Dame señor paciencia para
soportar las cosas que no puedo cambiar, fuerzas para cambiar las que
puedo y entendimiento para distinguirlo, dice Confucio. Pues bien, tan
crónicas son, que ya no espero que cambien las cosas de este país, ni me
quedan fuerzas para ayudar a cambiarlas. Los impedimentos no están en
la piel sino en la médula. Sigue un tumor muy agresivo en las capas altas
de esta sociedad, que impide cualquier cambio en favor de las
inferiores. La lucha de clases, lejos de haber desaparecido como afirman
los que las niegan, se recrudece por momentos. Y las clases sometidas,
más numerosas pero débiles al limitarse a invocar la legalidad
incumplida esperando que la Justicia repare los estragos causados por
los poderosos, no tienen nada qué hacer. Y Europa, que podría compensar
de algún modo el desigual enfrentamiento, sólo está atenta a satisfacer
los intereses de los acreedores sin calcular el peligro, y atiza la
opresión. Término éste, opresión, que vuelve al primer plano de la
dialéctica marxista acerca de la ambición y voracidad de los dueños de
la tierra y de este país que nos impide olvidarlo.
Estos
pasados 20 años, dedicados por ellos a explotar en su provecho el filón
de los fondos llegados de Europa, fueron una mera tregua. Porque,
vuelta a la "normalidad" y sin haber avanzado en infraestructuras
económicas sólidas, la posición fija de las clases sociales se
restablece, y la Justicia, en los asuntos más escandalosos que tienen
que ver con atentados gravísimos contra lo público, poco a poco o
directamente, se hace cómplice de las más altas.
Clausewitz
dice que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Y
para Foucault, invirtiendo la frase de Clausewitz, la política es la
continuación de la guerra por otros medios. Pero en España, la política
ni siquiera es la continuación de la guerra. En EspañA la política es
en sí misma la guerra. Pero no la guerra por la causa de la justicia
distributiva, sino para apoderarse de las claves de la Justicia en un
sistema injusto de raíz. Y así, la justicia -la de fiscales y
tribunales, no la de los instructores- es continuación de la política. Y
si no, para eso está el indulto: más política.
Este
es un país en muchas cosas absurdo, y más que una nación estable un
aglomerado a fuerza de bayonetas o una piel hecha a costurones. Por
eso, los procesos penales con contenido político que se sustancian sin
pausa pero sin ninguna prisa, parecen incontables. Pues, ¿quiénes, de
los políticos, de los partidos, de los medios, de los sindicatos, de
entre la misma judicatura no tratan de dirimir sus justas a través de
una sentencia que acaba con la de un tribunal asimismo político?
Así,
España, la España de arriba por unas razones y la de abajo por otras,
bulle convulsa y desquiciada. Convulsos y desquiciados los que,
arramplando lo público ahora se sienten acorralados. Convulsos y
desquiciados los otros. porque no atisban ningún futuro. Así pues, esta
sociedad sigue como siempre, con lucha de clases y predominio y dominio
de los descendientes de los que ganaron la guerra civil. Por eso la
política y la justicia social son pornográficas, obscenas e
insultantes: el espíritu de los ganadores sigue vigente. Ellos son los
que hacen de la política no ya el dudoso arte de mentir y la
continuación de la guerra por acaparar también la justicia, sino la
mentira en sí misma, falsía sin tapujos arrojada cínicamente a la cara
de la ciudadanía en desprecio de la inteligencia común.
Pero,
al final, ¿cuántos políticos, banqueros o empresarios, es decir, el
soporte de este tipo de sociedad, no tienen uno o más cadáveres en el
armario? ¿cuántos de ellos no son corruptos? El que se excusa sin que
nadie se lo pida, se acusa. Pero estos, por si fueran pocas las pruebas
fehacientes de su indecencia, se delatan constantemente al acudir a la
magistratura para que la justicia les dé la razón que no han logrado en
los parlamentos y menos en la plaza pública. Se delatan, pero les da
igual: tienen la sartén por el mango.
No
le demos más vueltas. Las convulsiones constantes en España, como los
movimientos sísmicos en ciertas zonas geográficas, obedecen siempre a
las mismas causas: lucha de clases atizada por los politicastros y por
los tiburones de las finanzas que detentan el poder contra el pueblo,
por un lado, y las heridas sin cicatrizar dejadas por la guerra civil
que, lejos de aliviarlas aquellos, cada día que pasa las infectan más,
por otro.
Así
es que si este país en conjunto (o las partes de sus confines por
separado, desean avanzar), y puesto que no hay espacio para el
socialismo real por la hipnosis del señuelo de las libertades formales
aunque sólo sirvan para lamentos, no queda otro remedio que expulsar de
la política, de la empresa, de la banca y de nuestras vidas a todos
estos malhechores y falsarios. Y luego organizarnos de nuevo, como
hordas que han de convivir desde el principio de la historia.
DdA, X/2.551
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