El 5 de noviembre pasado moría Nelson Mandela. Un hombre que
habló poco, vivió como pensaba y pensó como vivía. Tenía poco que perder
que valiese tanto como la vida, la libertad y la dignidad que anhelaba
para él y para su pueblo. Nelson Mandela fue coherente hasta la última
gota de su vida.
La semana pasada, una mujer excusaba estar más
implicada en la lucha contra los recortes perpetrados por el Gobierno
del PP aduciendo que "tenía aún hijos que criar". Nelson Mandela tenía
seis hijos, y no rebló a la hora de estar en la cárcel durante
veintisiete años seguidos (1964-1990), sin contar otros cinco años de
cárcel sufridos de 1956 a 1961. A veces creamos grandes héroes que
admirar para poder ocultar a su vera canijas excusas que llevan a la
inacción. El verdadero homenaje que merece Nelson Mandela no consiste en
deshacernos en elogios fúnebres, sino en hacer lo que él hizo.
Algunos dirigentes sindicales han declarado más de una vez que no es posible
hacer más de lo que hacen (convocatorias a concentraciones,
manifestaciones y alguna huelga general anual) por no concurrir las
circunstancias favorables para otras movilizaciones: se están refiriendo
al poco apoyo que tendrían por parte de la ciudadanía y/o de la clase
trabajadora. Nelson Mandela permaneció solo en una celda angosta
durante más de treinta y dos años, y no esperó a constatar el apoyo de
buena parte del pueblo.
Otros líderes de su partido (el Congreso
Nacional Africano, ANC) estaban también en prisión, pero Mandela fue
cada vez más un referente para el pueblo sudafricano y para los pueblos
oprimidos del mundo precisamente por resistir, en cualquier
circunstancia.
¿Cuántos dirigentes políticos y sindicales
estarían dispuestos hoy a ser encarcelados sine die por defender sus
ideas y valores? Una vez le hice esta misma pregunta a un destacado
dirigente de la izquierda aragonesa, y se salió por la tangente:
respondió que prefería vivir en un país de ciudadanos libres donde nadie
tuviese que dar con sus huesos en la cárcel a causa de sus ideas. ¡Como
si Nelson Mandela no hubiese preferido lo mismo! En 1969 murió su hijo
mayor en un accidente de coche y le fue denegado el permiso para asistir
a su funeral. ¿Qué pasó durante muchas mañanas, tardes y noches de
muchas semanas por su mente y su corazón? ¿Hasta qué grado llegó su
abatimiento?
Sin embargo, Mandela continuó firme y claro. Un
hombre mayor y enfermo pudo desde una mísera celda con todo el odio y la
injusticia del apartheid que padecía su pueblo.
Tras trabajar
cada día en una cantera de cal, Mandela era tratado muy mal por
pertenecer al estrato inferior entre los reclusos: negro y prisionero
político. Dormiría muchas noches pensando en su familia, ahuyentando los
fantasmas de culpabilidad por no estar fuera, atendiéndolos como
merecían. ¡Con qué ansiedad esperaría esa visita y esa única carta a las
que tenía derecho cada seis meses! ¿Cómo sería la noche misma, ya solo,
después de que sus ojos viesen por unos minutos a algunos familiares?
¿Cuántas veces al día leería esa carta semestral, a menudo retenida y
censurada por los censores de la cárcel?
Mandela no ha muerto
simplemente por ser un hombre de muy avanzada edad (95 años), sino sobre
todo a causa de la tuberculosis y otras numerosas dolencias (su hígado y
riñones estaban paralizados en un 50%) que le acarrearon sus más de
treinta y dos años en prisión. Mandela fue un resistente hasta el día
mismo de su muerte, al que no le importó poner en riesgo su salud
corporal a cambio de mantener siempre vivas sus esperanzas, en lugar de
sus miedos.
Se vive una sola vez, y precisamente por ello hay que
vivir siempre apostando incondicionalmente por la vida, que sobrepasa
con mucho las funciones fisiológicas.
En un momentos de su actividad política optó por la lucha armada como vía para liberar a su
pueblo y al resto de los pueblos oprimidos de la Tierra, por lo que fue
tildado de "terrorista" tanto por el régimen racista del apartheid
sudafricano (los verdaderos y auténticos terroristas) como por la misma
ONU. Posteriormente, optó por la desobediencia civil y la noviolencia.
Evidentemente, fue el diálogo y la mano tendida a sus adversarios, y la
noviolencia las que en 1994 convirtieron a Mandela en el primer
presidente negro de Sudáfrica.
Quedaba aún todo por hacer, pero
unos valores y unos ideales --sustanciados en Nelson Mandela-- habían
cristalizado fuertemente en la República de Sudáfrica.
Es muy
conocida una fotografía en la que Nelson Mandela está quemando un papel
en 1960, una especie de permiso, como símbolo de resistencia al
apartheid. Resistencia firme, ilimitada e incondicional, pacífica,
inquebrantable. Nelson Mandela no necesita posters, chapas, adhesiones
de primera o última hora, sino que sigamos su ejemplo sin remilgos.
DdA, X/2.565
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