Ana Cuevas
Durante los 49 días que ha durado la huelga de las limpiezas sanitarias
de Aragón, las trabajadoras hemos experimentado una metamorfosis
prodigiosa. Nos desprendimos de ese terror difuso con el que se paraliza
ahora la voluntad de las personas para pasar a pelear corajudamente por
nuestro destino. De humildes limpiadoras a guerrilleras por suerte de
una conciencia de clase colectiva que se nos apoderó sin saber cómo. Han
sido tantas las muestras de valor y dignidad del colectivo que esta
historia merecía un buen final. Un desenlace justo. Y aunque algunas de
nuestras reivindicaciones han quedado en el camino, lo hemos conseguido.
Luchamos todas juntas, hombro con hombro, contra la miseria de una
reforma laboral que ya nos mordía los tobillos. Contra el ninguneo
institucional y la avaricia de una patronal eternamente insatisfecha.
Forzamos una unidad sindical imprescindible y las decisiones se
sometieron al escrutinio de la asamblea, la única soberanía que algunos
reconocemos. A lo largo del recorrido, la fuerza de las limpiadoras fue
desbrozando un camino de minas y de trampas. Era una batalla desigual,
en un principio. Pero al grito de, ¡Ni un paso atrás! las deslavazadas
huestes organizamos un pequeño ejército de resistencia contra la
explotación que pensaban imponernos.
Es verdad que no se han alcanzado el 100% de los objetivos trazados. Pero se ha logrado un buen acuerdo que protege el empleo y otras condiciones sustanciales como el salario y la jornada. Unas garantías esenciales que no pueden entenderse de otra forma, en el escenario ultraliberal que nos asola, que como una gran victoria. Pero también como un punto de inflexión a partir del que hay que seguir trabajando en beneficio del sector.
Al final, pudimos quebrar la pata de esa reforma que quería aplastar nuestros derechos. (Aunque no puedo negar que nos hubiera gustado más romperle el cuello). La lección moral que ha impartido este colectivo es, ya de por sí, un maravilloso triunfo. La solidaridad y el apoyo social que nos han regalado, un tesoro incalculable. Personalmente, solo puedo manifestar el orgullo que me produce pertenecer a un gremio que, pese a que los enemigos eran poderosos, no ha reblado en la defensa de lo que creía justo.
Que a nadie le quede un resquemor amargo porque, como prometimos hacer, salimos de esto con la cabeza muy, muy alta. Salvaguardando la supervivencia de más de mil familias cara al vacío legal en el que se encontrarán muchos trabajadores estos días. Nos hemos ganado el respeto de los que nos despreciaban y pretendían explotarnos. Sembrado un vigoroso germen que podremos aprovechar en el futuro. No hay que olvidar que la lucha obrera nunca acaba.
En el transcurso de esta odisea nos han definido como heroínas o guerreras. Pero somos mucho más: Trabajadores/as que han decidido tomar las riendas de su destino. Hombres y mujeres libres que hemos aprendido a doblegar el miedo. La mas grande de todas las victorias.
DdA, X/2.429
6 comentarios:
Sí, doblegar el miedo es la lección moral más importante. Gracias.
Un gran ejemplo de entereza, coherencia y lucha
Lecciones así son de agradecer e imitar.
Un placer haber estado ahi,besicos
Palabra y acción, Ana. Gracias por todo.
Y tú Ana nos has dado una lección magistral de lo que es la lucha por nuestros derechos.¡¡GRACIAS!!por tu entrega has sido fuente de moral para muchos.Un abrazo.
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