miércoles, 17 de julio de 2013

SOBRE EL CASO BÁRCENAS Y OTRAS SORDIDECES: QUIEN GOBERNÓ LO SABE

Luis Arias

Que Lope de Vega me perdone por la extrapolación que hago de un inmortal verso suyo que hablaba de amor: «Quien lo probó lo sabe». Pero, al ir leyendo las últimas entregas del culebrón que protagonizan el señor Bárcenas y el PP, me resultó inevitable parodiarlo y decir «quien gobernó lo sabe». Quien gobernó, digo, un ayuntamiento, una comunidad autónoma o, nada menos, que una nación de naciones. Porque, se haya incurrido o no en corrupción, lo cierto es que en este país se entendió que gobernar consistía fundamentalmente en ejecutar obras, y la posibilidad de encarecerlas repartiendo beneficios fue -y creo que sigue siendo- algo más que una hipótesis lejana.

Quien gobernó lo sabe. Dineros para financiar el partido político de turno y, por el camino, algo se quedaba. Aumentaba la muchachada agradecida. Quien gobernó lo sabe. La tentación no sólo vivía arriba, sino que convivía y estaba muy cerca del poder, insistente, pertinaz, sin conceder treguas. Sin necesidad de salir de las muletillas que marca siempre la prudencia, es éste un país en el que, presuntamente, hubo empresas a las que no les tembló el pulso a la hora de compensar los favores recibidos. Y ciertos ámbitos de poder vinieron siendo, presuntamente, viveros de empresas que crecieron como hongos alrededor de los susodichos ámbitos.

Y, con respecto al culebrón de este verano, no perdamos de vista que, a estas alturas, a nadie le sorprende que un partido político se haya financiado en no pequeña parte a base de presuntas irregularidades a resultas de lo que enunciamos más arriba. Ahora bien, sí que pueden indignar -e indignan- la pachorra y el autismo con los que altos dirigentes del PP, empezando por el señor Rajoy, asumen la presente escandalera.

Y, a propósito del PP, ¿cómo no recordar a aquel Aznar que clamaba decencia ante los continuos escándalos, algunos también en diferido que diría doña Dolores de Cospedal, del último gobierno que presidió González, con Roldán huido y Mariano Rubio en prisión, entre otros ejemplarizantes acontecimientos? ¿En qué se parecía aquel Aznar al soberbio personaje que convirtió un «evento» familiar en una pantomima de boda de Estado imperial y que pareció confundir las Azores con Yalta, creyéndose un personaje de gran envergadura histórica?

Partidos políticos que son una maquinaria para ganar elecciones y no un proyecto de país. Partidos políticos que, tan pronto gobiernan, corren el más que presunto peligro de convertirse en redes clientelares y endogámicas, como parece indicar el «caso Bárcenas».

Quien gobernó lo sabe. ERES andaluces. «Caso Bárcenas». Antes, Filesa y Gescartera. PP y PSOE. Cánovas y Sagasta. Quien gobernó lo sabe. A pesar de los muchos cortafuegos que se ponen para evitar escándalos, es inevitable que estallen casos que, por mucho que Rajoy no quiera darse por enterado, ponen contra las cuerdas al gobierno más cachazudo.

Quien gobernó lo sabe. No puedo dejar de pensar en todas aquellas gentes que urden una red en torno a sí mismas y sus privilegios, y, en ocasiones, escenifican esos vínculos en eso que ahora llaman, con espantosa pretenciosidad, «eventos», en un jardín enrejado, en una reunión de «elegidos», que se aíslan del resto del mundo, con guiños y compadreos cegadores donde los deslumbramientos son fantasmagóricos. Tiros largos, sonrisas, chascarrillos. Se sienten importantes por pertenecer a un clan que reparte e imparte canonjías. El valor de cada cual no se capta dentro de uno mismo, depende de los destellos que reciban y compartan. El dios de todos los «poderinos» les ampara y protege.

Hasta que el sortilegio se rompe y los periódicos dan cuenta de supuestas y presuntas tramas corruptas. Entonces, se acabó la fiesta y no queda otra que un deprimente paisaje después de la batalla que da cuenta de una feria de las vanidades protagonizada por seres mediocres y ramplones a los que, a partir de ahí, sólo les queda el asidero de intentar convencerse de que este ingrato mundo les debe algo.

Quien gobernó lo sabe. No es fácil imaginarse un fin de fiesta más desolador, con una desquiciante tiritona propia de la condena que sufre de por vida un don Nadie, que confunde la grandeza con el grandonismo, la apariencia con la realidad. Y es que la caverna platónica es también la morada de los politiquillos del tres al cuarto, que van de halago en halago, de trampa en trampa. Rastreros y mediocres.

¿La ambición era esto? ¿Qué se hizo de aquella disyuntiva de César o nada?

DdA, X/2.437

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