No
quiero dejar sin referencia por más tiempo en este modesto Diario la provechosa
y gustosa lectura del magnífico libro de la periodista e historiadora
Inmaculada de la Fuente
sobre María Moliner: El exilio interior: La vida de María Moliner*. La
protagonista, autora en solitario de una de las obras lexicográficas más
importantes sobre el idioma español, pertenece a esa nómina de notables de la
historia intelectual de España que por su biografía silente y su trabajo
extraordinario son merecedores de una biografía que haga honor a su
personalidad y a su obra. Inmaculada de la Fuente lo ha conseguido sin ninguna duda.
Una
vez, un año antes de que ingresara en la Real Academia Española de la Lengua (RAE) la escritora y
poeta Carmen Conde en 1978, le pregunté a Dámaso Alonso -que era o había sido
presidente de esa entidad y había ayudado a María Moliner para que su obra fuera publicada- por la ausencia no solo de mujeres académicas sino de la autora del
Diccionario de uso del español. Por
su respuesta supuse que el nombramiento de una académica era más o menos
inminente y quise creer que no habría ninguna duda en que recaería en María
Moliner. Por el libro de Inmaculada me he enterado de que Carmen Conde, buena
amiga de Moliner, consideró asimismo que María era en verdad quien se merecía el
sillón que Conde iba finalmente a ocupar como primera académica.
Por
esos años, María Moliner ya estaba enferma y quizá hiciera balance de una vida
dedicada a la palabra, desde que Américo Castro le corrigiera una redacción
escolar en la que glosaba una excusión a Toledo como alumna de la Institución Libre
de Enseñanza. Con las llamadas Misiones Pedagógicas, puestas en marcha durante
el primer periodo republicano, Moliner mantuvo una intensa actividad impulsando
la creación de bibliotecas rurales. En 1933 el número de bibliotecas en
pequeñas localidades superaba las tres mil. El golpe de Estado de 1936 impidió
que llegara a madurar el proyecto que su promotora había elaborado sobre La
lectura pública y el plan de bibliotecas. Se trataba de fomentar una actividad que procurara deleite y
convicción moral para una España democrática y progresista, y que incluso durante
la guerra mantuvo su radio de influencia en la zona republicana, pues se
siguieron creando (marzo de 1938) hasta 183 bibliotecas. También realizó María
Moliner, en medio del conflicto armado, una notable labor en la Oficina de Adquisición de
Libros, salvaguardando miles de valiosos volúmenes y preservando con ello la cultura mientras azotaban al país vientos de barbarie.
Con
la paz de Franco llegaron las represalias y tanto María como su marido,
Fernando Ramón y Ferrando, que introdujo las teorías de Einstein en España, las
sufrieron por partida doble. Por fortuna, sobre María Moliner no cayó la pena
de muerte a la que fue condenada su compañera Juana Capdevilla, que estaba
embarazada cuando la fusilaron. Se la postergó como bibliotecaria durante tres
años y fue inhabilitada para puestos de mando y confianza. La melancolía de las
horas no aprovechadas, según su propia expresión, la condujo a trabajar artesanal y concienzudamente en su
diccionario al margen de su sorda jornada laboral como funcionaria. Como no había
más despacho en la casa que el de su marido, Moliner realizó esa labor en la
mesa del comedor, al tiempo que compatibilizaba el estudio de las palabras con
la crianza de sus hijos.
El
exilio interior de la lexicógrafa concluye con la publicación del diccionario
en 1967. "Cogí un lápiz, una cartilla y empecé a esbozar un diccionario que yo
proyectaba breve, unos seis meses de trabajo, y la cosa se ha convertido en 15
años", declaró María Moliner cuando presentó su obra, "el más completo, más
útil, más acucioso y más divertido diccionario de la lengua castellana",
según García Márquez. Cinco años después se estudia la candidatura de
Moliner como académica, al quedar vacante la plaza de Narciso Alonso Cortés. Camilo
José Cela se resiste. Prima el criterio que había impedido antes a Gertrudis Gómez
de Avellaneda (1853) y Pardo Bazán (1912) acceder a la docta casa. En lugar de
María Moliner es elegido el catedrático y lingüista de la Universidad de Oviedo Emilio
Alarcos. Carmen Conde no puede evitar una drástica reacción contra la decisión
de la RAE: es un
asco de misoginia y putrefacción.
En
1975 la enfermedad afectó a la memoria de María Moliner hasta el punto de tener que interrumpir sus trabajos preparatorios para la segunda edición del
diccionario. María se refugió entonces en el cuidado de las flores de su jardín.
No tuvo consciencia de la muerte del dictador que pretendió acallar su vida, hecha y colmada de palabras, libres y cultivadas en el recuerdo de aquel profesor
de la Institución Libre
de Enseñanza que cuando tenía 9 años le corrigió una frase de su redacción
escolar.
*Editorial Turner.
No hay comentarios:
Publicar un comentario