lunes, 30 de diciembre de 2013

EL MINISTRO IBÁÑEZ MARTÍN Y LAS ESCUELAS COMO BOTÍN DE GUERRA DE LOS VENCEDORES

El ministro fue elegido doctor honoris causa
por la Universidad Pontificia de Salamanca
Julián Casanova
Acabada la guerra, cuando Franco formó su segundo gobierno, el 9 de agosto de 1939, José Ibáñez Martín fue el elegido. Se mantuvo al frente del Ministerio hasta 1951, doce años en los que tuvo tiempo de culminar la depuración del Magisterio iniciada por aquella Comisión de Cultura y Enseñanza que presidió desde finales de 1936 José María Pemán, de catolizar la escuela y de favorecer con generosas subvenciones a las escuelas de la Iglesia. Ibáñez Martín dejó también como legado un rosario de declaraciones antimodernistas, de encendidos elogios a la pedagogía de San José de Calasanz y de sorprendentes argumentos sobre la formación de los maestros y de los problemas básicos de la educación: "¿Cómo podrá formar el alma del niño un Maestro que no sepa rezar?", se preguntaba en 1943: "He aquí el problema fundamental de la educación española".

Nada de extraño tiene que con ese timonel el barco de la educación fuera viento en popa en aquellos católicos años cuarenta. La verdad es que Ibáñez Martín tenía un curriculum bastante completo para aspirar a ese puesto. Durante la dictadura de Primo de Rivera había sido miembro de la Unión Patriótica, teniente alcalde del ayuntamiento de Murcia y presidente de la Diputación provincial. Procedía también, como José María Pemán, de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, participó a comienzos de la República en la creación de Acción Nacional y fue elegido diputado de la CEDA por Murcia en las elecciones de noviembre de 1933. Catedrático de geografía e historia en el Instituto San Isidro de Madrid, pasó el primer año de la guerra refugiado en una embajada sudamericana hasta que pudo escapar al bando franquista.

Ibáñez Martín mantuvo como principales responsables de su Ministerio a Tiburcio Romualdo de Toledo y José Permatín, dos ultracatólicos de la etapa de Sainz Rodríguez, e incorporó también a algunos "camisas viejas" de Falange, un ejemplo más de esa mixtura de fascismo y catolicismo que dominó la sociedad española de posguerra. Romualdo de Toledo, jefe del Servicio Nacional de Enseñanza Primaria, era un tradicionalista que tenía como modelo de escuela "al monasterio de Occidente creado por San Benito" y José Permatín, responsable de la Enseñanza Superior y Media, había defendido en 1937 "una cuidadosa y concienzuda depuración -sin venganzas, pero sin flaquezas-" de los maestros y del profesorado de las escuelas normales.

Entre unos y otros echaron de sus puestos y sancionaron a miles de maestros y convirtieron a las escuelas españolas en un botín de guerra repartido entre las familias católicas, falangistas y ex combatientes. La inhabilitación y las sanciones afectaron también de lleno a los profesores de Universidad, cuyos puestos se los distribuyeron, bajo el atento manejo de Ibáñez Martín, los propagandistas católicos y el Opus Dei. Ibáñez Martín había coincidido en su refugio madrileño del primer año de guerra con José María Albareda, un químico aragonés de Caspe, compañero de Escrivá de Balaguer y socio del Opus Dei. Terminada la guerra, Ibáñez Martín nombró a Albareda secretario general del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el CSIC, creado el 24 de noviembre de 1939. Albareda se rodeó de miembros del Opus Dei como Alfredo Sánchez Bella y convirtió al Consejo en un vivero de cátedras universitarias. En 1959 fue ordenado sacerdote y al año siguiente pasó a ser rector de la Universidad de Navarra, cargo en el que se mantuvo hasta su muerte en 1966.
 DdA, X/2.583

No hay comentarios:

Publicar un comentario