Ayer, mientras hablaba Kerry de Siria, un ciudadano estadounidense
le dio a leer en su pequeña pancarta que el
patriotismo mata a los pobres. Debía de tratarse de un buen lector
de Eduardo Galeano: leA
"El derecho a la independencia, el derecho a la soberanía es hoy por hoy
un lujo de los países poderosos, ricos ;
cuando los países pobres ejercen el patriotismo,
este patriotismo se convierte en populismo o, peor todavía, en terrorismo
y constituye una amenaza para el mundo.
Nosotros no tenemos el derecho de defendernos,
sólo tenemos el derecho de aceptar lo que otros deciden por
nosotros y esos otros son los que ejercen el gobierno mundial". Lazarillo
Adrian Mac Liman
Hace apenas un par de meses, cuando el ejército egipcio irrumpió en
la vida política cairota, arrestando al líder islamista Mohammed Mursi,
presidente electo del país africano, el secretario de estado
norteamericano, John Kerry, no dudó en poner los puntos sobre las íes:
no, no se trataba de un golpe d estado; la cúpula militar egipcia se
había limitado a… restaurar de democracia.
Curiosamente, la mayoría de sus compatriotas no compartía esa
opinión. De hecho, el establishment político de Washington no tardó en
calificar la intervención de los generales egipcios de golpe, condenando
los métodos empleados para esa extraña “restauración de la
democracia”. El que eso escribe cayó en la tentación de comparar la
verborrea de Kerry con la proverbial discreción de uno de sus ilustres
antecesores: el también secretario de estado Henry Kissinger. Hablar de
“democracia” en el contexto mezzo oriental no era el fuerte del
politólogo alemán recriado en los Estados Unidos. Cometer semejante
dislate sin pensar en dimitir para salvar la cara, tampoco. Pero los
tiempos cambian y el perfil de los jefes de la diplomacia estadounidense
también…
John Kerry nos volvió a sorprender la pasada semana al afirmar que
los Estados Unidos disponían de pruebas sobre la autoría del ataque con
armas químicas perpetrado – según él – por el ejército sirio, en el que
perdieron la vida 1.429 personas. Aparentemente, la información estaba
basada en declaraciones de testigos, informes médicos y datos
suministrados por los servicios de inteligencia occidentales. Siempre
según el jefe de la diplomacia norteamericana, los militares sirios
emplearon el mortífero gas sarín. Detalle interesante: a comienzos de la
misma semana, una agencia de noticias árabe informaba sobre la
detención en la frontera turco-siria de varios jihadistas que
transportaban 11 bidones de… gas sarín. Sin embargo, la noticia no
apareció en los medios de comunicación occidentales. ¿Mera casualidad?
¿Deseo de no entorpecer los preparativos bélicos del Premio Nobel de la
Paz Barack Obama? Lo cierto es que el Secretario de Estado se apresuró
en asegurar a la prensa que Norteamérica es consciente de la experiencia
iraquí – léase las inexistentes armas de destrucción masivas de Saddam
Hussein – y que la Administración demócrata no repetirá el error de
George W. Bush.
De todos modos, la “operación castigo” ideada por el actual inquilino
de la Casa Blanca tendrá que esperar. Washington no cuenta con el apoyo
incondicional de los aliados occidentales. La fiel Inglaterra ha dado
marcha atrás, censurando el discurso militarista del primer ministro
Cameron, Alemania prefiere mirar hacia el Norte, la España
post-aznarista parece a su vez poco propensa a arrimarse al carro de las
aventuras bélicas de Obama. Por su parte, Rusia advierte: no hay que
tocar al precario equilibrio estratégico de la región mediterránea.
Finalmente, Bashar el Assad, el “malo de la película”, advierte: si los
Estados Unidos atacan a Siria, todo Oriente Medio acabará en llamas.
Ficticia o real, la amenaza surtió efecto. Barack Obama espera el
(innecesario, aunque siempre socorrido) visto bueno del Congreso para
lanzar su ataque “ético” contra el hombre fuerte de Damasco. Por último,
aunque no menos importante, el cauto silencio de los inspectores de las
Naciones Unidas no presagia nada bueno…
Hasta aquí en “reality show”, el conflicto que nutre los contenidos
de los telediarios y las páginas de los rotativos que se decantan por la
hipotética y selectiva defensa de los derechos humanos. Pero ¿de verdad
nos importa la suerte de los sirios? ¿De verdad apostamos por la
victoria de los “combatientes por la libertad”, de jihadistas
financiados por Arabia Saudita y Qatar, de islamistas apoyados
por…Washington.
Curiosamente, ello nos incita a plantearnos un sinfín de preguntas
sobre la espontaneidad y utilidad de las llamadas “primaveras árabes”.
Recuerdo la reacción de un joven e inexperto periodista occidental que,
además de bautizarlas “las revoluciones de Twitter”, se convirtió en
abogado del diablo poniendo en tela de juicio su objetivo. “¿Qué
necesidad tiene Washington de sustituir a sus aliados tradicionales –
monarcas o dictadores – por islamistas made in USA?”
La pregunta sigue vigente. La respuesta… Conviene recordar la
iniciativa del Gran Oriente Medio elaborada por la Administración Bush.
El Twitter y los islamistas moderados figuraban en aquél guion. Pero la
historia de Oriente Medio no se escribe en Washington ni en Hollywood.
Cabe preguntarse, pues, si el cacareado y pospuesto ataque contra Siria
no acabará convirtiéndose en la chispa que provoque la gran llamarada.
DdA, X/2.474
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