martes, 25 de junio de 2013

ZAPATERO EN "LA MANDUCA DE AZAGRA"

Félix Población

Dicen quienes tienen el privilegio de frecuentarlo, entre los que no podían faltar los políticos y hasta algunos ministros del actual gobierno, que en La Manduca de Azagra, el excelente restaurante de calle Sagasta de Madrid, es recomendable entre los entrantes la tarrina de foie de pato con reducción de Oporto o el milhojas de foie de manzana y salmón caramelizado. Ya plato adentro, gustan mucho el rabo de toro deshuesado con boletus, el cogote de merluza o el corderito en chilindrón. Para postre recomiendan la tarrina de queso con membrillo sobre fondo de cuajada. Sépalo un país donde dos millones de niños pasan hambre y 30.000 familias  tienen dificultades para dar de comer a sus hijos.

Fiel a su cita gastronómica en los años de gobierno, el expresidente Rodríguez Zapatero no deja de visitar La Manduca de Azagra ahora que todos los que le tratan hablan de un hombre relajado, satisfecho y hasta rejuvenecido, que se siente feliz con sus nuevos negocios y saludables ocios. Entre los primeros están sus actividades en el Consejo de Estado y sus conferencias, así como la escritura a mano de sus memorias, por las que recibirá una gran suma dineraria que de seguro no se merecen y que no se traducirá tampoco en un éxito de ventas, a la vista de la escasa repercusión que tuvieron las de Aznar o Bono.

Entre los ocios de Zapatero no podía faltar el footing, un ejercicio que practica en torno a su nueva residencia madrileña, con la posibilidad incluso de encontrarse con quien le precedió en La Moncloa, el señor Aznar, aunque a éste le socaven más las malas pulgas que la gustosa placidez de la que dicen disfruta su sucesor. Rodríguez Zapatero confesó en una conversación informal con Irene Lozano que se cuida mucho de no coincidir con Aznar en los mismos derroteros, aunque los dos hayan quedado  estampados como jefes de gobierno en los derroteros de la historia. 

El primero, por sus mentiras sobre la gran masacre del 11M, y el segundo por no haber dimitido a tiempo ante la imposibilidad de saber enfrentarse a la crisis económica  de acuerdo con los principios que expuso en su primer discurso de investidura, poco después de aquella trágica fecha.
DdA, X/2.418

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