es
un siervo y el ciudadano un número de una dictadura en gestación. "El
sistema" nunca se atribuye el fracaso a sí mismo, ni tampoco al
desbarajuste existente en la superestructura global; ni a ese aparato
que propicia los abusos en cada país por separado y en todos en conjunto
donde unos ciudadanos resultan favorecidos o muy favorecidos y otros
dramática o trágicamente damnificados. Ni tampoco lo relaciona con el
dato cierto de que, como los ricos lo son a costa de muchos, la economía
en esos países crece en la medida que otros a mucha distancia costean
con su miseria el desahogo y el lujo de los que figuran a la cabeza del
progreso.
El
pueblo está dormido y no ve que el objetivo de la ideología
predominante es la desigualdad disfrazada de competitividad, y que las
fuerzas políticas y las económicas se ponen tácitamente de acuerdo a ese
fin; que las contradicciones son exasperantes y las leyes del mercado
inexorables con los débiles; que los sociólogos y economistas detectan
los problemas y señalan, cada uno a su manera, dónde está la solución,
pero que la solución nunca llega porque esas leyes chocan entre sí pero
también con las de la biología... En tales condiciones y donde se ha
sustituido bienestar por beneficio y el poder adquisitivo marca la
diferencia entre el bienestar y el desasosiego, la salud y la
enfermedad, la vida y la muerte, el pueblo está legitimado para asaltar
los palacios de invierno. Pero, en este sentido, pierde razón al
protestar por el latrocinio generalizado, por la regulación del empleo y
por no tener trabajo. Pues acepta al depredador y la consagración
institucional de éste a la desigualdad; no lo repudia con la enmienda a
la totalidad. Por todo lo dicho yo, en tanto que ciudadano responsable,
estoy al lado del pueblo como ser social desvalido e inmaduro, pero no
junto al pueblo como cuerpo social desarrollado, pues en buena medida el
pueblo merece lo que tiene al abrazar "el sistema" en conjunto porque
le ha ido bien un cierto tiempo y elige una y otra vez a opresores y
corruptos en lugar de echarles a patadas....
La
racionalidad propia del milenio que vivimos exige soluciones radicales,
no medias tintas; remedios severos, no placebos; cirugía del tumor que
son los detentadores del poder, no sinapismos. Creo que queda poco
tiempo para que el mundo, con España a la cabeza, se convenza de una vez
de que es preciso regresar al enfoque y los planteamientos marxistas.
La esperanza en el milagro de soluciones para todos es obstinación;
contumacia de mentes primarias y obtusas, de espíritus sin conciencia
que no atisban ni de lejos la importancia que para el individuo tiene la
colectividad. Lo mismo que la tiene para las especies vivientes
consideradas superiores. Pues cuando el poder político y el económico
permiten que las leyes de mercado cumplan estrictamente su función, los
estragos están asegurados, y cuando las corrigen siempre es para
favorecer aún más a las clases sociales dominantes.
Yo
confío en que (a menos que antes el mundo salte antes por los aires),
doblegada por la razón, tarde o temprano Occidente abrace a Marx y
vuelva a permitir que sea el organizador supremo de la sociedad. Marx
preveía el socialismo real cuando se dieran las condiciones objetivas de
una sociedad avanzada. Quizá Occidente, aunque le falta un hervor, ya
lo es. Los planes quinquenales y los ajustes entre producción y consumo
que superen las funestas y manipuladas leyes del mercado, son propios de
sociedades en un nivel superior de la inteligencia colectiva
necesitadas de evitar el agotamiento de los recursos planetarios y
promover la dignidad real de todos los seres humanos. Pues no es propio
de inteligentes pasarse la vida diciendo que se aspira a la igualdad
máxima entre todos los ciudadanos de un país y la de todos los seres
humanos, y no poner los cimientos: los fundamentos sociológicos,
políticos, jurídicos y económicos para lograrlo.
DdA, X/2.563
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