Hay
que rendirse a la evidencia. Los propósitos de la socialdemocracia de
socializar el capitalismo han fracasado. Y, tal como están las cosas, no es
probable que pueda volver a intentarlo. Los neocons (ellos se llaman a sí
mismos liberales) se han adueñado prácticamente de todo el poder, en
España y en Europa, y siempre cerrarán el paso a cualquier otro conato de
socialización, o el intento no pasará de ser otro débil y pasajero amago. La
política del partido ahora en la oposición tiene muy poco de socialista y mucho
de conservadora. Los socialistas en origen, al mimetizarse en socialdemócratas,
no han hecho más que decorar el sistema y dar al capitalismo durante un tiempo
un aspecto si acaso un poco más humano. Pero, al final lo que han hecho tanto
la socialdemocracia como el eurocomunismo es maquillar el capitalismo, darle un
respiro y robustecerlo. En España como en Europa. Ahora mismo ya vemos cómo
"Europa", la Europa
de los neocons arremete contra la Junta de Andalucía por el modo de solucionar el
grave asunto de los deshaucios salvajes, que dice perjudicar a la banca: el
dinero prima sobre el individuo. Esta es la desalmada filosofía que rige el
destino de la población común de este país y de Europa.
Allí como aquí la política
es a la democracia lo que la religión es a la Iglesia católica: es
posible que los clérigos corruptos se cuenten sólo por miles, pero son bastantes para provocar
millones de deserciones e infectar a la institución entera hasta desmoronarse a
ojos vista. El caso es que ya es imposible esperar un relativo equilibrio entre
la acumulación de capital y el bienestar social gestionado por el Estado. La
ciudadanía en general, tan agraviada material y moralmente por interminables
abusos y engaños de los políticos rehenes del dinero, ha terminado detestando a
la clase política entera.
Cada vez el centro
financiero mundial exige más recortes sociales, y a los beneficiarios les da
igual las consecuencias. Hay un dato invariable de carácter empírico e histórico:
los detentadores del poder político y económico y los poderosos asociados
siempre hasta ahora han preferido el riesgo de revueltas, sublevaciones y
revoluciones, antes que ceder una palmo de su poder. Y los empresarios prefieren cerrar la empresa o ir a la
quiebra, antes que doblegarse a razonables reivindicaciones de sus
trabajadores. Responden todos a su naturaleza de escorpión. Siempre es la misma
historia. La socialdemocracia y el eurocomunismo llevan apenas treinta años,
los sindicatos mucho más. Pero entre todos y por más esfuerzos que han unos y
otros han hecho, la sociedad capitalista global ahonda las desigualdades
después de haber pasado por una corta fase ilusoria de acceso al dinero... que
hay que devolver. Las clase trabajadora está volviendo a la condición de sierva
o de esclava que en realidad nunca ha
perdido del todo.
Lo que está sucediendo en
Europa es una catástrofe socioeconómica sorda o de baja intensidad, pero con
los efectos de una posguerra. A la burguesía no le asusta la resistencia de los
privados progresivamente de un mínimo de asistencia social. Los poseedores
están determinados a restablecer la funcionalidad ortodoxa del capital y lograr
tasas de beneficio crecientes.
Ejércitos de policías del
Estado, autonómicas o federales, de guardaespaldas y de sicarios largamente
pagados que se ocupan de su seguridad, les garantizan a los banqueros o
imitadores, a los políticos, a los grandes empresarios, a los opulentos que las
grandes masas de población, a cambio de mini jobs y salarios equivalentes a
limosnas en comparación con lo que ellos se embolsan, soportarán aun
quejosamente lo que en otro tiempo y circunstancia hubiera desatado la
revolución. En el pasado año el número de ricos en este país se ha incrementado
en un cinco por ciento, mientras el de pobres ha aumentado un 8 por ciento. La
desigualdad alcanza cifras que ahora menos que nunca no se resisten. Los
pasatiempos de la modernidad contienen de momento a la turba. Pero de todo se
cansan los pueblos. Como los individuos. Incluso se cansan de la paz
prolongada, sobre todo cuando se presenta un panorama desolador y sin
esperanza...
Estamos en otros tiempos
-dicen. Sí, pero por eso mismo, y porque pese a la engañosa circunstancia de
que nos venden además falsa libertad, se hacen más insoportables las maniobras
alambicadas del poder y sus abusos que le aseguran el dominio social. La Justicia, en tanto que
contrapoder, debería comprender que el pueblo la mira como el último baluarte.
Pero en España la justicia involuciona, y los poderosos no tienen mucho que
temer de ella. Los rodeos dados a la instrucción de las causas y a los procesos
que no acaban de sustanciarse, más que garantía son recursos oficiosos que les
brinda la posibilidad de sortearla. Y las cuantiosas rapiñas del poderoso
llevan camino de quedar impunes. En estas condiciones, no es demasiado
aventurado afirmar que parece muy cercano el día en que este país y los que con
España comparten en Europa el papel de víctima, estallen en una desesperada
reacción sin precedentes. Incluso una gigantesca e inédita guerra civil entre
policías y ciudadanos se dibuja en el horizonte de Europa, empezando por
España. Ni con el euro ni sin el euro. La única salida que están dejando a las
grandes masas de población es la
Revolución, con cadena perpetua en lugar de guillotina. Lo
que deseamos es que sea controlada. El detonante puede ser cualquier
insignificancia.
DdA, X/2.419
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