Rompiendo mi costumbre de no hacerlo, ante los enojos que su línea editorial me proporciona en la pantalla, este Lazarillo ha comprado hoy el diario El País en el kiosco, pero como los kiosqueros -al tiempo que los periódicos de kiosco- se han vuelto cada vez menos respetuosos con la prensa, por poco me dejan huérfano del magnífico artículo de Manuel Vicent en la contraportada. Los línea de puntos comerciales habitual en el pliegue del ejemplar, cortada sin pulso por el kiosquero, estuvo a punto de robarme un fragemento de la que sin duda sigue siendo la más preciada colaboración del rotativo. Dejarla a expensas de que un kiosquero vacilante pueda hacer con ella lo que tan a fondo ejecutaba la censura franquista, debería merecer alguna protección por parte de la empresa editora. La columna se titula hoy Zombis y expresa así lo que muchos pensamos:
"Bajo
el terror económico impuesto por la crisis, es lógico que el ciudadano
anónimo de este país no recuerde cuándo empezaron a irle mal las cosas
y, menos aún, el momento en que perdió la autoestima y bajó los brazos
frente al poder. Ese olvido es la forma más envenenada de autorrepresión
que puede sufrir la conciencia colectiva. Se trata de una aceptación
tácita de que todo va mal y que nada se puede hacer para remediarlo, sin
que tampoco se logre saber el motivo profundo de esta impotencia, que
es de todos y de nadie. Cuando esta represión psicológica se produce, el
poder ya no tiene ninguna necesidad de ejercer la violencia para
reprimir las libertades y derruir las conquistas sociales adquiridas
tras una larga lucha, puesto que es el propio ciudadano el que asume la
culpa y se inflige el castigo. Frente a la prepotencia de un Gobierno
con mayoría absoluta, que no duda en imponer su voluntad entrando a saco
mediante decretos en la vida pública, el ciudadano ejerce el derecho a
la huelga, convoca manifestaciones en la calle, grita detrás de las
pancartas, incluso es capaz de levantar barricadas, pero, neutralizada
su cólera por el miedo a perder lo poco que le queda, acepta de antemano
la derrota. Un extraño virus ha anulado su capacidad de rebeldía hasta
convertirlo en un zombi. En efecto, este país está a punto de parecer un
reino de muertos vivientes, sin que ninguna voz nos haga saber que
nuestra tumba, como la de los zombis, está llena de piedras. Muertos
vivientes los hay pobres y ricos. Los pobres caminan como autómatas con
la cabeza gacha, si bien a veces miran al cielo esperando que se
produzca la lluvia de sardinas que les han prometido; en cambio los
zombis ricos entran y salen de los restaurantes, joyerías y tiendas
exclusivas en las millas de oro, aparentemente felices, aunque
observados de cerca, se descubre su rostro crispado por el terror a que
su fiesta sea asaltada mañana por una turba de mendigos. Algunos
advierten que la carga explosiva está ya en el aire a la espera
inminente de la chispa que provoque un estallido social de consecuencias
imprevisibles. Pero esta deflagración no será posible sin que antes se
produzca un prodigio: que haya una rebelión de zombis, como en otro
tiempo la hubo de esclavos".
DdA, X/2.549
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