
Pedro Luis Angosto
Tal día como hoy, un 17
de julio de 1936, los militares africanistas, empujados por la
oligarquía financiera, industrial, terrateniente y clerical de todo el
país, se alzaron en armas cometiendo delito de alta traición contra la
II República española. El Director de aquella matanza sin precedentes en
nuestra historia se llamaba Emilio Mola Vidal y en su
instrucción reservada número 5 de dos días después fijaba las brutales
pautas a seguir para la guerra y la futura posguerra: “Es necesario
crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio
eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como
nosotros. Tenemos que causar una gran impresión, todo aquel que sea
abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado”. Seguida a rajatabla y con entusiasmo por Queipo de Llano, Yagüe –cuyo nombre sigue ostentando el Hospital General de Burgos para vergüenza de todos- Franco, Aranda, Millán Astray, Solchaga
y tantas otras bestias pardas, tras la victoria de las tropas
católico-fascistas se convertiría en el artículo primero y único de la
Constitución que nunca aprobó Franco pero puso en práctica con sumo
deleite y dedicación, dejando al país sin lo mejor de sí mismo, hundido
en la miseria, la sumisión, el terror y la castración psicológica que
este proporcionó a generaciones y generaciones de españoles.
En la guerra y en la terrible posguerra cientos de miles de españoles
fueron asesinados, exiliados, torturados, desaparecidos, apagados,
disminuidos, vejados, insultados y maltratados hasta lo indecible, entre
ellos miles y miles de militantes socialistas que habían luchado en
todos los frentes contra los golpistas, contra quienes querían
regresarnos al horrible pasado del que parecimos escapar, como un
espejismo, durante los dos primeros años republicanos. Hubo pueblos
dónde no quedó viva ninguna persona que hubiese militado en ese partido,
ciudades dónde se prohibió estudiar a sus hijos, provincias en las que
se depuró, haciéndoles jurar por Dios y por España, su inquebrantable
adhesión al régimen para salvar el pellejo, a miles de maestros y
profesores, retrocediendo el reloj de nuestra historia como si el tiempo
se pudiese recuperar alguna vez. El silencio habitó entre nosotros y
Sansueña–maravilloso y desgarrador poema de Luis Cernuda-
se convirtió en un cementerio habitado por gallinas ciegas, lo que no
impidió que entre 1958 y 1977 cuatro millones de súbditos tuviesen que
abandonar el país para buscar el pan en otros cuyos nombres jamás habían
pronunciado sus bocas. Vaya desde estas páginas mi más sentido y profundo homenaje de
gratitud y admiración a todos lo que se enfrentaron en solitario durante
tres años al nazifascismo mundial y a todos los que, abandonados por
las grandes democracias, sufrieron la crueldad infinita de las bestias
que destruyeron cuanto tocaron, que incendiaron el país de punta a
punta, que hicieron del negro el color de nuestra memoria, de la mía, de
la de tantísimas personas hoy perdidas en la noche del olvido más
espantoso y denigrante, para quienes olvidan.
En este día de tan triste recuerdo para quienes tenemos alma, memoria
y conciencia, para quienes amamos la democracia, el socialismo y la
libertad, 17 de julio de 2013, Joaquín Almunia,
Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Deusto –el
jesuitismo imprime carácter-, responsable económico que fue de UGT entre
1976 y 1979, grisáceo y plúmbeo ministro de Trabajo y Administraciones
Públicas en dos gobiernos de Felipe González, colaborador de Argentaria a tiempo parcial, contrincante de Aznar cuando este señor obtuvo la mayoría absoluta tras desbancar con artes dudosas a su compañero Josep Borrell que le había ganado limpiamente las primarias, y Comisario de la Incompetencia de la Unión Para la Destrucción de Europa,
en este tristísimo día, repito Sr. Almunia, usted y sus compinches de
la Nomenclatura al servicio del neoliberalismo y las grandes
multinacionales, han decidido acabar con el sector naval español y dejar
en la calle y la exclusión a más de 80.000 trabajadores sin mover una
pestaña, sin soltar una lágrima, sin que les tiemble el pulso, con su
indiferencia e indolencia habitual, como quien habla desde el altar del
que emanan los dogmas y verdades inmutables del libre mercado, la
explotación y el empobrecimiento global.
Pues bien, Sr. Almunia, en este día en que hace 77 años el fuego, la
barbarie y la ignorancia egoísta y salvaje de quienes, funcionarios
armados de la República, se sublevaron contra la legalidad
constitucional causando la muerte de miles de socialistas que militaban
en el mismo partido en el que usted milita hoy, reciba mi más absoluto y
contundente desprecio: Un socialista, jamás toma decisiones
antisociales, un socialista dimite y lucha contra quienes las toman,
usted es otra cosa que todo el mundo sabe y no es preciso nombrar. Vaya
también mi solidaridad más absoluta con los trabajadores de todos los
astilleros de España, con todos los parados y excluidos por causa de las
políticas neoliberales que usted y sus amigos aplican para mayor gloria
y beneficio de los mercados y los mercaderes, y como no, mi gratitud
eterna para aquellos que hoy y en aquellos días penosos de 1936 fueron
fieles a sus ideas y las defendieron hasta la derrota final
arriesgándolo todo, incluso la vida. Usted, seguro, estaría, como hoy
está, en el otro lado de la barricada. Con su pan se lo coma.
DdA, X/2.438
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