El ministro fue elegido doctor honoris causa
por la Universidad Pontificia de Salamanca
Julián Casanova
Acabada
la guerra, cuando Franco formó su segundo gobierno, el 9 de agosto de
1939, José Ibáñez Martín fue el elegido. Se mantuvo al frente del
Ministerio hasta 1951, doce años en los que tuvo tiempo de culminar la
depuración del Magisterio iniciada por aquella Comisión de Cultura y
Enseñanza que presidió desde finales de 1936 José María Pemán, de
catolizar la escuela y de favorecer con generosas subvenciones a las
escuelas de la Iglesia. Ibáñez Martín dejó también como legado un
rosario de declaraciones antimodernistas, de encendidos elogios a la
pedagogía de San José de Calasanz y de sorprendentes argumentos sobre la
formación de los maestros y de los problemas básicos de la educación:
"¿Cómo podrá formar el alma del niño un Maestro que no sepa rezar?", se
preguntaba en 1943: "He aquí el problema fundamental de la educación
española".
Nada de extraño tiene que con ese timonel el barco
de la educación fuera viento en popa en aquellos católicos años
cuarenta. La verdad es que Ibáñez Martín tenía un curriculum bastante
completo para aspirar a ese puesto. Durante la dictadura de Primo de
Rivera había sido miembro de la Unión Patriótica, teniente alcalde del
ayuntamiento de Murcia y presidente de la Diputación provincial.
Procedía también, como José María Pemán, de la Asociación Católica
Nacional de Propagandistas, participó a comienzos de la República en la
creación de Acción Nacional y fue elegido diputado de la CEDA por Murcia
en las elecciones de noviembre de 1933. Catedrático de geografía e
historia en el Instituto San Isidro de Madrid, pasó el primer año de la
guerra refugiado en una embajada sudamericana hasta que pudo escapar al
bando franquista.
Ibáñez Martín mantuvo como principales
responsables de su Ministerio a Tiburcio Romualdo de Toledo y José
Permatín, dos ultracatólicos de la etapa de Sainz Rodríguez, e incorporó
también a algunos "camisas viejas" de Falange, un ejemplo más de esa
mixtura de fascismo y catolicismo que dominó la sociedad española de
posguerra. Romualdo de Toledo, jefe del Servicio Nacional de Enseñanza
Primaria, era un tradicionalista que tenía como modelo de escuela "al
monasterio de Occidente creado por San Benito" y José Permatín,
responsable de la Enseñanza Superior y Media, había defendido en 1937
"una cuidadosa y concienzuda depuración -sin venganzas, pero sin
flaquezas-" de los maestros y del profesorado de las escuelas normales.
Entre unos y otros echaron de sus puestos y sancionaron a miles de
maestros y convirtieron a las escuelas españolas en un botín de guerra
repartido entre las familias católicas, falangistas y ex combatientes.
La inhabilitación y las sanciones afectaron también de lleno a los
profesores de Universidad, cuyos puestos se los distribuyeron, bajo el
atento manejo de Ibáñez Martín, los propagandistas católicos y el Opus
Dei. Ibáñez Martín había coincidido en su refugio madrileño del primer
año de guerra con José María Albareda, un químico aragonés de Caspe,
compañero de Escrivá de Balaguer y socio del Opus Dei. Terminada la
guerra, Ibáñez Martín nombró a Albareda secretario general del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, el CSIC, creado el 24 de
noviembre de 1939. Albareda se rodeó de miembros del Opus Dei como
Alfredo Sánchez Bella y convirtió al Consejo en un vivero de cátedras
universitarias. En 1959 fue ordenado sacerdote y al año siguiente pasó a
ser rector de la Universidad de Navarra, cargo en el que se mantuvo
hasta su muerte en 1966.
DdA, X/2.583
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