Estos
gobernantes, en cualquiera de sus
escalas y estamentos, desde la Moncloa hasta el Consistorio de Madrid, no hacen
más que dar pruebas y motivos no ya para la indignación, sino para la desobediencia
civil y la sublevación. No es ya su incompetencia para contentar a la
mayoría de la ciudadanía, sino su incapacidad para comprender dónde están los
centros nerviosos de un mínimo sosiego colectivo dentro de la gravedad de una
crisis provocada por la especulación financiera y de la otra.
Empezamos porque su ideología neoliberal, que
tantos estragos causa al individuo aisladamente considerado, parte del
principio de que poner en manos privadas y societarias los servicios públicos,
las empresas públicas y las empresas mixtas resuelve los problemas modernos
que la economía plantea a la vida colectiva.
Está claro que a estos depredadores les son
indiferentes las consecuencias individualizadas conocidas por la experiencia
en países de vanguardia, y la comprobación a través de ella de que esa
política ha fracasado. Y les es indiferente, porque ya tienen preparada la
solución para proteger a los reductos que monopolizan la riqueza. La solución
final prevista por ellos pasa primero
por lanzar a sus policías para aplastar cualquier disturbio y luego
conminar a la ciudadanía con la mera presencia del ejército en la calle.
Sea como fuere, se necesita ser necio para
presionar a esos extremos a los empleados de la limpieza siendo así que la
vida cotidiana depende de ellos. Responsabilizar la alcaldesa de Madrid a las
empresas adjudicatarias del servicio, pretendiendo desentenderse del asunto,
es otra muestra no ya sólo de una incompetencia imperdonable, sino de una
voluntad política puesta al servicio exclusivo de la depredación.
Por si eso fuera poca su estulticia, rebajar
el ya de por sí irrisorio sueldo en un 40% a los que no son despedidos y
despedir a 1.200 trabajadores, provocando el conflicto, es una temeridad
gravísima, pues la acumulación de toneladas de desperdicios pone en altísimo
riesgo de epidemia, incluida la peste bubónica, a la población, y es
directamente proporcional al tiempo que dure. Esta actuación de la alcaldesa y
demás dirigentes municipales -principales responsables del desaguisado-, y los
empresarios cómplices, y todo por no renunciar a los beneficios del
contubernio, se ha convertido en la prueba científica de la ineptitud, necedad
y canallismo de todos estos que actualmente administran nuestros bolsillos,
nuestra educación, nuestra higiene, nuestra salud y nuestra filosofía de vida.
Pero precisamente porque la moderación y la
prudencia de la izquierda son tomadas por estas gentes como debilidad, los
medios más cercanos a aquéllas debieran mostrarse más enérgicos en su crítica,
considerando que mostrar una sandalia a Rato o llamar vagos a los miembros del
Parlament valenciano por los innumerables abusos cometidos, son flores al
lado de lo que en realidad se les debiera calificar... La buena educación no está
reñida con la determinación y la valentía.
Si la justicia no repara la injusticia ni los abusos de los poderosos y los medios además son tibios con unos y otros, nada podrá sacar a este país del profundo agujero en que se encuentra y no extrañe que pronto empiece a correr la sangre.
DdA, X/2.540
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